Higiene y basura
Cuando el ser humano dejó de ser nómada y comprendió que para sembrar, regar, cuidar y cosechar, había que permanecer mucho tiempo en el mismo lugar y que ello implicaba la construcción de viviendas con materiales poco perecederos, para no tener que estarlas reparando y reconstruyendo cada año lo llevó a ser sedentario y se enfrentó a dos importantes problemas que antes no había tenido que enfrentar.
Cuando el ser humano dejó de ser nómada y comprendió que para sembrar, regar, cuidar y cosechar, había que permanecer mucho tiempo en el mismo lugar y que ello implicaba la construcción de viviendas con materiales poco perecederos, para no tener que estarlas reparando y reconstruyendo cada año lo llevó a ser sedentario y se enfrentó a dos importantes problemas que antes no había tenido que enfrentar. El primero tiene que ver con el éxito del fenómeno agrícola: la relativa certidumbre de que se tendría alimento para el futuro, determinó que más y más gente se dedicara a lo mismo. ¿El resultado? Que las comunidades sedentarias empezaron a crecer, y con frecuencia esa expansión no correspondía a miembros de la misma familia, clan o tribu. De nuevo, por primera vez el hombre tuvo que enfrentarse al conflicto de convivir con personas cuyo origen, nombre y malas mañas desconocía. Para enfrentar las complicaciones fruto del urbanismo, se crearon el Estado y las religiones oficiales. Sólo a golpes, y con el temor de un posible diluvio, era posible tener un cierto sentido del orden entre desconocidos. El segundo problema importante del sedentarismo fue que, debido a la permanencia de comunidades relativamente grandes en un mismo lugar, el qué hacer con los desechos se volvió un asunto serio. Empezando por la cuestión de los despojos dejados por las necesidades más perentorias. Habría que recordar que esos beneméritos inventos que son el excusado y el drenaje sanitario tienen menos de 160 años. Ese reto en particular lo resolvió cada civilización de acuerdo a su ingenio o imaginación. De hecho, en algunos casos esas tecnologías definían a la civilización. Durante varios siglos, la obra que los romanos le presumían a los visitantes no era un templo, foro o edificio público, sino la Cloaca Máxima, el drenaje profundo de la Ciudad Eterna, sistema que aún se utiliza. Cabe hacer notar que durante milenios la basura como tal era más bien escasa. La vida humana, en el siglo XVII, seguía siendo “solitaria, pobre, sucia, brutal y corta”. Muchos de esos adjetivos se debían a que la mayor parte de la Humanidad no nadaba precisamente en la abundancia. Los recursos eran pocos, la escasez frecuente y los desastres naturales y humanos estaban siempre presentes. No se desperdiciaba nada porque resultaba difícil hacerse de cualquier cosa, ya fuera de uso cotidiano o de aparente lujo. Un campesino europeo o hindú o novohispano del siglo XVII, podía aspirar a tener menos de una decena de cambios de ropa en su vida, no existen evidencias que la gente anduviera buscando comida en la basura, porque nada comestible iban a encontrar en ella. En Roma había vías de saneamiento, pero solo para aguas residuales. Los desechos de comida se les daban a los animales y esclavos, en tal caso la comida se dejaba pudrir en la tierra, materiales como el papel de los documentos al pasar el tiempo se quemaban. A decir verdad, no había gente encargada de la limpieza. Lo cual no quiere decir que las ciudades fueran muy limpias. Al crecer éstas, la gente disponía de la basura en la calle misma. El grito de “¡aguas!” mostraba la buena educación de quien avisaba a sus coterráneos que desde la ventana iba a arrojar los productos líquidos de la noche anterior. Los sistemas sanitarios eran inexistentes, lo mismo que la recolección de basura. Lo mejor que le pudo pasar a Londres fue haber sido arrasado por un incendio en 1666, lo que acabó con el hacinamiento, la promiscuidad, las ratas y su principal consecuencia, los periódicos brotes de peste. En las ciudades, las tareas de limpieza se limitaban a las vías principales, como las que recorrían los peregrinos y las carrozas de grandes personajes que iban a ver al Papa en la Roma del siglo XVII, habitualmente muy sucia. Tampoco las ciudades españolas, francesas o inglesas destacaban por su limpieza. Había una costumbre que los vecinos arrojaran a la calle por puertas y ventanas las aguas inmundas y fecales, así como los desperdicios y basuras.
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