Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas /

La substancia

Dir. Coralie Fargeat

Manuel  Ríos Sarabia

La cinta abre con el ciclo de “vida” de una de las famosas estrellas sobre la acera de Hollywood Boulevard, desde su instalación hasta su eventual deterioró y olvido. La efigie en cuestión pertenece a Elisabeth Sparks (Demi Moore), actriz de moda en décadas anteriores, que ahora, pasados sus cincuenta años, conduce un exitoso programa de ejercicios por televisión. Después de escuchar, accidentalmente, al máximo ejecutivo del canal, decir que se desharán de ella por su edad y será reemplazada por alguien más joven, Elisabeth sufre un accidente automovilístico. Resulta ilesa, sin embargo, en el hospital recibe una memoria usb con críptica información sobre, La Substancia, un método de rejuvenecimiento que promete desencadenar a “un nuevo tú” mejor en todos los sentidos.

Con esta sencilla premisa que juega con la persecución de la eterna juventud y belleza, obsesión generada, en gran parte, por lo que se define como male gaze (mirada masculina), la cual representa a la mujer como objeto sexual; Coralie Fargeat reconfigura relatos clásicos de la literatura, como Dorian Gray y Jeckyll & Hyde, filtrándolos a traves del lente cinematográfico más psicotrónico posible.

Lo que inicia con una sensibilidad Lynchiana, que incluye al nefasto personaje del ejecutivo televisivo, apropiadamente llamado Harvey (Dennis Quaid), va integrando elementos del horror corporal de Cronenberg y una estética ochentera de bajo presupuesto que intercambia locaciones en Francia por Los Angeles. Elisabeth inicia su “experiencia” con la substancia después de recibir su primer paquete con instrumentos e instrucciones claras. Lo más importante a recordar: TÚ ERES LA MATRIZ. RECUERDA QUE TÚ ERES UNA.

Sue (Margaret Qualley), la nueva y mejor versión de Elisabeth no tarda en adueñarse de su vida, obteniendo su puesto en televisión y la adoración del deleznable ejecutivo que desechó a Elisabeth, así como la del público en general y de una generosa dotación de hombres vigorosos y atractivos, con los cuales da rienda suelta a su hedonismo.

El equilibrio que se debía cumplir entre las dos partes, de acuerdo a las instrucciones, rápidamente es roto, por parte de Sue, en aras de mantener su ritmo de vida, compromisos sociales y comerciales. Este desequilibrio lleva un costo. Como en el cuento La pata del mono, todo lo que se recibe tiene una reacción inversamente proporcional, a manera de pago por lo obtenido.

Desde el momento en que Sue pierde el autocontrol para seguir las instrucciones, la narrativa se convierte en una analogía de la adicción (como Jeckyll/Hyde), haciendo de Sue, ante los ojos de Elisabeth, la villana de la historia. Sin embargo, como la indicación más importante de la substancia reza, “Tú eres una”. Esto revierte a Elisabeth la responsabilidad de sus actos y su adicción a la juventud, a la belleza, a la eterna adoración de los demás, provocada en esencia por un profundo odio a sí misma.

En todo momento Fargeat nos recuerda que se trata de una farsa desmesurada, manteniendo muy de cerca sus referencias y su absurdo tono de historieta de horror, EC. Para el tercer acto ya todo se ha salido de control, convirtiéndose, sin ninguna compunción, en sangriento cine ochentero de serie B, con grandilocuentes alaridos, que no guiños, a las obras de Kubrick, Argento, Stuart Gordon, Frank Henenlotter y Peter Jackson.

Con un descacharrante clímax que evidencia la tan común respuesta social ante mujeres que envejecen bajo los reflectores, equiparándola con las reacciones reservadas para monstruos de pantalla, desde la criatura de Frankenstein hasta King Kong, pasando por el hombre elefante; Elisabeth Sparks termina como ineludible paralelismo a la Norma Desmond de Billy Wilder, fusionándose con las estrellas sobre el boulevard.

“Lista para mi close up, Sr. DeMille.”

Sigue nuestro canal de WhatsApp

Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí