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Horacio Enrique Nansen: a sesenta años de su muerte

Su compañero de generación en la Secundaria 18 de Mexicali, Arturo López Corella, recuerda que “Abelardo Sosa Santos, Horacio Nansen y Arturo López Corella el Boris, hicieron vanos intentos de aprender a tocar el violín bajo la mirada cariñosa, pero desalentada de Guillermo Argote, que daba clases en la Escuela Cuauhtémoc”.

Gabriel  Trujillo

Su compañero de generación en la Secundaria 18 de Mexicali, Arturo López Corella, recuerda que “Abelardo Sosa Santos, Horacio Nansen y Arturo López Corella el Boris, hicieron vanos intentos de aprender a tocar el violín bajo la mirada cariñosa, pero desalentada de Guillermo Argote, que daba clases en la Escuela Cuauhtémoc”.

Al desistir de ser violinista, Nansen hubo de conformarse con aprender a tocar la guitarra para dar serenatas a las muchachas. Era, dicen los compañeros de su generación que lo conocieron, el alma de las fiestas, el más experimentado, el que sabía más de la vida que los demás.

En esto hay que hacer un paréntesis: Horacio Enrique siempre dio la impresión física de que contaba con más edad de la que realmente tenía. Aparentaba ser más adulto de lo que era. Se comportaba como alguien que ya venía de regreso de la vida cuando sus compañeros apenas iban por ella. Por eso acudían a él para que los orientara, para que les mostrara el camino.

En cuanto a la literatura, sus pininos se dieron en el periodismo. En un artículo publicado en 1977, Francisco Barajas Ruiz señalaba con acierto que Nansen “llevaba el periodismo en la sangre”. Y recordaba que desde que estaba en la Secundaria 18, “se va desenvolviendo como periodista; pronto se convierte en el fundador del periódico de la misma escuela, pero no sólo eso, Nansen crea también el Círculo Literario Ricardo Flores Magón”.

Lo que dice Barajas es una definición intelectual de un joven prometedor: “pensamiento lúcido y acción creadora son dos de las características que distinguen a Nansen”. Y añade que el joven es ya entonces “un inconforme, no le basta lo hecho, no es suficiente lo realizado, quiere ir más allá y redobla sus actividades para lograr su propósito: establecer un Bloque Estudiantil de Oradores”.

Pero aquí lo principal es que al terminar sus estudios de secundaria colaboró en las revistas Presente y Guía, que “contaron con sus regulares colaboraciones”. Y Barajas concluye diciendo que “tenemos la impresión de que nació periodista”.

Nansen trabajó, siendo apenas un joven de 17-18 años, en uno de los periódicos más leídos de Mexicali, el ABC. Su trabajo como columnista lo llevó a darse cuenta del poder de la máquina de escribir a la hora de lidiar con asuntos públicos. Y se percató del reconocimiento social que recibía por pergeñar esos artículos.

Pero nuestro autor quería ser más que un simple periodista: anhelaba ser, sobre todo, un poeta. Cuando Nansen decidió ser un escritor público, hacia mediados de los años cincuenta del siglo pasado, su apuesta fue definitiva, contundente, sin marcha atrás. La vida cultural a la que entró por la puerta del periodismo lo llevó a conocer un medio constituido por políticos, artistas y gente de la prensa que se reunían en bares y cafeterías para discutir el mundo desde la frontera norte de México.

Como lo asegurara Valdemar Jiménez Solís (1966-2017), otro poeta mexicalense de mayor edad, en su libro Huellas cachanillas (1993): para aquellos tiempos, Mexicali era ya una ciudad que empezaba a dar cabida no sólo a líderes agraristas e ingenieros civiles, sino que ya contaba con un contingente de artistas e intelectuales en activo, para quienes las peñas (esos grupos de personas que se reunían regularmente para charlar de todo y de nada) comenzaban a ser cosa cotidiana en el centro de la urbe.

Más que en el salón de clases, del que ya Horacio Enrique había demostrado su poca afición, fue la asistencia a estas peñas, a estos espacios de convivencia y debate, lo que estimuló su formación política y cultural, ofreciéndoles un lugar donde probarse como joven promesa de las letras, en una época signada por la carrera espacial, el muro de Berlín y la Cuba castrista, cuando Latinoamérica era un hervidero de ideas revolucionarias y protestas sociales al alza.

Un mundo que cada vez reclamaba su atención, porque ya entonces Nansen era un escritor ávido de novedades, presto a tomar bando por la justicia en el horizonte de sus días. Un joven que no perdía ninguna oportunidad de crecer como poeta, de absorber las experiencias de los demás para madurar más deprisa, con los ojos bien abiertos, con el conocimiento de las trampas de la vida, con la lucidez del que tiene ya su propia opinión sobre todo y todos. Un poeta y periodista mexicalense listo para volar por su propia cuenta.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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