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José Severo Castillo: un periodista pionero

Entre la raza de los periodistas pioneros, había tipos por demás pintorescos y de armas tomar. Allí estaban Ricardo Covarrubias y Billy Silver.

Gabriel  Trujillo

Entre la raza de los periodistas pioneros, había tipos por demás pintorescos y de armas tomar. Allí estaban Ricardo Covarrubias y Billy Silver, que siempre andaban de pleito con cámaras de comercio, gobernantes en turno y hasta con sus propios colegas en el oficio periodístico. Uno de los que más destacó en aquellas primeras décadas, cuando los periódicos se hacían en Calexico y se vendían en Mexicali, fue José Severo Castillo, que era, como su nombre lo indicaba, severo con sus artículos de opinión y sus denuncias contra todo lo que él consideraba reprensible, corrupto, injusto. A veces daba en el blanco y otras su furor acusatorio mostraba sus prejuicios, como cuando exigió que los chinos no pudieran dar clases a las muchachas mexicanas porque eso devenía en matrimonios interraciales y eso no debería ocurrir. Su racismo manifiesto se exponía en muchas de sus campañas anti-chinas. Pero en otras ocasiones, sus críticas eran razonables y ponían el dedo en la llaga de los problemas que padecían los mexicalenses por abusos de sus propias autoridades. Castillo formó parte del periodismo mexicalense en tiempos del gobierno del general Abelardo L. Rodríguez (1923-1929), pero para los años treinta el desfile de gobernantes que hubo sólo trajo enfrentamientos continuos entre los representantes de la prensa y los poderosos en el gobierno y en la iniciativa privada.

En Mexicali, aparte de las pugnas entre cristeros y masones, entre callistas y cardenistas, entre agrupaciones laborales de distinta orientación política, entre los allegados a la Colorado River Land Company (que tanto protegiera el gobernador Rodríguez) y los campesinos agraristas, en el caso de los periodistas las diferencias se marcaban entre los que eran comparsas del poder y los que criticaban la situación imperante desde posiciones de izquierda o de derecha, entre los que revelaban las corruptelas del gobierno y de las empresas privadas y los que las callaban para obtener ganancias personales, ventajas económicas (contratos de publicidad) o prebendas políticas. La represión ya no la daban los gobernantes en turno por sus propios puños sino los esbirros a su servicio.

Entre los gobernantes de ese periodo, destacó por su atrabiliaria conducta Carlos Trejo y Lerdo de Tejada. En su gobierno fue que sucedió un incidente internacional que caló hondo en la opinión pública de la frontera. El Chronicle del 11 de agosto de 1931 revelaba que: “alrededor de las 8 de la noche de ayer cuando tres policías de Mexicali intentaron capturar a José S. Castillo en la calle Heffernan de Calexico, y querían hacerlo cruzar la línea a México. Castillo ha sido un militante editor de un semanario mexicano en Mexicali. Aunque los testigos difieren en cuanto a si los agentes iban armados, en contra de las costumbres internacionales, los funcionarios de aduanas e inmigración estadounidenses afirman que dos de ellos llevaban sus pistolas cuando cruzaron a Estados Unidos poco antes de atacar a Castillo, residente en Calexico desde hace 14 años. Otros dicen que llevaban armas en el momento de la pelea”.

Al ser entrevistado por el periódico de Calexico, Castillo dijo que: “los dos oficiales, J. Canizales y Eligio Bojórquez, lo agarraron en un intento de colocarlo en un coche conducido por un tercer oficial que se acercó en ese momento al frente de la tienda Kawakita. Castillo comenzó inmediatamente a luchar para liberarse de las garras de los agentes y a hacer ruidosas llamadas de auxilio y forcejeando con la policía durante la refriega, que atrajo a una multitud de unas 200 personas”. Al verse descubiertas sus intenciones y con la llegada de la policía de Calexico, los policías mexicanos cesaron en su intento de secuestro y cruzaron lo más pronto posible a Mexicali para no tener que responder por su conducta, pero las repercusiones fueron enormes.

En Mexicali como al otro lado, la responsabilidad de tan cobarde proceder cayó en el propio gobernador: Carlos Trejo y Lerdo de Tejada, uno de los peores gobernantes que ha tenido Baja California. Unos meses más tarde, lleno de escándalos por su desdén por todo lo norteño, lo bajacaliforniano, lo mexicalense, don Carlos tuvo que dejar el poder y Castillo pudo regresar a Mexicali ya sin temor a ser metido a la cárcel o torturado por hacer su trabajo, el de informar a la comunidad fronteriza los males del gobierno y los privilegios de los empresarios. De tal carácter era el más severo de los periodistas fronterizos.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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