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El Padrino

Dir. Francis Ford Coppola

Manuel  Ríos Sarabia

Con motivo del quincuagésimo aniversario de la segunda parte de El Padrino, la trilogía de la familia Corleone, ha vuelto a la pantalla grande.

A cincuenta años de distancia, El Padrino, de ser un clásico innegable del cine, se ha convertido también en un cliché de la masculinidad tóxica (incluso Barbie se mofó de ello). El encumbramiento de Vito y Michael Corleone como un modelo de masculinidad a seguir (durante décadas) por una gran parte de los admiradores de la trilogía, se ha debido a una, excesivamente, distorsionada lectura de lo expuesto en las películas.

La historia muestra paralelamente el camino que llevó a Vito (Marlon Brando) y Michael Corleone (Al Pacino) hacia una vida de crimen. Ambos inician como hombres de bien, marcados por eventos trágicos determinantes en sus elecciones. Vito fue el último sobreviviente de su familia ante la violencia de la mafia en Sicilia, escapando hacia Estados Unidos siendo aún un niño. Michael, intentando distanciarse del “negocio” familiar, se enlista en el ejercito para pelear en la Segunda Guerra Mundial.

Las circunstancias y las decisiones de ambos definen el tipo de hombres en que se convierten, llegando a ser los dones indiscutibles de la mafia estadounidense, en dos etapas distintas.

Una de las causas de la distorsión que generan en muchas mentes los Corleone, indudablemente radica en la importancia de la familia para ambos. Es el bienestar y la prosperidad de su familia la forma en que Vito, sin duda, justifica las decisiones y actos de su juventud, que finalmente lo llevan a convertirse en el padrino. Michael, de manera similar, termina involucrándose en el negocio familiar, aunque en su caso es la consecuencia de ser un veterano de guerra que repentinamente se encuentra sin un lugar en el mundo, sin una forma de ejercer su masculinidad fuera del marco de una guerra.

Todos los personajes que aparecen en la historia son deleznables, más aún, siendo evidente que representan la realidad del mundo en que vivimos. Es particularmente desagradable, por su actualidad, el discurso de un senador, durante el interrogatorio a Michael Corleone. Sus palabras, en defensa de Michael, han sido utilizadas, casi textualmente, por el infame expresidente Trump, cuando defendía los actos de neonazis y supremacistas blancos, durante una protesta (Charlottesville) en que uno de esos individuos mató a una mujer con su automóvil. “Finísimas personas…” dijeron, para defender lo indefendible. El uso de sus palabras no fue casualidad, Trump nombró El Padrino como una de sus películas favoritas.

Es justo este retrato fiel de los podridos estratos de poder y la condenación de ello por parte de Coppola, lo que hace de la saga un clásico indiscutible del cine.

Existe un único personaje ejemplar e identificable, el de Kay (Diane Keaton), la esposa de Michael, que a pesar de todo, finalmente preserva sus principios, convirtiéndose en una trágica figura heroica.

El revisitar la trilogía en la pantalla grande es una oferta que no se puede rechazar.

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