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Buscando el color en el claroscuro, la luz en la fisura

Mientras mi vida se mece en un vaivén de terapias y citas médicas resultado de los daños colaterales de mi accidente, elijo ver el color en el claroscuro.

Beatriz  Limón

Mientras mi vida se mece en un vaivén de terapias y citas médicas resultado de los daños colaterales de mi accidente, elijo ver el color en el claroscuro. Prefiero descubrir hermosas figuras entre el grisáceo de las placas radiográficas que me muestran mi cerebro olvidadizo y vapuleado por la rama de un árbol. “Una mariposa”, le digo al neurólogo, ref iriéndome a una parte de mi masa encefálica con forma de alas abriéndose al mundo sobre mi hipotálamo.

De igual forma, me gusta observar tras la ventana de mi oficina el trajín de la vida, los pasos presurosos, las risas infantiles, las aves de aquí para allá. Procuro detenerme, para que la espiral de la cotidianidad no me absorba, y pueda ver la belleza en los pequeños detalles de la vida.

Esa belleza parece esfumarse cuando volteo mi mirada al entorno político que se vive en Estados Unidos, específicamente en Arizona. En un esfuerzo por no sentir tanta pesadumbre, intento que la realidad que lacera de manera feroz a mis comunidades, no acabe con mi intento por encontrar el brillo dentro las tinieblas.

¿Qué les puedo decir?, esta situación ya era una sentencia cantada, aunque algunos ingenuos pensaban que Donald Trump solo hablaba por hablar, lo cierto es que él viene a ejecutar de manera despiadada una cacería contra los latinos.

Y ustedes dirán, ¿Quién nos tiene aquí sudando calenturas ajenas? Pues es sencillo, la necesidad, la economía, la sobrevivencia. Nada nuevo, los éxodos son y serán parte de la humanidad. Nada que no hayan hecho los abuelos o antepasados de los políticos que hoy nos ponen el pie en el cuello.

Pero ¿qué hay de nuestras enormes contribuciones a este país?, es como si nuestro paso lleno de esfuerzo, sacrificio y trabajo injustamente remunerado no valiera nada. Estamos en tiempos de pensar y repensar qué está sucediendo con la humanidad.

Se ha vuelto un desafío observar las redes sociales, entre esvásticas, marchas de supremacía blanca, noticias falsas, y un miedo generalizado que se ha filtrado en los hogares de los inmigrantes. Los padres han dejado de ir al trabajo, los niños a la escuela, las iglesias lucen medio vacías, se va a los mercados con recelo.

Acabo de cubrir una manifestación porque un grupo de republicanos universitarios lanzaron esta convocatoria: “Estaremos en una mesa en el campus pidiendo a los compañeros que denuncien a sus compañeros de clase criminales ante el ICE para su deportación”. Se les permitió ese espacio en el campus.

Los mismos estudiantes pidiendo a otros que denuncien ante migración a sus compañeros inmigrantes, que su único delito es estudiar para buscar una mejor vida. El mismo delito de los millones de migrantes que llegamos aquí, desgarrados del corazón por abandonar nuestra patria. Porque allá, donde yo nací, no hay oportunidades, se los dice una periodista con 51 años que tuvo que cruzar la frontera para poder seguir con mi profesión que tanto amo. Allá en mi México, ya era vieja a los 35 años para postularme a una posición.

No soy una criminal por ser inmigrante. No somos criminales como lo repiten constantemente los extremistas radicales que siguen la ideología neonazi de un delincuente elegido como presidente.

Pero, ¿saben? voy a seguir intentándolo, buscando el agujero, el roto, la fisura, por donde se filtre un poco de luz. Aunque por el momento me siga persiguiendo esa sensación de que una loza gigante oprime mi pecho. Lo más devastador, es que esta película apenas empieza. Inhalo aire lentamente. Exhalo.

*La autora es periodista independiente para medios internacionales.

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