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La orina de ballena: el fertilizante que nutre los océanos

Los científicos subrayan que estos cetáceos no solo impresionan por sus dimensiones, sino también por su impacto a nivel planetario.

La orina de ballena: el fertilizante que nutre los océanos

Los colosos del océano desempeñan un papel clave en el equilibrio ecológico marino, actuando como fertilizantes vivos que enriquecen las aguas. Un reciente estudio ha puesto de manifiesto que estos gigantes no solo transportan nutrientes mediante sus excrementos, sino que su orina también es un vector crucial en este proceso.

Esta hipótesis tiene raíces en investigaciones previas. Un estudio de 2010 reveló que las ballenas, al consumir alimento en las profundidades y excretar en la superficie, contribuyen significativamente al crecimiento del fitoplancton, base de la cadena alimenticia marina.

Las nuevas conclusiones amplían esta perspectiva: las ballenas distribuyen nutrientes de múltiples maneras, desde la descamación de su piel hasta los restos de sus cadáveres, pasando por las placentas de las crías y su orina. De este modo, trasladan elementos esenciales desde las frías regiones polares hasta las cálidas aguas tropicales, donde se reproducen.

“El flujo de nitrógeno y otros compuestos tiene un impacto vital en la proliferación del fitoplancton y, en consecuencia, en la alimentación de diversas especies marinas”, señala Joe Roman, biólogo de la Universidad de Vermont y uno de los autores del estudio.

Publicado en la revista Nature Communications, el análisis estima que cada año, especies como la ballena jorobada, la ballena franca y la ballena gris transportan aproximadamente 4.000 toneladas de nitrógeno a regiones oceánicas con escasez de nutrientes. Además, su contribución en biomasa supera las 45.000 toneladas. Antes de la intensa caza comercial, estas cifras podrían haber sido mucho mayores.

Un sistema de transporte natural Las ballenas jorobadas realizan una de las migraciones más largas del reino animal, desplazándose desde sus zonas de alimentación en el Golfo de Alaska hasta sus áreas de reproducción en Hawái. En el Santuario Marino Nacional de Ballenas Jorobadas de Hawái, los investigadores han determinado que las ballenas duplican la cantidad de nutrientes que las corrientes oceánicas transportan naturalmente.

“Nos gusta llamarlo ‘la gran cinta transportadora de ballenas’. Funcionan como un embudo biológico: se alimentan en vastas zonas, pero se agrupan en espacios más reducidos para reproducirse y dar a luz”, explica Roman. Este comportamiento también protege a las crías de depredadores como las orcas.

Un viaje de resistencia extrema En los meses cálidos, las ballenas se alimentan en latitudes altas, acumulando reservas de grasa que les permiten sobrevivir durante su migración sin necesidad de ingerir alimento. Por ejemplo, las ballenas jorobadas del Pacífico Norte pueden engordar hasta 10 kilos al día durante la temporada de alimentación, asegurando la energía suficiente para recorrer miles de kilómetros hasta sus zonas de reproducción tropicales.

Las ballenas grises son un ejemplo de resistencia: viajan más de 11.000 kilómetros entre las aguas rusas y las costas de Baja California. Sus parientes del hemisferio sur no se quedan atrás, desplazándose más de 8.000 kilómetros desde la Antártida hasta sus áreas de cría en Costa Rica. Durante este trayecto, pueden perder cerca de 90 kilos al día, compensando la falta de alimento con la movilización de sus reservas corporales, indica EFE.

Los científicos subrayan que estos cetáceos no solo impresionan por sus dimensiones, sino también por su impacto a nivel planetario. “Solemos pensar que solo los humanos alteran los ecosistemas a gran escala, pero las ballenas han demostrado que su influencia es global”, concluye Andrew Pershing, coautor del estudio y oceanógrafo en Climate Central.

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