Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas /

Días de rebelión

La novela es un ejercicio de imaginación con raíces en la realidad, en la experiencia humana. Tal es la forma en que escribí El país de las hormigas rojas.

Gabriel  Trujillo

La novela es un ejercicio de imaginación con raíces en la realidad, en la experiencia humana. Tal es la forma en que escribí El país de las hormigas rojas. La saga de Olleyquotequiebe en el confín del mundo (UABC-Editorial Lectorum, 2022), una novela histórica que explora un conflicto que se da en la segunda mitad del siglo XVIII en las tierras septentrionales de la entonces Nueva España. Debo precisar que siendo una novela histórica, lo que en ella se cuenta es la vida de Olleyquotequiebe, el jefe del pueblo Yuma, en su contacto con los occidentales que cruzaban sus tierras de Sonora a la Alta California y viceversa.

El país de las hormigas rojas está dividido en tres partes y un apéndice. La primera parte va de 1767, con la expulsión de los jesuitas del imperio español y la llegada de los franciscanos para hacerse cargo las misiones en Sonora y Baja California, para después de 1772 dedicarse a fundar misiones en la Alta California. Cuando españoles y nativos se encuentran y conocen, la curiosidad deja paso a la confianza. Olleyquotequiebe acaba, en esas aventuras propias de un indio como él, bautizado en la ciudad de México y teniendo como padrino al mismísimo virrey de Bucareli. Ahora su nombre de cristiano es Salvador Palma.

Pero lo que empieza con tan buenos augurios pronto deviene en rencillas, abusos y enfrentamientos entre novohispanos y yumas. Para el verano de 1781, cuando ya hay dos misiones-pueblos en pie en el territorio de este pueblo que vive a las orillas del río Colorado, la paciencia de los nativos se agota. Aquí es donde empieza la segunda parte, la que relata la rebelión en sí y sus inmediatas consecuencias para los yumas, los misioneros, los soldados y los colonos.

En su obra clásica, México profundo, publicada en 1987 por vez primera, el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla dedicó un capítulo a los senderos de la supervivencia india en nuestro país, donde menciona que uno de los mecanismos que han hecho posible que los grupos indígenas resistieran la dominación de otras culturas y formas de vida ha sido el recurso de la violencia. Es decir: convertirse en guerreros que rechazan la sujeción armada o espiritual y reivindican la libertad de su propia cultura. La confrontación de 1781 en el delta del Río Colorado se inscribe en la mecánica propia de las rebeliones indígenas en general. Como Bonfil Batalla lo afirma: “Se activan formas de organización y de comunicación que se mantenían clandestinas, se apela a lealtades implícitas, se rescatan símbolos que parecían olvidados. Y también se recurre a elementos culturales que proceden de la cultura dominante, de los cuales se han apropiado los pueblos indios que ya están en condiciones de emplearlos al servicio de la rebelión. Tal es el caso de las armas europeas”.

Otro factor que Bonfil Batalla señala y que también estuvo presente en la rebelión yuma del verano de 1781 es su “naturaleza local y el aislamiento de las rebeliones”, que no se extendieron más allá de su dimensión regional. Solo que, en el caso de los yumas, su naturaleza local no fue obstáculo para que su rebelión impactara en todo el aparato de dominación colonial del imperio español y detuviera su estrategia expansiva en el ocaso del reino de la Nueva España.

En último término, solo quedaron ruinas y decepción generalizada. Si los españoles hubieran mostrado respeto por las costumbres, jerarquías y pertenencias de los indios, estos no se hubieran sublevado y el imperio de los reyes de España hubiera podido consolidar sus asentamientos, de tal forma que ninguna rebelión de los yumas acabara en la destrucción total de propiedades y en la muerte de sus integrantes. Consolidadas estas misiones-presidios, la ruta Sonora-Arizona-California habría abierto la colonización masiva del septentrión novohispano y cuando México se hubiera independizado, una cuantiosa población hispanoamericana en estas regiones habría servido de dique a intentos filibusteros contra el territorio nacional. Pero, como el lector habrá notado, los hubiera sido son parte del mundo de la imaginación y no del de la historia humana.

Aquí, en las orillas del Río Colorado, el sueño hegemónico del imperio hispano solo obtuvo para la posteridad tumbas anónimas, un vasto desierto infranqueable y la voluntad de los indios por seguir siendo ellos mismos a pesar de todas las amenazas y las lisonjas de soldados, colonizadores y misioneros que se les acercaron para convertirlos en piezas de la gran maquinaria imperial.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

Sigue nuestro canal de WhatsApp

Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí