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Con el corazón roto

Matilde vive con miedo. Mucho miedo. A sus 21 años, prefiere permanecer en el anonimato.

Beatriz  Limón

Matilde vive con miedo. Mucho miedo. A sus 21 años, prefiere permanecer en el anonimato, a pesar de ser ciudadana estadounidense. Su temor no es por ella, sino por sus padres, quienes no tienen documentos para vivir legalmente en Estados Unidos.

Ese miedo, silencioso pero persistente, se ha infiltrado en los hogares de muchas familias inmigrantes. Ha calado hondo, hasta la médula. Paraliza. Duele. Deprime.

Ya no es solo una carga que llevan los adultos —aquellos que cruzaron desiertos y ríos en busca de oportunidades—, sino también sus hijos. Quienes nacieron aquí. Quienes crecieron aquí. Ahora son ellos quienes sienten el peso de políticas migratorias crueles y de una retórica que los deshumaniza.

¿Cómo seguir ejerciendo el periodismo cuando el dolor de mi comunidad también es el mío? A veces, la angustia me desborda. Las políticas que persiguen, hieren y marginan a mi gente no son una historia ajena: son una herida personal. Porque mientras narro el miedo que se ha instalado en los hogares inmigrantes, también reconozco que yo soy parte de ese temor, de esa resistencia, de esa manera de sobrevivencia.

Recientemente, el periodista Jorge Ramos visitó Arizona para impartir la conferencia “Truth Across Borders”. Al final del encuentro, le hice una pregunta que llevaba tiempo cargando, especialmente desde que la nueva administración de Donald Trump comenzó a intensificar sus ataques contra nuestras comunidades: con toda su experiencia acumulada tras décadas de reporteo, ¿cómo hacemos los periodistas para salir a cubrir la noticia cuando sentimos que el corazón se nos está partiendo?

Ramos no titubeó. “Lo que pasa es que el corazón se nos está partiendo”, dijo. “Y hay que reportar con el corazón roto. Es precisamente con ese corazón roto, con lo que estamos viviendo, con lo que sentimos, que tenemos que salir a contar lo que está pasando”.

Así que aquí estoy, recogiendo los pedazos de mi corazón como si fueran piezas sueltas de un rompecabezas. Intento darles forma, una a una, para poder alzar la frente, respirar hondo y seguir escribiendo —sobre las injusticias que se acumulan, sobre el dolor que no cesa— con la esperanza de que contar estas historias ayude a no olvidarlas.

Quizás, en un futuro no tan lejano, Matilde ya no sienta miedo. Quizás yo ya no cargue este dolor atravesando el alma. Tal vez nuestra comunidad pueda caminar sin temor a ser señalada, detenida o separada. Y quizás —solo quizás— aquellos latinos que apostaron por Donald Trump lleguen a reconocer el error, a mirar de frente el daño, a ofrecer disculpas por haber dado voz y voto a un hombre que, con cada política y cada palabra, ha desgarrado el alma de quienes solo quieren pertenecer.

Quizás es una palabra que parece demasiado lejana, para una era que apenas comienza, y que, tristemente, ya se anuncia oscura, con la mirada maliciosa de la tiranía, sin compasión, sin misericordia, sin amor.

Quizás, estos cuatro años bajo Trump pasen rápido, y no dejen heridas profundas en nuestros corazones. Quizás, solo soy una soñadora. Quizás mi melancolía me está cegando. Quizás, el sol se levante ante nosotros y nos cubra con su brillo. Quizás, Matilde se atreva a hablar con su propio nombre. Quizás, algún día decida salir a reportar sin sentir mi corazón roto.

Quizás, quizás... quizás.

*- La autora es periodista independiente para medios internacionales.

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