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El presidente y sus críticos

Cuando se habla de políticos en el poder, salta a la vista que lo que se diga de ellos en su momento de mando es muy diferente de lo que se valora años después de que pasaron a la historia.

Gabriel  Trujillo

Cuando se habla de políticos en el poder, salta a la vista que lo que se diga de ellos en su momento de mando es muy diferente de lo que se valora años después de que pasaron a la historia. Con Andrés Manuel López Obrador podemos suponer lo mismo. Y si no me creen, siguiendo los señalamientos preclaros de la investigadora Verónica Vázquez Mantecón, experta en temas de política y cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, recordemos que a un presidente de la República Mexicana se le señalaron, desde el principio de su sexenio, su postura autoritaria, su desconfianza ante la democracia liberal, su sentido de que las capas ilustradas eran cómplices de los poderes de facto: empresariales, partiria y clericales. Muchos de sus críticos vieron en su forma personal de gobernar un presidencialismo que buscaba restringir al resto de los poderes (legislativo y judicial) para llevar a cabo sus obras nacionalistas y nacionalizadoras.

Según lo establece Vázquez Mantecón en un artículo sobre la polémica en torno a la democracia: “Frente a estas posturas, representativas de las capas ilustradas, se encontraba la inmensa mayoría de la población, inmersa en una matriz cultural tradicional —no privativa del campo aunque más arraigada en los sectores rurales—, en la que prevalecen valores providencialistas, una relación asistencialista con el poder, en fin, valores que de ninguna manera suponen la existencia de una ciudadanía cabal. Sin embargo, dentro de estos valores tradicionales, encontramos actitudes propias de una cultura política tradicional como el escepticismo frente al poder y la desconfianza en la eficacia política de la participación, son rebasadas para dar lugar a movilizaciones importantes que demuestran la participación política de sectores mayoritarios de la población”. Los críticos al presidente fueron, desde entonces, reiterativos en plantear “una crítica al sistema político que se está gestando”, donde antes que el patrimonialismo depredador se le daba cauce a la justicia social. El sector intelectual reacciotivo, nó indicando que el nuevo presidente y su gobierno se alejaban “de las pautas de la democracia clásica”, que se arrojaban, horror de horrores, hacia una vía populista.

Uno de esos críticos dijo que el nuevo mandatario contaba con la “destreza para controlar a todos los demás sectores del gobierno” y que buscaba “la subordinación del poder legislativo y judicial a la figura presidencial”, por lo que las cámaras de diputados y senadores “ya no son más que un conjunto de empleados sumisos en el último periodo de subordinación al Ejecutivo, que van en manada a pedirle la consigna y a consultarle los más pequeños asuntos”. Por otra parte, en cuanto al judicial, decía el mismo crítico que “en lo sucesivo los Presidentes de la República tendrán el derecho de nombrarse cada quien ‘su’ Suprema Corte de Justicia, a fin de estar seguros de la forma en que ésta los apoyará en su política, y aplicará la Constitución en su favor”. Y terminaba diciendo que este gobierno había sabido emplear muy bien un arma y que esta “es la justificación de sus actos, bajo el aspecto de protección a las clases proletarias”.

Los temores de sus críticos más furibundos es que este presidente llevaría al país a una dictadura comunista. Otras críticas iban hacia la educación que promovía el régimen o que “no ha sabido dirigir el desarrollo económico”. Pero Verónica Vázquez hace también una crítica a los críticos de este presidente: señala sus vínculos con los sectores más conservadores, con el culto al hispanismo, con el exigir el acatamiento de la ley y el orden olvidando la ejecución sin privilegios de la justicia. Muchos de ellos hablaban de democracia y libertad pero su visión era la del clasismo de las clases pudientes, la del autoritarismo de los sectores políticos tradicionales, esos que veían al pueblo mexicano como niños que no están preparados para asumir la ciudadanía electoral y que eran manipulados por el propio presidente en sus actos nacionalistas. Por eso llamaban al mandatario “un falso héroe”. Estos críticos querían que dejara de ejercer su carisma, “su poder mágico” y que todo volviera a estar como antes estaba: a su disposición.

Y aquí me detengo. Espero que a estas alturas los posibles lectores hayan adivinado de qué presidente hablo: del general Lázaro Cárdenas (1934-1940). Una figura que creó enconos y agradecimientos sobre su persona y su mandato. Los tiempos cambian pero la crítica sigue siendo igualmente repetitiva en sus argumentos, prejuicios y engaños. ¿Qué dirá la historia de este México de hoy?

*El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua

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