Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas /

Un cuento chino

Había una vez, hace apenas un poco más de 120 años, que surgió una ciudad en el desierto, y sus pobladores.

Beatriz  Limón

Había una vez, hace apenas un poco más de 120 años, que surgió una ciudad en el desierto, y sus pobladores, la mayoría agricultores mexicanos, la llamaron “La ciudad de capturó al sol”.

Como era una urbe naciente, llegó a oídos de muchos extranjeros que el oro en ese árido poblado no era dorado, sino de color blanco. Así que arribaron miles en busca del preciado “oro blanco”. La abundancia estalló y pronto los valles se vieron beneficiados con las bondades de las cosechas. Los negocios crecieron, entre ellos, los restaurantes chinos. Es que entre los forasteros que llegaron a probar suerte, algunos eran chinos, otros hindúes, otros más japoneses. Y así nacieron varias culturas subalternas, floreciendo de forma independiente las minorías.

Pronto el oro blanco dejó de ser la fuente de la riqueza y la economía transfronteriza se transformó y los cachanillas cambiaron los azadones por la maquila y empezó una era industrial de talla mundial.

Como les sucede a ciudades en crecimiento, la mancha urbana se fue desarrollando hacia el sol, y lo que antes era el centro vibrante, donde la mayoría de la población china reside, quedó en el abandonó.

Pero un día, una princesa cachanilla, con una ambición desmedida, llegó al poder, y vio que esa zona en abandono podía ser el futuro de su pequeña familia, la que pronto, dejará el reinado y su vida de excesos. Su príncipe, un joven nacido en una familia enemiga de la de la princesa, tuvo que bajar su cabeza y sucumbió a los encantos de la princesa. De corazón idealista, el joven príncipe, que un día enarboló ideales para un bien común, terminó contagiado de codicia.

Y obedeciendo los mandatos de su princesa, cobijado bajo las sombras de la impunidad y el poder, empezaron una cruzada para apropiarse de los negocios en desgracia y usaron las riquezas del imperio de su pueblo para hacer de esa zona olvidada, un lugar próspero.

Entre sus planes, se les ocurrió la grandiosa idea de coronar su voraz plan con una escultura gigante de un cocinero chino, pasando por encima de la verdadera historia de su pueblo agricultor,y aprovechando un cliché barato sobrela existencia de barrio chino al estiloneoyorquino que nunca existió, salvo callejones y restaurantes aislados. Crearon un circo en su afán por hacer redituable el que será su pequeño reino.

El mandato de la princesa no tarda en concluir, por lo que, astutamente,los príncipes en decadencia, decidieroncrear un cuento chino para engañar a supueblo con millones y millones de pesosextraídos de las arcas de la ciudad, y asíasegurar el imperio de la familia real. Elartificio se etiquetó como “detonante turístico”. Habrá que esperar y ver quiénse erige como el rey en ese fantasioso”barrio chino”.

*- La autora es periodista independiente para medios internacionales.

Sigue nuestro canal de WhatsApp

Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí