Educación
Por el derecho a la libertad de expresión. El jueves volví a cumplir años en el fatídico día de los enamorados y la amistad. Llego con toda alevosía y ventaja a los 69 años, sintiendo que se han pasado tan rápido, que las emociones y los hechos que viví se han esfumado sin dejar un rastro perseguible. No he vivido tan despreocupado como ese sujeto que miro desde la ventana de la biblioteca, recostado en el césped del parque anegado por la intensa lluvia. Por el contrario, el tiempo me ha afectado y lo que sucede aquí o allá ha repercutido en mi vida. No creo que nadie pueda escapar de los difíciles tiempos que estamos viviendo ni de los históricos que ya vivimos. No, cuando quienes son los protagonistas ven más por ellos que por el resto del mundo. Mis primeros años de vida los pasé en Tecate, a donde llegué a los 10 meses de nacido, procedente de Nogales, Sonora. En esas épocas nuestra ciudad tenía entre 8 mil y 10 mil habitantes, y un clima excelente que podía diferenciarse estación por estación. La calle principal, que se convertía al Este y al Oeste en una carretera, abrió el paso al comercio más elemental y a las viviendas que habitaron las familias que las poblaron. Todos nos conocíamos y sabíamos a qué nos dedicábamos cada uno. Ahora son otras las condiciones de la vida en mi ciudad. La incertidumbre, el miedo, la delincuencia, la violencia y el abandono de las autoridades nos han dejado en un estado de inseguridad terrible y constante. Uno debería de estar en condiciones de decir, después de haber vivido casi siete décadas, que todo ha sido para bien y que valió la pena. Pero, la verdad, no podemos estar seguros ni siquiera de poder tener un poco de tranquilidad inclusive dentro de nuestras propias casas. El escepticismo nos tiene atemorizados. Cuando nuestros hijos o nietos salen a divertirse, los estamos en realidad dejando al azar, porque en cualquier momento puede una bala perdida o una dirigida diréctamente hacia ellos, terminar con sus vidas. Quienes son responsables de darnos seguridad se han convertido en parte de nuestros victimarios. Las policías -de todas las corporaciones- no son confiables. Nadie puede ni debe atenerse a su buena voluntad. Son impredecibles y buscan primero su beneficio personal y, después, pero muy después, cumplir sus obligaciones. En esa misma situación están las autoridades electas que han traicionado implacablemente a los ciudadanos, y se han enriquecido hasta el cansancio. Mientras tanto, el inexorable tiempo sigue, indiferente, su camino hacia el infinito, dejando que nos perdamos, los mortales, en la serie de vivencias positivas o negativas. En el lapso que vivimos todo puede suceder y debemos, pese a todo, agradecer que contamos con una familia y un prestigio que mantener. Nada más va a servirnos mejor. Nada nos fortalecerá como lo hace estar al lado de quién nos quiere. Los pequeños placeres de vernos sanos y cercanos, pueden al final del día, ser la fortaleza que necesitamos para seguir viviendo. Vale. * El autor es Lic. En Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.
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