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Gladiador II / Un golpe de suerte Dir. Ridley Scott / Woody Allen

A sus ochenta y seis años, Ridley Scott, continúa filmando incansablemente, incluso se burla de un “joven” Tarantino que pretende retirarse después de su décima cinta.

Manuel  Ríos Sarabia

A sus ochenta y seis años, Ridley Scott, continúa filmando incansablemente, incluso se burla de un “joven” Tarantino que pretende retirarse después de su décima cinta. Pero, quizá la idea de Quentin no es tan errada. Y es que, a pesar de que Scott ha continuado a un ritmo que muchos, con la mitad de su edad envidiarían, su retorno al coliseo romano, casi un cuarto de siglo después, para la segunda parte de Gladiador, no es precisamente brillante. El hecho de que su Napoleón, del año pasado, resultó adormecedora y la Casa de Gucci un verdadero bodrio, ya servía de advertencia.

Es evidente que Scott y su equipo pueden producir escenas cruentas de guerreros romanos en plena batalla naval, plenas de salvajismo y violencia; y como en el caso de Napoleon, con terribles efectos digitales y tomas cerradas donde es imposible entender realmente lo que está sucediendo. Una vez más, en un giro metatextual, la intención es darle al público, exactamente lo que está buscando, pan y circo. Puro circo y nada de pan, en este caso. Como el pueblo romano, distraído con batallas en el coliseo, el público actual quiere ver la misma brutalidad en la pantalla. Para olvidarse de todo.

A pesar de haber sido galardonada con múltiples Oscares, Gladiador nunca fue una buena película y la secuela es prácticamente un remake, más absurdo y grandilocuente. Pareciera que Scott ha entrado de lleno a una etapa desvergonzadamente camp (Lady Gaga, Jared Leto, Affleck y Damon). Gladiador II, a pesar de los esfuerzos de Paul Mescal y Pedro Pascal por aparentar solemnidad mientras pelean entre sí (y con otros adversarios), no logra erradicar ese aire de ridiculez, característico del Hollywood épico clásico, una telenovela en tiempos romanos. Mescal es, nada más y nada menos que, Lucius, el hijo del gladiador original, Maximus (Russell Crowe), que, en un inverosímil giro del destino, igual que su padre, termina como la atracción principal del coliseo; ahora con capacidad de ser inundado con suficiente agua para recrear batallas navales, tiburones incluidos. El coliseo convertido en un hotel de Las Vegas que imita al coliseo. Scott logra algo tan artificial y sobreactuado como Megalópolis pero sin un ápice de la inteligencia, si tan sólo Coppola hubiese tenido acceso al presupuesto de Scott…

Gladiador II intenta reflejar la caída de un imperio, como la que posiblemente estemos presenciando en tiempo real, los hermanos emperadores, y quienes los rodean, inevitablemente recuerdan a los nuevos personajes MAGA, del trompismo más desenfrenado. Ya no hay Roma. El sueño está perdido.

Mientras tanto, Woody Allen, un octogenario más, escapó a París para filmar su más reciente cinta, que resulta similarmente extraña. Sus actuaciones exageradamente teatrales se contraponen a un constante movimiento de cámara, propio de un director principiante que intenta deslumbrar con plano secuencias carentes de propósito. Es casi como si Allen deevolucionara frente a nuestros ojos. La trama es anecdótica y hace pensar que, como en muchas de sus películas de las últimas dos décadas, la premisa ha sido tomada directamente de algún suceso reportado en la nota roja del periódico. En este caso un matrimonio aparentemente feliz es perturbado por un golpe de suerte. Fanny (Lou de Laage) se encuentra por casualidad con un compañero de escuela que siempre estuvo enamorado de ella, su amistad rápidamente se convierte en romance. Su millonario esposo, de negocios cuestionables, descubre la situación, a través de un detective privado, y no permitirá que continúe. Como en sus anteriores historias de crimen, Allen insiste sobre la forma en que la banalidad del mal permea la más simple cotidianidad.

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