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Tragedia

Nadie está preparado para los desastres naturales. Estos, en cualquier momento se pueden presentar y arrasar con todo lo que encuentren, sin ninguna misericordia. 

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Nadie está preparado para los desastres naturales. Estos, en cualquier momento se pueden presentar y arrasar con todo lo que encuentren, sin ninguna misericordia. Todo lo que las familias construyeron con gran esfuerzo y dedicación, en un segundo desaparece para no regresar
jamás. Cuando son cosas materiales las personas, de manera práctica reaccionamos diciéndonos que esas pueden volver a conseguirse. Pero las vidas de nuestra familia y amigos cercanos, esas nos duelen en el puro centro del alma, y las sufrimos y lloramos a cada momento. Nuestro país ha sido golpeado por desastres naturales en varias ocasiones, y nos hemos levantado porque sabemos que debemos hacerlo. En momentos trágicos como estos, todos buscamos la forma de contribuir en la reconstrucción física de nuestros espacios, pero también tratamos de reconformar a quienes sufrieron pérdidas irreparables de familiares o amigos. Esto es lo que está sucediendo en Acapulco y otras localidades aledañas.

Los momentos posteriores a los efectos destructivos de un fenómeno natural, como podría ser un terremoto, un huracán, una inundación, suelen ser devastadores. Después de haber estado en una
situación normal, con todos los servicios y las condiciones ideales, de manera violenta y en un santiamén, cambia radicalmente la situación. Todo es un desastre, las casas están en escombros, las familias desperdigadas y pérdidas, hay heridos, damnificados y cuerpos de animales y humanos yaciendo en las calles, o entre las ruinas de las casas o edificios. De la misma manera, también las autoridades gubernamentales deberían estar preparadas para enfrentar estos casos extraordinarios. Sin embargo, ellas tienen las mismas posibilidades de ser víctimas de las catástrofes. Por lo cual, la sociedad en general debe tomar la determinación de organizarse y comenzar a responder, con lo que se tenga, a tratar de colaborar en la búsqueda de las víctimas, y en la reconstrucción de las ciudades donde les tocó sufrir el desastre.

Quienes siempre se abocan a tratar de dar auxilio a los heridos, son los ciudadanos comunes y corrientes que salvan a cuanta persona pueden. Son los héroes anónimos de los cuales tenemos millones en México. Ya lo demostraron en las catástrofes que hemos padecido en muchas partes del país. Estos ciudadanos anónimos, sin distingos, salvan a cuanta persona pueden, aunque después nadie los recuerda ni les dan reconocimientos. En el lado contrario, los grandes capitales
mandan contribuciones financieras miserables, que nunca son definitivas para la reconstrucción de lo destruido. Todo el tiempo están obteniendo ganancias económicas de los ciudadanos, pero cuando hay una tragedia natural, no aportan de manera significativa.

Para un huracán de quinto nivel, la pérdida de vidas que está aseverando el Gobierno Federal, que existieron, resultan no solo ridículas, sino insignificantes. Según la información recibida por medio de los noticieros, fueron 46 personas las que perdieron la vida en Acapulco, y hay 54 personas extraviadas. Pero el huracán pasó por el Estado de Guerrero en el cual existen zonas de pobreza y de
extrema pobreza, cuyas viviendas fueron destruidas completamente, y sus habitantes que usualmente viven en las zonas por donde corre el agua, es decir ríos y arroyos o las laderas de los cañones, con toda seguridad sucumbieron. Para mi forma de ver y apreciar este terrible suceso, no se debería actuar con extrema cautela, porque las cifras reales aparecerán y sabremos con seguridad, cuantas personas fallecieron en esta catástrofe.

Las ciudades deberán ser atendidas con justicia, invirtiendo recursos económicos suficientes para que se recuperen completamente. Sin embargo, de seguro miraremos como siempre, que, a las ciudades con grandes corrientes de turismo extranjero, recibirán la gran tajada de dineros que beneficiarán diréctamente al gran capital. La chusma, tendrá que madrugar para recorrer largas distancias y poder estar a tiempo de ser los primeros en la cola, donde recibirán despensas miserables. En nuestro país no existe la justicia social y las grandes mayorías proletarias, siempre a la cola, no son beneficiadas de manera correcta. Vale.

* El autor es licenciado en Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.

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