“Me pesa mucho no haberle podido dar un último abrazo”
La Fiscalía General del Estado no ha podido brindar una sólida línea de investigación en el caso de la desaparición del abogado Hugo Fonseca Meza, ocurrida en septiembre del 2015
Mexicali, Baja California.-Hugo fue el primer hijo de María Meza, quien lo describe como tierno y muy apegado a sus padres, especialmente a su mamá. Maduro desde niño, con un semblante serio, pero juguetón, era el niño ordenado, que siempre cuidó a sus demás hermanos.
Le hacían feliz los juguetes, particularmente los carritos, con los que jugaba en las escaleras de su casa al llegar de la escuela, recuerda su mamá. Sus travesuras eran inocentes y eran algo que sus padres miraban con ternura.
Siempre fue alegre, buen estudiante y le gustaba mucho leer. Cuando creció, le prometió a su mamá que un día sería magistrado, que era su sueño en la vida, pero no pudo llegar a cumplirlo.
El abogado Hugo Fonseca Meza desapareció el 10 de septiembre del 2015 junto con el abogado Jesús Alberto Zambrano Vizcarra. Desde entonces, se desconoce su paradero.
Sabía escoger a sus amigos
María recuerda a su hijo Hugo como amigable, pero también escogía bien a sus amigos, y por ello llegó a tener unos cuantos, pero de los buenos. “Yo prefería tenerlos aquí, a todos sus amigos, a que él se fuera, aunque luego se hizo muy fiestero, le gustaba mucho la fiesta”.
Cuando terminó la preparatoria, quiso estudiar Derecho. A su madre le dijo que su meta era llegar a ser magistrado. Hugo consiguió trabajo en los negocios de unos familiares y con la ayuda de sus padres logró pagarse la carrera en una universidad particular de la que salió con honores.
Al terminar la universidad comenzó a trabajar en notarías públicas, posteriormente con un juez, además de conseguir dar clases en una universidad. Tomó varios cursos y posgrados, hasta que logró crear su propio despacho junto con Jesús Alberto Zambrano Vizcarra.
El banquillo vacío
Cuando Hugo llegaba a casa de su mamá, el primer sitio al que entraba era a la cocina. Hurgaba en las gavetas de la alacena en busca de totopos. Si encontraba, se los preparaba con chile y limón y se sentaba en la orilla de la barra.
Si no, se acostaba en un sillón de un pequeño cuarto de la estancia, a descansar o a ver la televisión, mientras llegaba la hora de atender el siguiente compromiso laboral. María atesora estos dos espacios donde tuvo a su hijo, pero también siente su ausencia en cualquier lugar de la casa.
Él era un niño muy ordenado. Yo me admiraba porque nosotros, los otros dos hijos, para nada, para nada, a él siempre le gustó el orden. Ya después, de grande, cuando venía, si encontraba la casa me reclamaba que si no había hecho nada, yo le recordaba que dijo que cuando él trabajara, me pondría a alguien que me ayudara, y ahí nos agarrábamos”, recuerda con una sonrisa.
Le dije: cuídate
En septiembre de 2015, María y unos familiares se fueron de viaje a Cancún. Hugo quedó de ir a despedirse, pero ella tuvo una salida de última hora y él no la encontró en casa. Se llamaron por teléfono y ella le dijo que se vieran cuando volviera, también que se cuidara y cuidara a su nieta.
“Me pudo tanto, tanto, no haberlo mirado ese día (...) pero al menos, yo pienso que le hubiera dado un abrazo, un abrazo, y me pesa mucho no haberle dado ese abrazo”, expresa entre sollozos.
A los tres o cuatro días de su viaje, sus familiares le dijeron que debían regresar de urgencia a Mexicali. Para no preocuparla de la realidad, le dijeron que era porque en Cancún habría un tsunami.
Cuando llegaron a su casa vio a muchos familiares reunidos fuera, algunos de Estados Unidos. Su pecho se aceleró cuando miró solo a su hija ahí. “Con verle la cara a mi hija supe que algo había pasado, y se me vino a la mente mi hijo: ¿qué pasó con Hugo? Él tenía desaparecido ya dos días”.
A veces quisiera olvidarlo todo
Para María es doloroso recordar ese día, pero igualmente lo es el no saber qué fue lo que pasó y que las autoridades no puedan dar claridad a su caso.
“Hay veces que quisiera que me diera la enfermedad del Alzheimer para no estar pensando, pensando mucho”, comenta. “No sé si le hayan hecho daño o no le hicieron daño, dónde lo tenían, si pasó hambre o no”
A mí de primero me llegaron a decir que mi hijo andaba mal, me llegó a decir uno de los agentes, y después que no, que no se sabía nada, ni bueno ni malo. O sea, nunca, nunca me han dicho una verdad, ya sea buena o mala, no importa, pero yo saber al menos qué pasó, qué pasó con mi hijo, porque es muy desesperante y doloroso no saber qué pasó”.
A María la citan cada cierto tiempo en la Fiscalía, pero para decirle nada sobre el avance de la investigación. Luego se dio cuenta que este mismo discurso, casi ensayado, se lo dicen a otras madres buscadoras o a quienes acaban de reportar una desaparición.
Siempre habrá un hueco en esta casa
Al igual que en el caso de Imelda, para María comenzaron a llegar los nietos y la familia fue creciendo, pero siempre quedó ese espacio vacío que Hugo dejó en su hogar. Las navidades, cumpleaños, fiestas de Año Nuevo y Día de las Madres ya no han vuelto a hacer lo mismo.
“Yo de primero ni quería ni salir, para mí, la Navidad era muy triste; cuando pasó lo de Hugo, yo dije que no iba a volver a arreglar para Navidad hasta que mi hijo apareciera”, comenta. “Aquí hacemos cena y todo, pero siempre, siempre hay un hueco aquí en esta casa porque nos hace falta mi hijo.
Cada 10 de Mayo, Hugo solía regalarle un arreglo floral a su madre. En su momento ella solía reprocharle porque estas se marchitaban rápido y le pedía que le regalara alguna otra cosa, como una bolsa o ropa. Ahora no sabe lo que daría por volver a ver un detalle de flores de su hijo.
Lo veía en todas partes
Poco después de la desaparición de Hugo, cuando María comenzó a salir a la calle, solía ver en todas partes a su hijo, ya sea caminando en la calle, conduciendo un vehículo e incluso llegó a encarar a otro automovilista en la fila para cruzar a Calexico, pues se parecía a su hijo.
Con el tiempo, María aprendió a controlar esta compulsión de buscar el rostro de su hijo en las personas que veía en la calle. Un día su hija la visitó y le dijo que había soñado a su hermano que le mandaba decir a su mamá que se cuidara y que ya no le llorara tanto.
Me mandaba decir que él estaba en un lugar muy tranquilo, muy bien, que no quería que me enfermara, pero no dejo de pensar en él, también es mi hijo y me hace mucha falta; él fue el primogénito, y es muy triste no tenerlo”.
Yo también quiero pararme aquí a pedir justicia por él
“Un día veníamos a la fiscalía, mi esposo y yo, pasamos por el palacio de gobierno y había manifestantes, unas madres también, que se estaban manifestando. Entonces, me paré, miré cómo hablaban, cómo pedían justicia por sus hijos”, recuerda María.
“Dije, yo también quiero, yo también quiero pararme aquí y gritar y pedir justicia por mi hijo, gritar así como ellas”, agrega. “Ahorita somos cinco o seis amigas, que como quiera, no solo somos amigas de búsquedas, somos amigas que nos hemos hecho amigas de corazón, ya que padecemos tener el mismo dolor y todo, pero hemos formado una muy bonita amistad que es más allá de salir a búsquedas.
“Me ayudó bastante tener esas amigas, porque cuando uno siente que te agarra la desesperación o algo, le hablas a una amiga, y lo platicamos y hemos salido adelante porque queremos seguir luchando”.
Cada que se hace una búsqueda, pues decimos, Dios, ayúdanos, y si no encuentro a mi hijo, ayúdanos a encontrar a otro, a otra persona desaparecida, que vaya a alegrar un hogar, en cada salida llevamos la esperanza de encontrar a un ser querido, el hijo de alguien”, comenta.
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