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Vivir en la frontera es un privilegio porque permite a sus residentes comprobar las fortalezas y debilidades de su propia sociedad tanto como de la sociedad vecina.
![Gabriel Trujillo](https://author-service-images-prod-us-east-1.publishing.aws.arc.pub/elimparcial/2f0c7a82-8c62-49c8-abea-e3d6c6ac0c04.png)
Vivir en la frontera es un privilegio porque permite a sus residentes comprobar las fortalezas y debilidades de su propia sociedad tanto como de la sociedad vecina. Mundo de convivencias antes que de cicatrices. Vida comunitaria que se ejerce desde el trabajo en común. Las fronteras, por más leyendas negras que se les adjudiquen, son tierras de tareas compartidas, de esfuerzos colectivos. Por eso atiendo las palabras del escritor español Arturo Pérez-Reverte, que en uno de sus artículos ha dicho: “No hay nada más poderoso narrativamente que los mundos de frontera. Allí suelen darse situaciones extremas, perfilándose en ellas una clase de personaje que siempre me interesó mucho: héroes cansados o cerca de estarlo, mercenarios de sí mismos fieles a sus propias reglas; gentes de singulares lealtades, capaces -a veces en la misma jornada- de actos heroicos y de hechos abyectos o atroces. Pura condición humana, a fin de cuentas”. Eso, ciertamente, es la frontera y los fronterizos. No les pidan definiciones tajantes sino ser criaturas a media luz, ni muy ángeles ni muy demonios.
Acá, en la frontera, ciertos escritores conocidos, en cuanto mueren se les olvida o, peor, se les mete en el arcón de la invisibilidad literaria. Como ya no están presentes, pocas veces vuelven a ser leídos. Con la ausencia de su personalidad, de sus libros y lecturas, parecen esfumarse de la memoria de sus compatriotas. Hay montones de esos autores en nuestra entidad. Ahora mismo pienso, entre tantos ejemplos posibles, en Héctor Gasca, uno de los pocos narradores mexicalenses, que tuvo el privilegio de tener un libro suyo publicado con un prólogo de Carlos Monsiváis. Gasca era abogado y periodista de los de antaño. Oriundo de la ciudad de México, en 1938, su niñez y juventud las vivió en Morelia, Michoacán, de donde salió intempestivamente en 1964, ya siendo abogado litigante, por haber publicado un artículo en La voz de Michoacán contra la primera dama del estado. ¿El motivo? El que ésta había mandado quitar de la vía pública una fuente que contenía esculturas con mujeres desnudas por su visión conservadora de que el arte debía ser recatado, devoto, sin escándalos. Pero a Gasca le encantaban los escándalos e hizo ver a la citada señora que los políticos poco entienden del arte y cuando creen entenderlo lo examinan con ojos moralistas. Gasca nunca fue un escritor de tiempo completo. Como él mismo lo decía con sorna: “preferí dedicarme a otras actividades propias de mi sexo”. Don Héctor fue un cuentista que relataba las experiencias vividas en su larga vida de abogado litigante. Sus historias eran historias de tribunales, de cárceles, de jueces, policías y delincuentes. En sus textos, los políticos de todos los partidos no salían bien librados. Murió hace décadas y veo que pocos hoy lo recuerdan. Para mí, su literatura aún tiene muchas lecciones que ofrecernos, muchos tesoros narrativos.
Hay cuatro tipos de personas en el mundo, según mis conclusiones: los que quieren a su país pero prefieren vivir en otro. Los que odian a su país pero en él se quedan. Los que aman a su país a pesar de todos los pesares y los que critican a su país con el fin de cambiarlo, de que algún día sea un país mejor del que ahora están viviendo. La pregunta a responder, desde luego, es: ¿qué tipo de personas somos cada uno de nosotros con respecto a nuestra frontera?
Si la guerra ha vuelto a ser parte del horizonte del mundo en este siglo XXI, ¿qué podemos decir de ella como moldeadora del carácter de los seres humanos que en ella participan, que en ella viven y matan y mueren? Para muchos de los que la han estudiado a profundidad, desde el corazón de la experiencia de sus participantes, la guerra es el mismísimo infierno en marcha. Recuerdo lo dicho por el historiador estadounidense Rick Atkinson en su libro Un ejército al amanecer, que trata de la campaña de los ejércitos aliados en el norte de África entre los años 1942 y 1943: “Así pues, esto es la guerra, decían los soldados. Una desgracia en cada curva del camino”. Una desgracia, sin duda. Un entrar en la batalla sabiendo que todo está en tu contra. Un aceptar que allí, en el frente de combate, sólo están los muertos y los que van a morir. Eso fue la guerra el siglo pasado y hoy sigue siéndolo. Una frontera por cruzar a la brava. Una carnicería.
*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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