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El Imparcial / Sonora / Marcela Fernández de Gándara

“Entre el Sol y la Luna”

Marcela Fernández Aguilar nació en Hermosillo, Sonora el 30 de noviembre de 1947, hija de José Ramón Fernández y Luisa Aguilar de Fernández.

“Entre el Sol y la Luna”

De origen español, su padre llegó a tierras mexicanas a los 17 años, habiendo estudiado solamente hasta sexto de primaria y más tarde, se convertiría en uno de los más prominentes empresarios del sector industrial en Sonora; Marcela tuvo una infancia feliz, repleta de juegos y recuerdos.

“Mi papá llegó de España traído por un tío y aquí se quedó; se casó con una mexicana que se llamaba Luisa Aguilar Espinoza”, contó alguna vez sobre sus orígenes.

Por otro lado, en palabras de la propia Marcela, su madre fue una mujer muy simpática, que destacaba por tener constantemente anécdotas que platicar, siempre contando historias interesantes.

“Entonces, yo siempre viví entre esas dos personalidades diferentes, el Sol y la Luna”, afirmó.

Así, creció y se fue formando entre dos padres que tenían maneras distintas de ver el mundo pero que a la vez, se plantearon un mismo objetivo: construir una familia sólida.

“Mi abuelo fue siempre un hombre muy trabajador, muy visionario; cuando empezó a trabajar en el molino dijo: ‘Bueno, ¿cuántos problemas tiene el molino? ¿100? Pues para mañana, va a tener 99; para pasado, 98, y así me los voy acabando todos uno a uno’, relata Luisa Alejandra Gándara Fernández.

También con el ejemplo de sus padres, desde muy joven Marcela descubrió su vocación por ayudar al desarrollo de su comunidad desde su adolescencia, distinguiéndose por su inquietud para encontrar modelos actuales de apoyo y fortalecimiento, poniendo en el centro a la persona, su familia y su entorno.

Grandiosa al piano

Siempre dedicada y ávida de aprender cosas nuevas, realizó sus estudios de primaria hasta preparatoria en el Instituto La Asunción, en la Ciudad de México.

“Nunca fui una muchachita adolescente rebelde, siempre fui obediente; bueno, a él (su padre) se le hacía muy elegante el piano y a través de él, era la manera de relacionarme con mi papá”, compartió Marcela Fernández.

De regreso a Hermosillo, ingresó a la Escuela de Disciplinas Musicales de la Universidad de Sonora y, a partir de entonces, el arte se volvió cada vez más parte de su existencia.

Desde muy niña poseía un inigualable talento para el piano, mismo que impulsó de la mano de la inolvidable maestra Emiliana de Zubeldia.

Al contar apenas con diez años de edad, ofreció un concierto en el auditorio de la Unison acompañada de la sinfónica de Jiménez Caballero, de Guadalajara, Jalisco; el evento fue para recaudar fondos en beneficio de la Cruz Roja Mexicana.

“Cuando tocaba Marcela, se electrificaba toda la sala; nada más de oír una sola tecla tocada por ella, ya electrizaba, ésa era Marcela en el piano; Marcela era el arte de tocar”, recuerda Leticia Varela, quien fue su compañera de clases y ahora es presidenta de la Fundación Emiliana de Zulbedía.

De hecho, sus seres queridos recuerdan cómo la niña tan pequeña dejaba todos sus juegos una vez que escuchaba: “Ya llegó la maestra Emiliana de Zubeldía”. Entonces, salía corriendo feliz rumbo al piano.

Era el momento del día que esperaba. Su pasión por el piano, instrumento en el que era totalmente disciplinada y entregada incluso hasta los últimos días de su existencia, era inigualable.

“Desde muy joven era así, con esa visión de ser pilar de su familia; ella era una niña muy alegre, muy traviesa, como todas las niñas, pero tenía una cualidad: siempre decía la verdad”, comparte a su vez su prima Irma Gloria de Escalante, quien además de haber crecido junto a ella, por muchos años la acompañó en sus andanzas, proezas e iniciativas de beneficencia.

Con entusiasmo, relata también cómo subirse a los árboles del jardín de su casa, jugar y por supuesto, tocar el piano eran parte de los días de niñez de ambas.

“Quería muchísimo a Emiliana de Zubeldía. Se sentaba en el piano y se ponía derecha, como que se transformaba, o sea, el piano la transformaba y empezaba a tocar. A veces me decía que tocara siquiera una de las teclas para que sintiera algo de lo que ella sentía por el piano. Quería regalarme la emoción que ella sentía”, reitera Irma Gloria.

Además de la música, la pintura y el arte en general fueron parte de su inquietud y aunque no pintaba, sus esfuerzos por impulsar el arte fueron constantes y contundentes.

Ella sí “fue pareja”

Por creencias de su padre, quien tenía la firme convicción de que sólo los varones debían tener una carrera, Marcela no pudo dedicarse más a sus estudios profesionales; sin embargo, nunca se detuvo; como ella misma decía: siempre estaba estudiando, aún años después, en su enfermedad.

“No me dejó estudiar carrera por dos razones: primero, porque en la carrera había hombres y segundo, porque no quería separarse ya de mí. Si yo hubiera sido hombre, no me hubiera dejado sin carrera; se le hizo muy importante que todos mis hermanos hombres tuvieran carrera y las mujeres, que fueran mamás y en su casa, que aprendieran a cocinar.

“Lo más importante para mi papá era que las mujeres fueran madres y que se casaran”, rememoraba Marcela, quien tuvo una hermana y dos hermanos: Serafina, Faustino y José Ramón.

De esta manera, desde niña, se percató de la desigualdad que había entre hombres y mujeres y planteó un rumbo distinto para sus hijos: “Yo sí fui pareja: todos mis hombres tienen carrera, todas mis mujeres también” y con esa visión, educó a todos sus hijos, quienes ahora la recuerdan con infinito amor y admiración.

“Influyó de gran manera en la persona que soy; mi mamá es mi inspiración, mi modelo a seguir, me enseñó a amar al prójimo, a tener la responsabilidad de ayudar a los demás y hoy en día la labor social y el ayudar es parte principal de mi vida. Me dedico a generar espacios de sana convivencia en las escuelas y claro, mi mayor inspiración es mi mamá”, afirma su hija Ana Marcela.

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