Carlos Loret de Mola

Ya nadie está metiendo las manos. La oposición está desaparecida y desmoralizada. Ante el aviso de que vienen atropello tras atropello ya sólo se junta un puñado de gente en la calle.

El hijo del gobernador Durazo es amigo íntimo del hijo del dueño de una megaempresa china fabricante de gorras que hasta cotiza en la Bolsa de Hong Kong.

Lenia Batres es ministra de la Corte, quiere reelegirse y ser presidenta de la Suprema Corte.

Si Claudia Sheinbaum fuera venezolana no sería presidenta del país.

En “el país más democrático del mundo” la oposición política es simbólica.

La presidenta Sheinbaum está haciendo malabares para sostener un castillo que se está derrumbando. Es el castillo de naipes que su antecesor López Obrador bautizó como “humanismo mexicano”.

Los gobernadores salieron frustrados de la reunión con la presidenta Sheinbaum, según me han confiado varios. Unidos, pero frustrados.

Adán Augusto y Monreal se están peleando por dinero. Dinero que no es suyo, pero que asumen es suyo. No son los 123 millones de pesos de presupuesto que no llegaron al Senado porque los recortaron en la Cámara de Diputados.

Si Donald Trump quiere hacer una “invasión suave” en México, ya va a tener al hombre ideal de avanzada en territorio nacional: un exmilitar formado en el cuerpo de élite de las Boinas Verdes que trabajó veinte años en la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Déjeme empezar por lo malo. Es cierto que el Tren Maya costó el triple de lo que se presupuestó. El presidente López Obrador prometió que costaría 150 mil millones de pesos y ya superó los 550 mil millones de pesos.

Recuerdo que cada diez minutos se escuchaba una explosión.

Mujer, científica, ambientalista. Mejor que calca, autoritaria y bajo sospecha de coludirse con el narco.

Tomó 43 días corroborar las sospechas: hay un diputado, un senador y un presidente, y se llama Andrés Manuel López Obrador.

La oposición mexicana debería estar prendida de los medios de comunicación de Estados Unidos.