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El Imparcial / Columnas / Gonzalo Manrique

¿Quién fue primero? ¿El huevo o Trump?

La estrategia del gobierno parece estar pisando el acelerador y el freno al mismo tiempo, con consecuencias impredecibles para la economía estadounidense.

Gonzalo  Manrique

La estrategia del gobierno parece estar pisando el acelerador y el freno al mismo tiempo, con consecuencias impredecibles para la economía estadounidense.

Antes de que los nuevos aranceles impulsados por la administración de Donald Trump entraran en vigor, la inflación en Estados Unidos ya daba señales de aceleración. Lo que comenzó como especulación en los mercados rápidamente se tradujo en un alza de precios, golpeando el bolsillo de los consumidores y poniendo en jaque a la Reserva Federal. En enero, el índice de precios al consumidor (IPC) aumentó un 3% interanual, marcando el cuarto mes consecutivo de incremento y superando las expectativas de los analistas.

El fenómeno no fue casualidad. En un entorno de incertidumbre comercial, los empresarios y proveedores reaccionaron con ajustes preventivos en sus precios. La sola posibilidad de aranceles más altos sobre importaciones clave llevó a una anticipación de costos que se trasladó directamente al consumidor. Desde los supermercados hasta las fábricas, el mensaje fue claro: la guerra arancelaria estaba a punto de encarecer la economía.

Uno de los productos que más evidenció esta tendencia fue el huevo. Su precio se disparó un 53% en comparación con el año anterior, no solo por la gripe aviar que afectó la producción, sino también por las dinámicas de mercado que exacerbaron la crisis. Este aumento se convirtió en el símbolo de una inflación que no daba tregua y que encontró en los alimentos y bienes básicos un terreno fértil para la especulación.

Pero los efectos no se limitaron a la canasta básica. Sectores como el automotriz, los seguros y la industria del ocio también sufrieron incrementos significativos. La expectativa de tarifas más altas sobre insumos clave como el acero y el aluminio generó un encarecimiento en los costos de producción, lo que afectó directamente el precio final de los bienes. Mientras tanto, los consumidores vieron cómo el costo de vida subía sin que los salarios compensaran la diferencia.

El presidente Trump, fiel a su estilo, desvió la responsabilidad hacia su predecesor, Joe Biden, y presionó públicamente a la Reserva Federal para que redujera las tasas de interés. Sin embargo, el dilema era complejo: una baja en las tasas podría impulsar el crecimiento, pero también avivar aún más la inflación. Jerome Powell, presidente de la Fed, dejó claro que no cedería ante presiones políticas y que las decisiones monetarias seguirían guiadas por los datos económicos.

Aquí radica la paradoja de la política comercial de Trump. Por un lado, sus aranceles buscan proteger la industria nacional y reducir la dependencia de importaciones. Por otro, generan un efecto inflacionario que obliga a mantener las tasas de interés en niveles altos, afectando el crédito y el consumo. En otras palabras, la estrategia del gobierno parece estar pisando el acelerador y el freno al mismo tiempo, con consecuencias impredecibles para la economía estadounidense.

Los economistas advierten que si los aranceles se implementan en su totalidad, la inflación podría mantenerse elevada por más tiempo del previsto, complicando aún más la tarea de la Fed. Mientras tanto, los consumidores ya sienten en sus bolsillos el costo de la incertidumbre. Con precios al alza y un panorama político cada vez más tenso, la pregunta es inevitable: ¿será la guerra arancelaria un salvavidas o una carga para la economía estadounidense?

Excelente semana, nos leemos pronto…

  • *- El autor es catedrático en la Escuela de Derecho y Gobierno de Pacífico Universidad.

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