El arte en la edad del meme
En el momento actual, entre el tumulto de las artes contemporáneas, que tienen todo el derecho a existir y expresarse, y la nostalgia conservadora por volver a las artes tradicionales, que también tienen el mismo derecho a existir y expresarse, nos topamos con que el artista que sólo es artista no es el preferido del público, no es el que concita el furor comercial, la multitud adoradora.
En el momento actual, entre el tumulto de las artes contemporáneas, que tienen todo el derecho a existir y expresarse, y la nostalgia conservadora por volver a las artes tradicionales, que también tienen el mismo derecho a existir y expresarse, nos topamos con que el artista que sólo es artista no es el preferido del público, no es el que concita el furor comercial, la multitud adoradora. Esto se debe a que, en nuestros tiempos de las redes sociales y los memes, el artista visual ya no es visto como un creador riguroso, con un mérito propio, sino como un ser narcisista para consumo en las redes, cuyo prestigio es la persona y no necesariamente su obra. El centro de atención está en la pose, en las polémicas en que se participa, en los memes que genera entre sus seguidores. Se espera de él que sea un influencer, alguien que busque a los medios para ser la comidilla del día, alguien que no ponga en entredicho el mercado mismo del arte. Los tiempos del artista como libertador creativo, del arte como obra visionaria, han quedado en el pasado ante un arte moldeado desde la subordinación a sus patrocinadores, desde el acatamiento a sus mecenas. Como en tiempos antiguos, el creador se adapta sin chistar a lo que la audiencia, las redes y la academia dicen que es arte.
A esto se suma la disminución de los especialistas en arte que ahora son especialistas en marketing. Se habla de arte para venderlo al mejor postor. Es decir: se promueve al artista como un producto a publicitar, como el vocero de una tendencia de moda. O tal vez olvidan la máxima de Tyron Lannister, el famoso filósofo de Westeros: “Todo es válido, pero no todo es valioso”. Y aquí hay que ver que los académicos, aquellos que enseñan el arte o investigan el contexto en que éste se crea, han decidido que ellos también merecen los reflectores del artista, que ellos, como museógrafos, curadores o críticos, merecen sus quince minutos de Y para ello, el artista es un pretexto para destacar como los únicos intérpretes de la verdad absoluta. Hace poco leí a uno de ellos decir que su interpretación -o hipótesis de trabajo- era una verdad irrefutable. Con tales arrogancias se construye una imagen de que el verdadero artista no es el creador sino su exégeta. Y así el artista se vuelve una nota a pie de página, una referencia, un argumento. La prueba visible de que su intérprete o promotor es quien tiene la última palabra y no el propio creador.
Otro factor de peso es la desaparición de los espacios culturales en los medios. El periodista cultural es el pájaro Dodo de nuestro tiempo: es una especie extinta porque a nadie le interesó preservar su sentido crítico, su responsabilidad social. De ahí que el reportero actual ya sea un generalista: lo mismo puede escribir de nota roja, una conferencia de prensa en la Cámara de Comercio y una exposición de arte entre las damas de sociedad. Para esta clase de periodista, todo vale igual. Y no es culpa de él o ella sino del nulo valor que los medios contemporáneos -desde televisoras hasta los portales de noticias- le dan a la cultura, pues para ellos sólo es otro acontecimiento a vender, una información que sirve exclusivamente para atraer a las empresas que patrocinarán a su medio. Un entretenimiento para pasar el rato. Un infomercial.
La falta de espacios para difundir lo cultural y lo artístico es evidente, y cuando llegan a cubrirlos, los medios, especialmente los audiovisuales, integran el arte en la industria del espectáculo. Y por ello mismo, únicamente les interesan aquellos aspectos que son polémicos o que inciden en la situación política y partidista: dislates, tropiezos, ridiculeces. La información artística no es válida por sí misma sino por su vinculación con la agenda del momento, con los temas a debate, con los memes del día. Tal es el panorama que deben sortear los artistas del siglo XXI. Parece, vaya la metáfora, un campo minado en un país en guerra. Nadie quiere dar pasos en falso y los que los dan se presentan como detractores de aquellos que hacen arte fuera de su concepción de arte. Tal vez muchos olvidan que no hay arte: sólo creadores, seres humanos que quieren expresar lo que son, sienten y piensan. Gente como tú y como yo.
*El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua
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