Todo el mundo es gay…Queer
Dir. Luca Guadagnino
Los mundos literarios de William S. Burroughs están cubiertos por suciedad, sangre, saliva… la crudeza y sordidez se pueden palpar en sus páginas. La visión de México (y Sudamérica) a inicios de los años cincuenta, que plasma en su novela Queer, es a través del lente gringo de alguien que ha encontrado el sitio idóneo para desbordar sus placeres, un chiquero donde retozar. La adaptación de Luca Guadagnino filtra de nuevo esa visión, con la perspectiva aun más específica, de la generación x italiana. El resultado es disonante, anacrónico, artificial e incongruente. Este no es el México retratado por Buñuel en sus surreales calles desbordadas de vida y muerte, el de Guadagnino es un sueño mexicano de Fellini, confinado a los estudios de Cinecittá, y dotado de una artificialidad casi intolerable, ridícula en su intención romántica, más cercana a la versión de Querelle, retratada por Fassbinder.
Desde sus créditos de entrada, musicalizados por una versión de All Apologies (Nirvana), en voz de Sinead O’Connor, queda establecido que esta será una reinterpretación en la que el director empata al texto con su experiencia. Los pétalos de bugambilia (de papel), caen sobre el rostro de William Lee (Daniel Craig) mientras camina por las acartonadas y vacías calles de un México onírico, sólo existente en la imaginación de un diseñador de producción italiano (Stefano Baisi).
Después de escuchar a su amigo Joe (Jason Schartzman) en el bar, quejarse de alguien tan queer, que ha perdido el interés en él, Lee sale a deambular de nuevo por las calles obscuras. Su lento caminar al son de Come as you are es un flagrante anacronismo que comunica la sensación visceral de habitar la ciudad durante los cincuenta, como expatriado, como adicto, como homosexual. Una evocación simultanea de libertad y peligro. Por un momento el rostro de Lee parece disolverse en la transmisión difusa de un televisor. Posteriormente, en la sala de un cine Jean Marais, como Orfeo, atraviesa un espejo cual portal, anticipando el viaje trascendental que se avecina.
Alguna vez consideró sus inclinaciones, como una maldición, pero las palabras sabias de una vieja reina le indicaron “la obligación de vivir con orgullo, de conquistar el prejuicio, la ignorancia y el odio con conocimiento, sinceridad y amor.” Después de un fugaz encuentro sexual con un mexicano, Lee se encuentra insatisfecho de nuevo. Su deseo real está enfocado, con la misma intensidad que necesita la heroína, sobre Eugene (Drew Starkey), un joven americano, limpio, bien vestido, y aparentemente desinteresado en lo que Lee le pueda ofrecer.
La insistencia (la necesidad) triunfa sobre la frialdad de Eugene, quien acompaña a Lee hasta su departamento. Su primer encuentro sexual es tan emotivo como desparpajado. En su departamento Lee prepara con calma una dosis de heroína, la introduce en su vena y queda petrificado, en beatitud. Leave me alone, de New Order, se escucha en su totalidad mientras la cámara se acerca lentamente a un rostro arrobado en la soledad de su trágica alienación.
La segunda parte de la cinta es un viaje a Sudamérica donde Lee buscará experimentar con la planta yagé (ayahuasca) en pos de lograr comunicación telepática. Lo que logra es un descenso hacia los límites tanto de su adicción como de su retorcida relación con Eugene. Cuando finalmente llegan a la selva, un nivel de realismo es palpable por primera vez. La revelación que experimentan, gracias a la ayuda de una botánica que prepara la planta, desbloquea la realidad que ninguno de los dos estaba dispuesto a ver. Finalmente se encuentran frente al espejo, un par de almas desnudas. El reflejo, muy distinto al que esperaban, resulta devastador.
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