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La marcha de la oposición

Una gran porción de la sociedad mexicana se movilizó el pasado domingo, llenó el zócalo de la Ciudad de México y abarrotó algunas plazas y calles de algunas ciudades del país.

Benedicto  Ruíz Vargas

Una gran porción de la sociedad mexicana se movilizó el pasado domingo, llenó el zócalo de la Ciudad de México y abarrotó algunas plazas y calles de algunas ciudades del país. Los números no importan, lo que importa es registrar el hecho de que, previo al inicio de las campañas electorales, hay una parte de la sociedad que está consciente del peligro que corre la democracia.

Es la sociedad conservadora que representa al pasado, dijo López Obrador, refiriéndose a la marcha. Sí, es parte de la sociedad conservadora que puede representar muchas cosas, pero también es una parte de la sociedad a la que le preocupa las desviaciones tiránicas del gobierno obradorista.

Es lo que más le asusta porque AMLO y su gobierno han dado pasos hacia un régimen en el que se pueden suprimir las libertades (en todos sentidos) y puede instaurarse un poder autoritario en nombre de las mayorías. Porque ahora éste es el nuevo lenguaje usado por los defensores de la 4T.

Las minorías tienen derechos, pero las que deciden son las mayorías, se repite una y otra vez en el discurso del gobierno de López Obrador. Ocultando y tergiversando lo siguiente: en el caso de México no es la mayoría de la población la que, como si fuera un cuerpo orgánico, haya decidido construir un régimen autoritario, sino que es Obrador el que ha decidido adoptar ese rumbo.

AMLO se ha puesto al frente de este discurso, promoviendo y detonando las pulsiones más autoritarias que hay en la sociedad mexicana, promoviendo la división y la confrontación, hablando de la sociedad blanca y racista versus la sociedad morena y humilde. Es un discurso que polariza y divide.

A partir de este discurso, López Obrador ha necesitado (porque eso es lo que implica) combatir a los medios y a la disidencia que puede provenir de los intelectuales, del periodismo crítico y de otros espacios de pensamiento. Todos ellos son los grandes enemigos a vencer. Ni siquiera son los partidos opositores, que en general están acabados y agotados. Los enemigos del presidente están, como sucede siempre con el poder, en aquellos con ideas contrarias a él.

Es el rasgo más acabado del autoritarismo y de las dictaduras, como puede comprobarse en los países cercanos a nosotros como son Venezuela, Nicaragua, Cuba, etc., cuyos gobiernos se han sostenido mediante el sometimiento de las libertades y la disidencia política.

La peor tragedia de México en este momento es que haya un gobierno que utilizando los mecanismos de la democracia y el voto de la mayoría, intente construir un régimen político autoritario, como lo ha expresado ya explícitamente con su propuesta de reformas.

No es la democracia de las mayorías lo que propone el presidente, sino la ambición y la perversidad de un líder político traumatizado por sus derrotas y su odio a los otros grupos de la sociedad que, por sus prejuicios y quizás por su mismo racismo, lo obstruyeron constantemente en su lucha por alcanzar el poder.

López Obrador intenta trasladar estos resentimientos y esta necesidad de venganza política a las masas más depauperadas de la sociedad mexicana, utilizando y aprovechando su pobreza y su condición de vulnerabilidad histórica. Y ha avanzado en este punto.

Y lo ha logrado también porque en el campo de la oposición partidista sigue existiendo un panismo rancio y ultramontano que, no obstante sus enormes errores y yerros, sigue ahí reivindicando las visiones que predominaron durante el foxismo y el calderonismo, gobiernos que le abrieron la puerta al populismo de AMLO.

Las visiones populistas del obradorismo se sostienen ahí, en ese legado terrible que dejaron los gobiernos elitistas tanto del PRI como del PAN. Hoy, muchos miembros connotados de esos partidos están en las listas plurinominales de diputados y senadores, con lo cual garantizan su permanencia y su modus vivendi.

Buena parte de la sociedad lo sabe. Es decir, sabe que está sola y que lo único que puede detener el avance autoritario del gobierno de Morena es la movilización y la organización de los ciudadanos para votar y vigilar que el proceso no quede en manos del gobierno.

Ahí reside el valor de la marcha del domingo. La contienda es desigual y el tiempo se agota o es muy breve. No hay muchas razones para el optimismo.

*El autor es analista político.

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