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Síndrome de procusto

En la mitología griega, Procusto (del griego antiguo Procrustes, literalmente ‘estirador’), también conocido como Damastes (‘avasallador’ o ‘controlador’), era un bandido y posadero de Ática (o según otras versiones a las afueras de Eleusis).

Jaime  Navarro

En la mitología griega, Procusto (del griego antiguo Procrustes, literalmente ‘estirador’), también conocido como Damastes (‘avasallador’ o ‘controlador’), era un bandido y posadero de Ática (o según otras versiones a las afueras de Eleusis). Tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero solitario. Procusto, es según la mitología griega uno de los hijos del dios Poseidón. Este ser acogía en su hogar a los viajeros y les dispensaba una gran hospitalidad, con un trato amable y dispuesto, proponiéndoles pasar la noche en su morada. Sin embargo, al dormirse los invitados, Procusto los amordazaba y comprobaba si su tamaño difería con el de la cama de hierro en la que les acostaba. En el caso de que la persona en cuestión sobrepasara el tamaño de la cama, Procusto pasaba a cortar los elementos que sobresalieran de ella. Si por el contrario era más baja y no la ocupaba por entero, le rompía los huesos con un mazo con el fin de estirarlo. En resumen, hacía que sus visitantes se ajustaran siempre a las medidas de su lecho. Según otras versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama porque Procusto poseía dos, una exageradamente larga y otra exageradamente corta, o bien una de longitud ajustable. Procusto continuó con su reinado de terror hasta que se encontró con el héroe Teseo, quien le propondría contemplar si el propio Procusto cumplía con las medidas de su cama. Teseo invirtió el juego, retando a Procusto a comprobar si su propio cuerpo encajaba con el tamaño de la cama. Cuando el posadero se hubo acostado lo amordazó y ató a la cama y, allí, lo torturó para «ajustarlo» como él hacía a los viajeros, cortándole a hachazos los pies y, finalmente, la cabeza. Matar a Procusto fue la última aventura de Teseo en su viaje desde Trecén (su aldea natal del Peloponeso) hasta Atenas. cortándole la cabeza y matándolo. Estamos en una sociedad muy competitiva en la que cada vez se exige más a cada persona. Tanto en lo laboral, lo académico, lo profesional y lo personal como en otros aspectos vitales, se pide excelencia, originalidad, creatividad, eficiencia y elevada proactividad. Por otro lado se ejerce una tremenda presión hacia la uniformidad, resultando a menudo despreciado el que sobresale en algún talento o habilidad. Esto hace que a veces quienes mejores capacidades tienen no sean contratados o sean ninguneados. Se trata del síndrome de Procusto. Procusto se ha convertido en sinónimo de uniformidad y su síndrome define la intolerancia a la diferencia. Así, cuando alguien quiere que todo se ajuste a lo que dice o piensa, lo que quiere es que todos se acuesten en el ‘Lecho de Procusto’. En las fuentes de trabajo los directivos y mandos intermedios reconocen entre sus subordinados a figuras que pueden hacerles sombra y temen a los jóvenes proactivos con conocimientos, capacidades o iniciativas que ellos no tienen, limitan las capacidades, creatividad e iniciativa de sus subordinados para que no evidencien sus propias carencias. No optimizan a sus equipos, no asignan tareas a quienes las harían mejor, cierran su acceso a proyectos en los que destacarían, imponen su visión personal y sus intereses particulares, frente a la maximización del rendimiento y la eficacia. Igual que en la vida política, todo lo que no está a medida de un candidato egoístamente se aniquila. Cabe una pregunta y es en ¿dónde se ha quedado el bien común? Existe una incapacidad de reconocer lo válido de las ideas de otros, el miedo a ser superado, a ser ninguneado porque las iniciativas o proposiciones de otros los dejen en evidencia y demuestren sus carencias. Lo que no se vale es que se acentúen con el ánimo de eliminar votos del otro y aumentar los suyos. Por eso el concepto de sociedad y sus problemáticas se pierde. Se genera stress en una población, porque el objetivo principal es sacar a los malos del poder y al no poder hacerlo se manifiesta otro síndrome que es el de la indefensión aprendida, cuando el electorado siente que ya todo está perdido y que no hay manera de cambiar esa tendencia. Porque se antepone el interés económico y personal antes que el interés colectivo.

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