La Frontera Invisible
Edward Snowden, el hombre más buscado por el FBI, la semana pasada dio una entrevista televisiva a Brian Wiliams de la NBC en la que con imperturbable lucidez, explicó sus motivos para revelar los programas masivos de vigilancia secretos que mantiene el gobierno estadounidense para obtener información sobre sus enemigos, sus ciudadanos y determinados líderes de países aliados de EE UU. Aunque muy probablemente la razón principal para reaparecer en público era flotar la idea de un posible regreso negociado a Estados Unidos. Su presentación en público ha resucitado el viejo tema del traidor y el héroe. Mientras que para el gobierno estadounidense Snowden es un traidor que al robar documentos secretos puso en riesgo la seguridad nacional revelando secretos militares, poniendo sobre alerta a los terroristas que están siendo vigilados y arriesgando la seguridad de los agentes estadounidenses antiterroristas. Para Snowden y sus abogados lo que ha hecho es defender la privacidad de los ciudadanos porque es un patriota cuya conciencia y amor a la patria le llevaron a denunciar el atropello constitucional que perpetúa el gobierno escudado en el manto de la seguridad nacional. Una caracterización que, por cierto, coincidió con la medición de la reacción de la audiencia mientras transcurría la entrevista y que al finalizar reveló que el 59% de la audiencia pensaba que más que traidor era un patriota. Por otro lado, el 41% dijo que era un traidor. Las encuestas muestran resultados mixtos cuando se le pregunta a los estadounidenses si les parece bien la intrusión del gobierno en su vida privada. La encuesta del Pew Center encontró que a la mayoría le parece más importante la protección que la privacidad. Pero la encuesta de Gallup encontró que la mayoría desaprueba que el gobierno intercepte nuestras comunicaciones, que sepa con quien hablamos por teléfono y que investigamos en la Internet. El argumento central de la defensa de Snowden durante la entrevista fue que cuando descubrió la magnitud de los programas de vigilancia instituidos por George W. Bush y continuados con inusitado vigor por Barack Obama, decidió divulgar su contenido por considerarlos inconstitucionales y atentatorios de las libertades que consagra el documento fundacional. No deja de ser irónico que el Presidente que en su discurso inaugural de 2009 rechazara “por falsa, la noción de que la alternativa es entre nuestra seguridad y nuestros ideales”, sea ahora quien la proclama como verdadera. Cuando el gobierno dice que la vigilancia debe ser secreta para proteger a los ciudadanos utiliza una retórica que contradice los valores de un sistema democrático en el que los gobernados tienen derecho a saber a grandes rasgos en qué consisten los programas de vigilancia para poder evaluar si hay un equilibrio adecuado entre privacidad y seguridad. Nadie sabía que estábamos siendo vigilados por “Big Brother” hasta que Snowden lo reveló. También tenemos derecho a saber ¿qué tipo de información recopila el gobierno? ¿Qué usos le da a esa información? ¿Cómo me aseguro de que la información sobre mi estado de salud no se hace pública? ¿Qué peligro corro por mi afiliación religiosa? ¿Cuáles son, según el gobierno, los límites a mis creencias políticas o filosóficas? En una sociedad libre, dice el profesor Daniel J. Solove de la Universidad George Washington, el individuo no tiene que justificar sus acciones o sus pensamientos ante el gobierno. Lo que el gobierno de Obama le está diciendo a los ciudadanos me recuerda el famoso Bando del Marqués de Croix quien en 1767 advertía, “deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno”. Algunos de los críticos de Snowden le reclaman con ingenua honestidad que no hubiera agotado las instancias internas para denunciar los abusos que observaba antes de hacer la filtración a los medios. Snowden dice que sí lo hizo y que de sus peticiones y protestas quedó huella en correos y discusiones con sus superiores y con sus colegas. Otros, como el Secretario de Estado John Kerry han preferido tomar el camino más despreciable y le recriminan con bravuconadas por no ser “macho” para enfrentarse a un tribunal de justicia a rebatir legalmente los cargos contra él. Un argumento ridículo y deleznable dado que Kerry y todo el mundo sabe que si regresara sería encarcelado de por vida, en solitario y sin posibilidad de defensa porque así lo dispone la Ley de Espionaje. Esa fue la experiencia de Daniel Ellsberg, cuando intentó defenderse explicando porque había copiado los documentos que evidenciaban las mentiras del gobierno de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson sobre la guerra en Vietnam. Y eso fue también lo que le sucedió a Chelsea Manning, el soldado que reveló algunas de las atrocidades del ejército estadounidense en Iraq, cuando el juez militar la declaró culpable de manera sumaria, sin permitir que explicara los motivos de la filtración. *El autor es analista político. Estudió Filosofía en la UNAM. Actualmente escribe en 19 periódicos de 12 países.
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