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Cuatro años sin cambios

Aunque para algunos puede parecer casi un siglo, el sexenio de Andrés Manuel López Obrador se ha ido volando.

Aunque para algunos puede parecer casi un siglo, el sexenio de Andrés Manuel López Obrador se ha ido volando. Está ya en su cuarto año de gobierno pero la sensación es que es el final. Es decir, que su sexenio ha sido “muy corto”, lo que resulta paradójico para un Obrador que quisiera alargar el tiempo.

Mi explicación del por qué se tiene la impresión de que el sexenio ya está concluyendo es porque, a diferencia de otros gobiernos, el de AMLO se ha concentrado en unos cuantos proyectos: el Tren Maya, la refinería Dos Bocas, el Aeropuerto de Santa Lucía, sus programas de apoyo a los pobres, la “militarización” y pare usted de contar.

La dinámica y el accionar de López Obrador ha girado alrededor de esos cuantos proyectos, que son muy pocos, pero sobre todo, de muy escasos resultados para lo avanzado del sexenio.

AMLO ha concentrado su energía como presidente en la esfera de la política, que es donde se encuentran sus fortalezas (por decirlo así), pero también donde están sus principales problemas. Esta inclinación proviene de su formación política, así como de la visión que tiene del cambio del país. Desde que asume que su gobierno será la “4ta. Transformación”, era de esperarse que todo su gobierno se iba a concentrar en el ámbito político.

Hasta ahora, después de cuatro años, está muy claro que la transformación para AMLO significa: despojar del poder a las élites, a los “conservadores”, disminuir o eliminar la oposición (neoliberal), polarizar a la sociedad, atacar sin tregua a los intelectuales y todo tipo de voces críticas o disidentes, golpear al periodismo que no es incondicional de su gobierno, defender una soberanía de los años sesenta y, especialmente, compararse con Juárez y Madero.

Pero también, obviamente, una parte fundamental de su gobierno ha sido hablar día y noche, todos los días y en todos los foros, del “pueblo”, el pueblo bueno y sabio, etcétera. El pueblo como protagonistas del cambio. Un gobierno del pueblo y para el pueblo, un gobierno que manda obedeciendo. Un gobierno que no es igual (“no somos iguales”, grita en los comerciales).

Es la parte central de la narrativa de AMLO, inscrito ya claramente en una de las vertientes del populismo, y en la construcción de una nueva legitimidad del régimen político que quiere edificar, aunque el tiempo se le está acabando.

De ahí se deriva su enorme popularidad, como se registra en las encuestas, así como los triunfos de Morena en algunos estados y municipios, y que pese a los enorme problemas del país, la violencia, la pobreza que aumenta ante un gobierno que dice atender la pobreza, su popularidad se mantiene inalterable.

Nada erosiona la popularidad de AMLO. Durante todo este tiempo el país ha entrado en una zona gris en cuanto a su vida democrática, y no pasa nada. El poder legislativo y judicial están sometidos al control o la presión del presidente, sacando los temas que a él le interesan como el de la Guardia Nacional, y otros sin futuro como el de la reforma electoral.

En el tema de la violencia que tiene sometido al país, López Obrador ha mantenido contra viento y marea su política de “Abrazos, no balazos”, criticando a la Iglesia, a los jesuitas y a todos aquellos que reprueban o se oponen a esta política que, en esencia, tolera a las bandas del crimen organizado.

Un discurso toral de AMLO ha estado enfocado contra los “conservadores”, siguiendo la tradición del siglo XIX. Pero, por otra parte, López Obrador defiende a la familia como el núcleo cohesionador de la sociedad y sobre todo como trasmisor de valores morales. La familia como soporte de la pobreza y valladar ante la adversidad, etcétera.

En el fondo, el discurso y el proyecto transformador de AMLO son morales, o esencialmente de carácter moral. Su etapa de referencia está en el pasado, justo antes de que llegaran los gobiernos neoliberales del pri y del pan al gobierno. Si esa etapa se logra extirpar de la vida del país, las cosas serán mejores, según la mirada de AMLO.

Ahora, la única preocupación que tiene es preparar la campaña presidencial de 2024, y hacer que una de sus corcholatas se alce con el triunfo. Tiene tres pero se inclina más por una de ellas. Sabe que Morena tiene una alta probabilidad de ganar la presidencia, pero tiene algunas dudas de cuál de sus candidatos(as) le sería más fiel en sus propuestas e ideas.

Salvo la campaña presidencial, queda ya muy poco qué hacer para López Obrador. El final del sexenio será muy largo, pero Obrador estará en su elemento, mientras el país va a la deriva.

* El autor es analista político

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