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Juan Jacobo Baegert y el fracaso misional

Hay una escena que me parece idónea para entender las obras históricas que muchos jesuitas escribieron sobre nuestra península durante el transcurso del siglo XVIII.

Hay una escena que me parece idónea para entender las obras históricas que muchos jesuitas escribieron sobre nuestra península durante el transcurso del siglo XVIII. Ocurrió el 3 de febrero de 1768, cuando dieciséis misioneros jesuitas de la Baja California, que estaban reunidos en Loreto, fueron embarcados para su expulsión definitiva del imperio español. Pero detengámonos en el momento mismo en que todos ellos, desde la cubierta de la embarcación, ven alejarse las costas bajacalifornianas y contemplan, bajo el embate de la brisa marina, el lugar de sus afanes y trabajos por última vez. ¿Qué pensaron de su labor misional? ¿La vieron como una tarea inconclusa, como una derrota política, como una prueba puesta por dios para probar su fortaleza espiritual?

No perdamos de vista que entre los que se agrupan en el barco, entre los que se juntan para ver Baja California en la distancia por última vez, están Juan Jacobo Baegert, Miguel del Barco y Lucas Ventura. Podemos especular que, en esos instantes, entre las plegarias que salían de sus labios aceptando la voluntad divina, también iba apareciendo el deseo de retener en su memoria lo que fue de su orden por setenta años. Y de esa manera, quizás entonces comenzó a formarse en varios de ellos la idea de que, tarde o temprano, deberían contar su versión de los hechos, narrar las peripecias y percances por los que pasaron en aquella península que tantos quebraderos de cabeza les ocasionó, relatar la verdadera historia de su empresa misional. O quizás todo ese anhelo sólo llegó hasta ellos mucho después, cuando ya estaban exiliados en Europa y la nostalgia por lo perdido irremediablemente fue el acicate de su escritura, el motivo de su tarea. O podemos considerar otra clase de estímulo: la publicación de Noticias de la California (1757) de Miguel Venegas y Andrés Marcos Burriel, que los hizo reconsiderar su periodo como misioneros en el Nuevo Mundo y las causas de su fracaso.

Por eso 1757 es un año clave para la historiografía bajacaliforniana. La piedra miliar de todo lo que vendría a continuación. Tomemos el caso de Juan Jacobo Baegert, el primero que saltó al ruedo de las publicaciones. Y veamos lo que dice en el prólogo de su obra, titulada Noticias de la península americana de California, publicada en alemán, en Mannheim en 1772, apenas cuatro años después de su partida y cuando aún debía tener frescas los hechos que vivió de primera mano. Hay que considerar que, en la forma de contarnos su historia, Baegert no es la solemnidad en persona, como Venegas y Burriel lo fueron, sino el desparpajo, la arrogancia, el sentido de que yo tengo la razón y nadie más. Y a veces, desde sus primeras palabras, el desdén por el tema a tratar, como si su autor lo hiciera a fuerzas porque no le queda otra, porque quiere poner las cosas en su lugar y a pesar suyo sobre lo que fue la vida misional en aquella remota región del mundo

La obra de Baegert es más un estudio personal que un informe general, más un retrato de cuerpo entero de su creador que un tratado objetivo para uso oficial. Por más que defienda a los jesuitas, lo que este sacerdote defiende es sus opiniones, sus puntos de vista, sus prejuicios, que eran los de la mayoría de sus contemporáneos, para quienes los indios americanos sólo eran una multitud de paganos primitivos, distantes de la civilización, sin la capacidad de raciocinio del hombre occidental, a lo más criaturas exóticas para exhibiciones públicas. En esta ubicación ideológica, Baegert es un colonialista que contempla a sus colonizados como seres inferiores. Un misionero que no encontró en los habitantes de la California ni una huella de civilización, lo que habla más de los prejuicios occidentales, de superioridad racial, de este misionero alemán que del temperamento real de los indios bajacalifornianos que describe con tanto enfado como indolentes, apáticos, ladrones y desvergonzados. Baegert no deja de expresar su hartura con los californios, su indignación porque no se comportan como debieran hacerlo ante los representantes de Jesucristo en la tierra, porque actúan como niños desobedientes, como gente malcriada, irracional. Es la visión de un alemán que se siente superior a los americanos nativos y tiene ganas de decirlo a tambor batiente. Su libro es racismo puro escrito con franqueza y brusquedad: ciego a otras culturas, fiel a sus propios prejuicios.

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