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Puño al aire era señal de esperanza

Puño al aire era señal de esperanza

Eran las 6:30 horas de la mañana, el vuelo proveniente de Tijuana rumbo a la Ciudad de México hacía su arribo en la terminal 1 del Aeropuerto Benito Juárez García, llegamos a la ciudad que apenas unas horas antes había sido severamente lastimada por el terremoto de 7.1 grados.



En la maleta un par de cambios, medicamentos, libreta, papel y la cámara fotográfica. Las vialidades principales se encontraban funcionando pero contrario a lo que todos conocemos de la ciudad, dominaba el silencio; los conductores eran más precavidos, con los ojos bien abiertos y sin sonar ningún claxon, en la radio del transporte no sonaba otra cosa más que el noticiero donde el tema principal no era otro más que la desgracia y todos escuchábamos con atención.



La tensa calma cambió al llegar al Colegio Enrique Rébsamen al Sur de la ciudad, donde una barrera de militares y personal de la Marina resguardaba la entrada al colegio; cientos de personas corrían de un lado a otro.



Unos encargados de recibir donativos y víveres, otros ocupados en acomodarlos, y los demás en cómo suministrarlos. A lo lejos era posible observar cómo entraban y salían de entre los escombros personas llenas de polvo, eran los rescatistas, quienes armados únicamente con casco, gafas y guantes sumaban ya poco más de 24 horas intentando salvar vidas.



“¡Van más botellas de agua!” grita un brigadista, “¡Pan y café, joven!”, ofrecía la familia Ortega a las personas, todo en un constante pero orga- nizado caos, hasta que desde adentro un rescatista levanta su puño…



Un silencio profundo deja todo en pausa: Militares, marinos, policías, brigadistas, periodistas y civiles se quedan quietos y sin decir una sola palabra.



Levantar el puño en ese lugar y en todas las zonas de derrumbe era la señal de la esperanza, la diferencia entre la vida y la muerte, el silencio permitía escuchar entre los escombros algún posible sonido que emitieran alguna de las personas que quedaron atrapadas entre los escombros del colegio.



Tan sólo después de unos minutos se bajaba el puño, era la señal de que se podía continuar, las personas corrían de un lado a otro en su misión de ayudar, los medios de comunicación comenzaron a narrar los trágicos hechos en distintos idiomas a diversos países y localidades del mundo, lo que se vería reflejado tan sólo unos días más tarde con la llegada de brigadas de rescate de varios países.



En las calles de la Condesa, una nube de polvo dejaba su huella en la vegetación, pintando todo de color gris, el mismo color que describía emocionalmente al País entero, en la calle Ámsterdam decenas de militares ya resguardaban el área donde colapsaron varios edificios, mientras que a tan sólo unos metros, en el parque México brillaba un color naranja radiante, que se movía de un lado a otro, eran los chalecos de los cientos de brigadistas que de mano en mano pasaban barrotes, agua, víveres y herramientas a las personas que trabajaban entre los escombros.



La vida y la muerte, todo estaba junto, la complejidad de una situación desgarradora que dio paso a la esperanza, con una sociedad que se olvidó de todos sus complejos para salir a la calle y mostrar su lado más humano, demostrar que aún quedaba esperanza.



ZONAS DEVASTADAS



En la delegación Xochimilco las cosas no eran más favorecedoras, sobre todo en San Gregorio Atlapulco, una comunidad que resultó severamente lacerada, donde familias completas se quedaron sin un hogar ni un techo, elementos de la Marina recorrían el poblado para determinar qué inmuebles ya no eran habitables y solicitaban a los habitantes salir de inmediato para evitar que hu- biera más pérdidas de presentarse otro sismo.



100 kilómetros al Sur la devastación era mayor, Jojutla de Juárez en Morelos dejaba ver un paisaje apocalíptico donde la calle principal guiaba directo a las edificaciones colapsadas, con grietas o cuarteaduras, vehículos aplastados por las losas de concreto que cayeron, postes de luz y servicio eléctrico en los suelos y viviendas derrumbadas.



Pero si algo caracterizó a estas dos comunidades es que sus pobladores fueron quie- nes comenzaron con las labores de retiro de escombros.



Las caras sucias de los brigadistas que poco a poco llegaban se mezclaban con las de los pobladores quienes pasaban de mano en mano las grandes y pesadas rocas para tratar de liberar los caminos y así la ayuda pudiera fluir, hubo quienes lo perdieron todo y aun así se sumergían entre los escombros de las casas que habían colapsado.



Un plato de arroz con frijoles y café ofrecía Nadia Parra a todo aquel que lo necesitara, a tan sólo unos pasos se regalaba ropa para los damnificados, mientras que las camionetas y pick ups llegaban llenas de personas para colaborar con los pobladores a tratar de levantar el lugar.



Fueron 38 edificios colapsados y cientos de viviendas tan sólo en la Ciudad de México y Morelos, donde la gente tomó las calles que se encontraban grafiteadas con leyendas de “peligro” o “inhabitable” para colaborar de alguna manera, demostrando que se puede actuar con dignidad, humanidad y valentía por el bien común de las personas, tomando en cuenta que el llamado de auxilio se extiende en los diversos municipios de Oaxaca, Morelos, Guerrero, Puebla, Ciudad de México y Estado de México.


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