Sinfonía de terror Nosferatu
Dir. Robert Eggers
A la fecha, el personaje del conde Drácula, creado por Bram Stoker en 1897, ha aparecido en más de doscientas películas. Sin embargo, el público ávido de sensaciones aterradoras parece no haberse cansado. Nosferatu, una versión no autorizada, filmada por F.W. Murnau en 1922, clásico perenne del cine, estuvo a punto de desaparecer después de que la viuda de Stoker demandara y exigiera la destrucción de todas las copias. Cual vampiro, Nosferatu es imperecedero, y en 1979 Werner Herzog realizó otra versión, apegándose más a Stoker y utilizando los nombres originales de sus personajes.
Para la tercera interpretación, Robert Eggers, respeta la trama y nombres de Murnau pero incorpora elementos de otras versiones, como Hammer y Drácula de Coppola (1992). La diferencia más importante radica en el personaje de Ellen (Lilly Rose Depp), que pasa a ser el motor de la narrativa. Durante el prólogo que se desarrolla en su infancia, ella implora al cielo un consuelo para su soledad. Sus plegarias son atendidas por un ente maligno que le proporciona placer para posteriormente dejarla aterrada, convulsionando.
La acción salta varios años, a 1838, el pueblo de Wisborg, Alemania, siguiendo fielmente los sucesos de la versión de Murnau. Thomas Hutter (Nicholas Hoult), el marido de Ellen, es ofrecido una jugosa comisión por cerrar la venta de una propiedad frente a su propia casa. Debe viajar a al castillo del conde Orlok (Bill Skarsgard), en Transilvania, para firmar el contrato. La verdad es que su jefe, Herr Knock (Simon McBurney) ya ha realizado un nefasto pacto con Orlok.
Al cuestionar la necesidad de otra versión más de un relato tan asimilado en la cultura, Eggers nos responde con una obra imbuida de genuinos momentos de repulsión, malestar, pero, sobre todo, pavor absoluto. La indefensión de Hutter frente al ente no muerto de Orlok, semioculto por las impenetrables tinieblas de su aposento, el vértigo incontrolable que siente frente a su devoradora malignidad. La inevitabilidad de firmar un contrato, que anulará su matrimonio, por dinero.
Eggers brinda una exuberante grandilocuencia a todas sus escenas, justificando reinterpretar lo que tantas veces se ha visto con anterioridad. La fotografía de Jarin Blaschke es en sí, motivo suficiente para apreciar la cinta más de una ocasión. Todos los elementos funcionan con precisión para generar una experiencia estremecedora, el encuentro mismo con la encarnación universal del mal, Orlok. Afortunadamente, la presencia de Willem Dafoe como el profesor Albin Eberhart Von Franz (Van Helsing sustituto), aligera la atmosfera con momentos de inesperada comedia, su interpretación del personaje incompetentemente erudito oscila entre Doc Brown y el profesor Abronsius.
Lilly Rose Depp, en plena posesión, se retuerce entre convulsiones y espasmos que recuerdan a Isabelle Adjani (Posesión, Andrzej Zulawski, 1981), que precisamente interpretó al personaje de Lucy/Ellen en la versión de Herzog de Nosferatu.
Quizá la única queja está en el diseño de la apariencia del vampiro, Eggers en pos de verisimilitud, presenta a un Orlok que se acerca más a la conocida imagen de Vlad Dracul, aunque en proceso de putrefacción. Su aspecto y abundante bigote cosaco recuerdan más al wurdulack encarnado por Boris Karloff en Black Sabbath (Mario Bava, 1963), distando de la apariencia de Max Schrek, Klaus Kinski (o Reggie Nalder).
Más allá del preciosismo de imágenes y de la aterradora y nauseabunda sensación que provocan los ataques sexuales de Orlok. Esta enésima interpretación del relato de Stoker refleja incómodamente el actual clima sociocultural, la repugnante toxicidad de hombres poderosos controlando cuerpos femeninos, plagas que la gente se rehúsa a creer, enfermedades mentales incomprendidas, el mundo mismo yéndose al infierno. Como encabezados del 2025.
“El mal… ¿Viene de nuestro interior o del más allá?”
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