Itzel Martínez y Fernando de la Rosa
Itzel Martínez y Fernando de la Rosa. Si vemos a una cineasta como Martínez nos percatamos de que, al igual que con Soto y Trujillo, estamos ante una documentalista que, además, es promotora cultural a través de festivales.
Itzel Martínez y Fernando de la Rosa. Si vemos a una cineasta como Martínez nos percatamos de que, al igual que con Soto y Trujillo, estamos ante una documentalista que, además, es promotora cultural a través de festivales, como el de Bordocs Foro Documental, y es investigadora de la vida fronteriza urbana, a través de la coordinación del doctorado en Ciencias Sociales por el Colef. Esto es: nos encontramos frente a una autora que, como muchos otros artistas bajacalifornianos, es ajonjolí de todos los moles para mantener la presencia del cine documental en nuestra entidad. Al mismo tiempo, Martínez apuesta por un documental cercano a sus vivencias-enseñanzas-investigaciones.
Ya sea que apunte su cámara hacia la cultura popular, como en Salón de baile La Estrella (codirigida con José Luis Martínez, 19992000) y Que suene la calle (2006), que ponga su atención en los artistas locales, como en Triples trillizos (2014) o que exponga las condiciones económicas y existenciales de las familias pobres de Tijuana, sus lazos amorosos, sus conflictos entre progenitores e hijos, como en El hogar al revés (2014), Itzel sostiene una perspectiva documentalista que, sin obviar el interés sociológico, mantiene una empatía visible con el mundo que va retratando con sus trabajos visuales. Cuando contemplamos sus documentales podemos percibir que la frontera es un orbe que conoce como la palma de su mano, donde la claridad expositiva de las terribles condiciones de vida no está reñida con las emociones que nos presenta a flor de piel a través de los protagonistas de sus obras.
En los trabajos visuales de Martínez todo es cuento que se relata desde la sabiduría de la supervivencia fronteriza: con la sonrisa en los labios, con la sinceridad de quien no oculta nada. Sea un cuarto, una calle, una prisión, el patio de la escuela, el barrio que se padece y se disfruta, lo que vemos es una avalancha de actos y rituales, una crónica viva de ser niño, joven o adulto en un entorno difícil y desafiante, viviendo, jugando, soñando o amando desde las alturas de un cerro de Tijuana, desde la ventana que mira al corazón de la ciudad que a todos pertenece y arropa.
Si para Itzel, el documental es el registro vital de un problema que duele, es una verdad que debemos conocer en todas sus dimensiones humanas, para Fernando de la Rosa, el documental es todavía más que eso: es un asunto personal, es no sólo poner la realidad que te rodea, el entorno en que resides, sino que es retratarte a ti mismo en los eventos o temas que pones frente a tu cámara. Ya sea en obras como Ni contigo ni sin ti (2011) o Jalmá (2012), de la Rosa apuesta por un documental que registra, en primer lugar, lo sensible, lo íntimo, lo emotivo. Aquí las distancias entre autor y sujeto a documentar se pierden, se anulan. Lo que importa en sus obras es el diálogo que se da entre quien ve y quien es visto, entre quien graba y quien es grabado.
Documentales los suyos que no aspiran a la objetividad científica sino a la creación pura, donde la realidad y el deseo son una misma cosa, donde lo verídico y lo ficticio de dan la mano. Aquí lo que importa es la vivencia que va de la imagen al espectador. En sus obras lo comunitario, lo vivencial, lo ordinario son piezas de un rompecabezas que cada espectador debe unir a su manera. Documentales donde bestias y hombres, ruinas y recintos, soledades y aglomeraciones son un solo paisaje que va descifrándose ante nuestros ojos. Imágenes que resuenan en nosotros porque llevan la música por dentro: en sus giros y ritmos, en la luz de sus rezos y responsos.
Vistas en conjunto, las obras de este par de creadores exponen las diferentes maneras de documentar la realidad que les pertenece. Ya sea tomando distancia o asumiendo la emotividad del momento, ya sea explorando el entorno conocido de la vida fronteriza o las manifestaciones de otras culturas a punto de desaparecer, aquí tenemos un quinteto de cineastas que han logrado unir el arte y la ciencia, los recuerdos propios con la indagación histórica, los planteamientos críticos de la frontera con el entusiasmo de vivir en ella. Estos artistas nos ofrecen una certeza singular de lo que quieren comunicarnos con sus obras. Arte del tiempo en la ruta de sus luces y sus sombras.
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