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Maxxxine

DIR. TI WEST

Manuel  Ríos Sarabia

El año es 1985, seis años después de la masacre tejana que cobró la vida de cinco víctimas durante el rodaje de una película pornográfica (X, 2022). Maxine Minx (Mia Goth), la única sobreviviente del incidente, es ahora actriz (porno) en Los Ángeles, su meta, a toda costa, ascender en la industria hollywoodense.

Como lo hizo en X, imitando el gore de los setenta, Ti West ahora vuelca su lente hacia el cine de los ochenta, usando como referencias a Brian De Palma y Fulci, y citando películas que van desde Psicosis hasta Chinatown; recreando la fotografía de Bava y Argento, justificada por la excesiva omnipresencia de las luces de neón. Esta vez el estilo visual refleja la época en que se desarrolla la historia a la perfección, imitando la estética de la serie B ochentera, para plasmar una precisa imagen del decadente Hollywood de 1985.

Repitiendo frente al espejo el mantra “no viviré una vida que no me merezco”, que su padre le enseñó, Maxine se mentaliza para alcanzar sus sueños de fama. Angustiada por los asesinatos que ocurren a su alrededor a manos del verídico acosador nocturno, no logra enfocarse del todo. Tras obtener el papel protagónico en una película de terror, su rigurosa directora, Elizabeth (Elizabeth Debicki), le advierte que ha llegado al vientre de la bestia y que debe olvidarse de toda distracción o será regurgitada cual desecho.

Ti West expone claramente el manifiesto de su trilogía poniendo las palabras en boca de la directora, “hacer una película chatarra con ideas de calidad”. Lo que quizá en un inicio (X) no era tan aparente, quedó establecido en Pearl (2022). West está utilizando al género, no sólo para homenajear los “grandes éxitos”, sino para hablar de temas importantes. Con MaXXXine como cierre momentáneo de la serie (ya se habla de una posible cuarta parte), queda claro que más allá de ser películas de terror, con exceso de sangre, la trilogía está hablando acerca de la industria del espectáculo y de la ambición de quienes desean formar parte de ella sin importar los costos.

Pearl fue la primera víctima de esta obsesión, arrasando con todos los que la rodeaban y, en su mente, se interponían a sus delirios de fama. Maxine, como figura simétrica de Pearl, fue capaz de sobrevivir a su embate, e incluso acabar con ella. En este tercer capítulo queda al descubierto que ambas sufrieron infancias similares, ante padre y madre tiránicos/fanáticos que justificaban sus acciones extremas por el bien de sus respectivas hijas.

Por otro lado, West establece a lo largo de la trilogía el vínculo inextricable que existe entre la industria del espectáculo y el sexo, y por ende, la inevitable, y constante lucha que los fanáticos religiosos entablan contra esta, representados por la madre de Pearl y ahora por el padre de Maxine. Este conflicto genera una paradójica dicotomía, en la que, en ambos casos, son estos “enemigos del pecado” los que empujan a sus hijas hacia sus respectivos caminos, de los cuales, supuestamente, intentan salvarlas.

Con MaXXXine, West amarra todos los temas de la serie impecablemente, concluyendo un relato de dos almas perdidas (gemelas) en busca de fama y fortuna y su improbable autorrealización.

Recientemente, Paul Schrader cuestionó el por qué un director con el talento de West seguía sumergido en un subgénero tan limitado como el terror de “slashers”. La explicación diegética: elevar el cine B a grado A.

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