Un juzgador honesto
“El hombre honesto no teme la luz ni la oscuridad.” Thomas Fuller
Ingresó al Poder Judicial en los años cuarenta, convirtiéndose en Juez Penal en la desaparecida penitenciaría de Lecumberri, donde tuvo la oportunidad de conocer a presos como José Mercader, asesino de León Trotsky. Posteriormente fue Magistrado, juzgado a cientos o quizás miles de personas en los años que desempeñó su función, destacando los casos del pintor David Alfaro Siqueiros o el escritor José Revueltas, que en ese tiempo se les consideraba delincuentes por las ideas que profesaban.
Nuestro personaje llegó a ser Presidente del Tribunal Superior de Justicia en el Estado de Michoacán y Magistrado en el otrora Distrito Federal. Durante su carrera judicial, se apartó de actividades políticas, así como de pertenecer a barras y colegios de abogados, para evitar cualquier tipo de favoritismo o peor aún, de algún intento de cohecho o presión para dictar una sentencia en tal o cual sentido. Jamás asistía a celebraciones con motivo del día del abogado, ni tampoco aceptaba comidas con abogados, fueran o no litigantes, buscando siempre cuidar su imagen y transparentar su actuar.
Su carrera en la judicatura, lo llevó a apartarse de amigos o compañeros de la Facultad, por lo que también, su vida social se vio disminuida al grado de que se casó hasta la edad de 48 años, con una mujer 20 años menor que supo entender la forma de vida de este juzgador honesto y entregado a su labor.
Gracias a que llevó una vida ordenada y a sus 48 años de soltería, pudo contar con un pequeño patrimonio que le ayudó a solvalor las limitaciones económicas que le imponía su modesto sueldo, pues en esos años, los emolumentos dentro del Poder Judicial, en realidad eran modestos y no permitían lujos.
Dentro de las responsabilidades como Juez Penal y luego como Magistrado penalista, se encontraban todo lo relativo a la imposición de penas privativas de libertad para aquellos delincuentes que dañaban a la sociedad, dictando sentencias a homicidas, violadores, defraudadores, lo que le llevó a generar una serie de enemistades que en muchas ocasiones terminaron en amenazas de muerte, así como un accidente automovilístico que nunca se supo si fue o no provocado, pero que envió a nuestro personaje a recibir más de 15 puntadas en el rostro.
Recuerdo la molestia de este juzgador, cuando en época del Presidente Luis Echeverría, caracterizado por su populismo, decretó el indulto de una gran cantidad de peligrosos delincuentes relacionados con los hechos violentos de Tlatelolco y el “Halconazo” de finales de los años sesentas e inile cios de los setentas y de un plumazo presidencial, después de haber cometido delitos, ahora estaban libres y prestos a amenazar a quienes los habían sentenciado.
Después de haber servido al País por más de 37 años, el Magistrado Ignacio Calderón Álvarez se jubiló al llegar a la edad límite de 70 años, recibiendo una pensión de poco más de 3 mil pesos mensuales, lo que lo llevó a una vida aún más modesta, que gracias a la buena economía de mi madre y algunos ahorros, hizo que pudiéramos sortear el barco.
De ese gran hombre aprendí el valor de la honestidad, la transparencia y sobre todo el valor de enfrentar y defender la justicia a pesar de las amenazas que esto conlleva.
Por eso ahora que se pretende contar con juzgadores electos popularmente, en lugar de analizar sus conocimientos, carrera profesional y honestidad, me resulta preocupante en manos de quién estará la justicia.
*- El autor es asesor empresarial en cabildeo.
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