El presente es el pasado en que vivimos
La frase que da título a este artículo fue válida en el siglo XX y lo es todavía más en nuestro siglo XXI.
La frase que da título a este artículo fue válida en el siglo XX y lo es todavía más en nuestro siglo XXI. Vivimos el presente como un tiempo que nos limita y por eso, gozosamente, saltamos hacia el pasado para experimentar el mundo desde otras edades, culturas y civilizaciones. Tan poco nos apetece una realidad llena de terroristas, pandemias, desastres naturales de todo tipo, conflictos bélicos y sociedades corruptas, que ansiamos recapturar otra forma de ser, vivir, trabajar o ser honorables, cualquier cosa menos la nuestra, la de nuestro aquí y ahora. Es cierto que no es cosa actual. El anhelo por volver al pasado, como si el pasado fuera una edad de oro donde todo funcionaba bien o la humanidad era más humana que la actual, es sólo un autoengaño, por supuesto. Pero eso no nos detiene por andar corriendo en busca de otros ambientes, de eras anteriores que juzgamos, correcta o erróneamente, mejores que la nuestra.
Muchas veces, estos viajes al pasado se dieron en forma de relatos, de novelas, como ocurrió en el siglo XIX, cuando la industrialización acelerada hizo que muchos añoraran los buenos tiempos de la Edad Media, con sus impecables caballeros y sus damas virginales. Una edad media que, para ser precisos, nunca fue así excepto en las novelas de Walter Scott. El caos social siempre estuvo presente en el desarrollo de la humanidad tal y como la conocemos. Y a esto podemos agregar las plagas, las pestes, las guerras, las invasiones, las masacres, la esclavitud como un derecho inalienable, el sometimiento y exterminio de los que no profesaban la misma religión o no compartían los mismos mandamientos y normas comunitarias. Y añado lo obvio: los desastres naturales siempre estuvieron presentes como castigos divinos o terrores sagrados. Pero si pensamos en las erupciones volcánicas en el Mediterráneo, que destruyeron la cultura minoica, o la tan conocida tragedia de la explosión del Vesubio que puso fin a las poblaciones de Pompeya o Herculano, o el terremoto de Lisboa que hizo añicos a toda una capital europea, podemos darnos cuenta que el pasado fue tan violento, imprevisible y caótico como lo es nuestro presente y sus tsunamis en Japón e Indonesia, sus magnos incendios forestales en Australia, Turquía, Portugal, Siberia y California y sus inundaciones masivas en China, Haití, Alemania o Nueva Orleans.
La historia de la humanidad ha sido una catástrofe sin fin. ¿Para qué negarlo? Pero también fueron pruebas fehacientes de la resistencia humana a los contratiempos de su entorno. Pensemos en las guerras: la república romana sobrevivió a batallas desastrosas, a invasiones cartaginesas y el propio imperio romano pudo, por siglos, enfrentarse a la llegada de olas sucesivas de pueblos nómadas que, finalmente, lo destruyeron casi por completo. Y sin embargo, el pasado es nuestro sueño colectivo: lo buscamos y si no, lo inventamos en multitud de novelas, películas, series de televisión y videojuegos. Queremos vivir, sin importarnos si es sólo un simulacro, entre los samurái japoneses del siglo XVI, entre los colonizadores del viejo oeste del siglo XIX, entre los árabes y europeos del tiempo de las cruzadas, entre los soldados que van a combatir el fascismo y el nazismo en plena Segunda Guerra Mundial.
Cualquier tiempo que no sea nuestro tiempo es bienvenido. Y si lo pensamos con amplitud de miras, incluso el futuro es apetecible. Lo que sea menos la vida contemporánea, la experiencia de contemplar la agonía de un mundo que se desliza, inexorablemente, hacia su propia aniquilación. En nuestra época, los augurios abundan y, por eso mismo, las señales del fin nos recuerdan a los profetas milenaristas, a los predicadores de la destrucción del mundo que proliferaron cuando se acercaba el año mil en la Europa de entonces. Ahora es lo mismo: muchos auguran que el tiempo se nos termina, que los años que nos quedan para revertir el estado de deterioro del ecosistema global antes de que sea demasiado tarde son pocos y nadie hace nada al respecto.
Yo tengo fe en que las cosas no están tan desesperadas como creemos, pero es sólo una intuición y no una certeza. De lo que estoy cierto es que vivimos tiempos interesantes, siempre y cuando recordemos que esa frase es una maldición y no un análisis. El pasado, pues, nos llama, nos obsede. Pero sólo contamos con el presente, el que entre todos hacemos, para construir una realidad habitable. ¿Quién apuesta a nuestro favor? ¿Quién en nuestra contra?
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí