Guarijíos caminan bajo la sombra de Los Pilares
Tal como si estuvieran bajo el resguardo de Los Pilares, gigantes de roca que reposan inmóviles pero imponentes en el camino de San Bernardo a Mesa Colorada, en plena Sierra Madre Occidental, ahí viven los guarijíos.
Esta etnia sonorense, que habita entre los municipios de Álamos y Quiriego, en la frontera con Chihuahua, vive inmersa en su mundo, rodeada de una belleza natural sin igual que realzan las alfombras de amapas, cactus y palo verde en sus cerros.
Se han mantenido ahí desde antes del siglo XVI, previo a La Conquista, gracias a la vida que origina la lluvia que hace correr sus aguas por el majestuoso cauce del río Mayo sin querer salir de su territorio y volteando muy poco a las grandes ciudades, pese a la difícil situación económica y pobreza que enfrentan.
“Aquí hay muy pocas oportunidades, los padres manejan la artesanía, ganadería, algunos tienen ovejas, chivas y de ahí compran sus alimentos”, expresó Gildardo Buitimea Romero, promotor cultural de Mesa Colorada, de origen guarijío.
El investigador Jesús Armando Haro Encinas, quien ha dedicado parte de su vida a esta comunidad, señala que en la actualidad hay más de 2 mil guarijíos en Sonora y más de 3 mil viven del lado chihuahuense.
Los de Sonora habitan dispersos en varios pueblos de la Sierra, aunque la mayoría se encuentra en la región de Mesa Colorada, ubicada a poco más de tres horas en automóvil desde el municipio de Álamos, entre veredas y caminos sinuosos.
El eco de su voz entre los miembros de la etnia dice lo mismo en repetidas ocasiones: Quieren trabajo, mejor atención médica y transporte accesible hacia sus comunidades.
Una vez al año y sólo por dos meses tienen la oportunidad de trabajar en el programa de empleo temporal en caminos y carreteras de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT).
El resto del año no hay trabajo formal que les genere ingresos, salvo para aquellos pocos que logran emplearse en ranchos de la región o para quienes salen hasta los campos agrícolas.
La mayoría se quedan en casa a buscar el sustento en la naturaleza, pescan cuando el río Mayo trae agua, siembran maíz, frijol y algunas hortalizas en temporada de lluvia, recolectan nopales, quelites y algunos frutos del monte, apenas para el autoconsumo y a veces ni para eso.
Otros pocos, hombres y mujeres, se dedican a la artesanía, actividad que les deja unos pesos para cubrir algunas de sus necesidades básicas y darse pequeños, muy pequeños gustos.
Pocas veces tienen dinero, la base de su alimentación es la tortilla de maíz, comen tacos de nada o en ocasiones con un poco de frijol. La carne de venado o de jabalí la llegan a probar cuando cazan, la de res es un lujo, sólo para las fiestas.
Lo cierto es que pese a las carencias nunca falta una tortilla que mantenga de pie a esa raza fuerte, de gente amable, bromista y de fácil sonrisa.
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