Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas /

Muralismo bajacaliforniano: tradición centenaria

El muralismo mexicano entró de lleno en la conciencia artística mundial hace ya cien años.

El muralismo mexicano entró de lleno en la conciencia artística mundial hace ya cien años y gracias a este movimiento pictórico apareció una temática profundamente nacionalista, indigenista, de glorificación del pasado prehispánico como del presente revolucionario en los años veinte del siglo XX.

En escuelas y edificios públicos, en fábricas y comercios, los murales fueron pintados como una lección de historia a la vista de todos. Sus primeras celebridades fueron Diego Rivera, Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, pero el muralismo mexicano contó con decenas de practicantes desde entonces, a lo largo y ancho de nuestro país. En el caso de Baja California, por ser una región fronteriza, colindante con los Estados Unidos, los sitios donde el muralismo se trabajó fueron, principalmente, recintos de gobierno y escuelas del lado oficial, pero también se pintaron en oficinas privadas (como la del edificio de la Colorado River Land Company en Mexicali), cines (como el cine Curto en Mexicali), centros de diversión (como el Agua Caliente en Tijuana) y hoteles (como el Riviera en Ensenada).

Tomemos unos cuantos de estos logros muralísticos de nuestra entidad: Ensenada tuvo en 1930 su Hotel Casino Playa, más tarde conocido como el “Riviera del Pacífico”, creando en su interior todo un patrimonio artístico que incluía esculturas con motivos indigenistas, pinturas del modernismo latinoamericano, objetos de art novean y art deco, entre ellas una buena parte de la obra de Alfredo Ramos Martínez, pintor nacido en Monterrey en 1871 y muerto en Los Ángeles, California en 1946. Según el Centro de las Artes de Nuevo León, Ramos Martínez fue uno de los artistas de transición entre la pintura academicista-modernista de fines del siglo XIX y la escuela muralista mexicana que aparece de 1920 en adelante. Hacia 1930 residía en Los Ángeles, donde es contratado por los dueños del hotel Casino Playa, donde desarrolló una serie de cuadros y murales, pues según Carlos Lazcano (El Vigía, 3-V-2006), se interesó por “pintar nuestras cosas, fueran rincones u objetos, que llevaran el sabor de lo mexicano”.

En Tijuana, también inaugurado en 1930, se encontraba un centro turístico de primera clase para el turismo mundial: El famoso casino de Agua Caliente que era, sin duda, el conjunto artístico por excelencia de esta época de jazz, desenfreno y diversión a raudales. Según Jorge Soto en el cuarto tomo de su libro La historia contemporánea de Baja California (1976), el decorado lujoso al estilo europeo y árabe eran su distintivo, la imagen más perdurable a ojos del turismo internacional: era el salón de Oro, donde había “cielos decorados con pinturas temáticamente bucólicas, guirnaldas, bacos, ninfas, palomas, águilas, sátiros, amorcillos, cabras”.

Por eso es lamentable que tanto en el casino de Agua Caliente en Tijuana como en el Hotel Casino Playa de Ensenada, muchas de las obras murales de Ramos Martínez se perdieran. Tal vez las obras decorativas que mejor se han conservado son las del hotel Rosarito, donde en 1937 se le encomendó la decoración artística interior al pintor Matías Santoyo, cuyos murales aún se aprecian y son retratos vivaces de mascotas y mujeres glamorosas de aquella época. A diferencia de Ramos Martínez, Santoyo fue un muralista de la generación de Diego Rivera, pero que siguió pintando tipos mexicanos para turistas ricos. En este sentido, otra obra mural importante de la primera mitad del siglo XX fue la que Matías llevara a cabo en el edificio de la empresa Colorado River Land Company en Mexicali.

El edificio fue construido en 1924 y su arquitectura habla de un edificio funcional y sencillo, que busca pasar por una mezcla de hacienda mexicana rústica con elementos decorativos de la arquitectura misional californiana al estilo de la orden franciscana. Por otra parte, la Colorado River Land Company, como la empresa eje del desarrollo económico y social del valle de Mexicali, no sólo se preocupó por obtener ganancias exorbitantes con el monocultivo algodonero. En 1936, los dueños de la empresa comisionaron a Santoyo para que crearan un mural que festejara la visión bucólica que la propia compañía tenía de sí misma. El mural, pintado en las paredes del pasillo interior del segundo piso del edificio central de la empresa, por la avenida Reforma, retrataba un paisaje de charros, ingenieros agrícolas y muchachas campesinas viviendo y trabajando felices en pro del progreso regional y con un cierto aire campirano muy acorde a la visión de lo que era México para los estadounidenses: un campesinado alegre, que trabajaba sin quejarse.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.