¿Por qué mueren las aves en los tendidos eléctricos?
Los tendidos eléctricos, sus cables y sus postes se han convertido en un elemento habitual en el entorno en el que vivimos.
Alfredo García Fernández, Universidad Rey Juan Carlos
Los tendidos eléctricos, sus cables y sus postes se han convertido en un elemento habitual en el entorno en el que vivimos. Las líneas eléctricas atraviesan montañas y llanuras y las torretas eléctricas aparecen en cualquier rincón o pueblo, alterando el paisaje.
El consumo y la generación de electricidad en España no ha dejado de crecer en las últimas décadas. Y dejará de hacerlo, especialmente por la llegada de la movilidad eléctrica y la expansión de las nuevas instalaciones de energías renovables como eólicas y fotovoltaicas.
Lo que puede ser una buena noticia para el mix energético con el aumento de las energías verdes, tiene un fuerte impacto en la biodiversidad, especialmente en las aves. Estudios recientes han estimado que entre 11.000 y 33.000 aves rapaces mueren al año por los tendidos eléctricos. Es la principal causa de muerte para varias especies, entre ellas la amenazada águila imperial ibérica, el águila perdicera y la avutarda.
Además, es probable que estos números estén subestimados debido a la actividad de carroñeros que se han habituado a recorrer los tendidos en busca de animales muertos o malheridos.
Colisiones y descargas eléctricas
Las aves sufren los tendidos eléctricos por partida doble. Por un lado, especies con gran envergadura como grullas, cigüeñas o avutardas pueden chocar contra los cables por los que discurre la electricidad, lo que comúnmente se conoce como colisión.
Por otro lado, los postes o apoyos eléctricos suponen otra amenaza para aquellas especies de aves como las rapaces, los córvidos o las carroñeras que utilizan estos lugares como oteaderos o lugares de descanso. Debido a la cercanía de cables a su zona de posada, se produce una descarga eléctrica, una electrocución.
La descarga se puede producir de dos formas principalmente: al tocar dos cables o al tocar un cable y la torreta eléctrica que se encuentra conectada a tierra. En ambos casos se provoca una diferencia de potencial y, por ende, la electricidad atraviesa el cuerpo del ave.
Paradójicamente, cuando palomas, estorninos u otras aves se encuentran descansando en el cable y no están tocando nada que genere una diferencia de potencial, no se produce descarga. En este caso la electricidad “prefiere” discurrir por el superconductor (el cable eléctrico) sin atravesar el cuerpo del ave.
Como hemos dicho anteriormente, solo cuando se unen dos elementos con voltajes distintos, las fuerzas tienden a igualarse discurriendo a través de cualquier elemento que sea mínimamente conductor. Obviamente, son las aves de medio y gran tamaño las más vulnerables a los postes, dado que pueden alcanzar diversas partes del apoyo al abrir sus alas para alzar el vuelo o al aterrizar.
Todo ello supone que los tendidos eléctricos son probablemente la causa de mortalidad más elevada para muchas especies de aves y un sumidero que todos los años se lleva por delante la esperanza de recuperación de muchas especies amenazadas.
¿Quién es responsable de estas muertes?
Según la Ley de Responsabilidad Medioambiental (Ley 26/2007), el generador de una actividad económica está obligado a evitar que esta provoque un daño al medio ambiente mediante medidas correctoras. Si esto no se cumple, se aplicarán sanciones mediante el principio conocido como “quien contamina, paga”.
Esta ley se empezó a aplicar gracias a la presión de los departamentos legales de determinadas comunidades autónomas que veían cómo año tras año las poblaciones de muchas aves iban decayendo debido a los tendidos eléctricos.
También fueron impulsores de esta ley la Fiscalía de Medio Ambiente y la Plataforma SOS Tendidos Eléctricos. Esta última consistente en un grupo de presión sobre esta temática formado por nueve entidades conservacionistas.
¿Cómo podemos evitarlas?
La solución más sencilla sería eliminar los tendidos eléctricos y que estos fueran bajo tierra, como ocurre en las ciudades. Pero su viabilidad es escasa.
Por ello, para evitar la electrocución, se exige eliminar todos aquellos elementos en tensión por encima de la zona de posada y “enfundar” con material aislante las zonas cercanas a los apoyos eléctricos.
En el caso de la colisión, lo que se busca es hacer visibles los cables para evitar que las aves choquen. Esto se lleva a cabo con balizas, que han evolucionado mucho en los últimos años.
Actualmente, todas estas soluciones al problema se encuentran homologadas y regladas por normativa expresa para ello, evitando así montajes defectuosos o con material de baja calidad. Pero igualmente, debido a un posible deterioro, deben ser revisadas trianualmente para ver si se encuentran en perfecto estado.
Los propietarios de los tendidos (compañías y particulares) actualmente saben que son los responsables de la mortalidad que se produce en sus líneas. Esto debería impulsarles a tomar iniciativas firmes para acabar con un problema de primera magnitud en cuanto a la conservación de la biodiversidad se refiere.
Este artículo ha sido escrito en colaboración con Juan José Iglesias Lebrija, responsable de Seguimiento de Especies Amenazadas del Grupo de Rehabilitación de la Fauna Autóctona y su Hábitat.
Alfredo García Fernández, Profesor de Biología y Conservación, Universidad Rey Juan Carlos
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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