Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas /

Cultura, instituciones y artistas

En la situación que hoy nos encontramos, que hoy se encuentra el mundo, es decir, cuando más se exigen prácticas democráticas para atender la cultura en general y a los artistas en particular, las instituciones públicas repiten los esquemas del siglo pasado pero con menos recursos.

Gabriel  Trujillo

En la situación que hoy nos encontramos, que hoy se encuentra el mundo, es decir, cuando más se exigen prácticas democráticas para atender la cultura en general y a los artistas en particular, las instituciones públicas repiten los esquemas del siglo pasado pero con menos recursos. No hablan ya de promover obras monumentales sino de hacer cultura en la calle. La vida artística se circunscribe a festivales, a jolgorio, a aglomeraciones festivas. Lo cual no está mal, pero no debe ser lo único. Esta lectura de lo cultural como eventos masivos funciona para las artes escénicas, pero

no para las artes donde el creador individual se manifiesta con mayor fuerza, como la literatura y las artes visuales. Pero también domina la percepción de que en el siglo XXI el artista es un promotor de sí mismo o nadie le prestará atención.

Las instituciones ya no actúan con el paternalismo de la mamá de los pollitos. Ahora le exigen al artista que se rasque con sus propias uñas, que encuentre financiamiento por su cuenta y riesgo, que cacaré cada obra suya como un producto a vender, como una campaña publicitaria, como una tendencia de temporada: con caducidad fija. Y si hablamos de las instituciones privadas, vemos que éstas sólo quieren que el arte sea un evento social de la élite empresarial, un acontecimiento para los happy few. De ahí que para esta minoría privilegiada, los residentes de las zonas doradas del estado, el arte debe ser algo agradable, que no cause conflictos, que no les agrie el día.

El arte que las instituciones privadas y sus mecenas promueven es que éste sea una inversión que deje beneficios, que dé ganancias, que proteja su dinero, que los muestre como los triunfadores, los ejemplos a seguir. Y sucede que la gran mayoría de los artistas que trabajan para contentar a estos mecenas fronterizos crean obras que no respingan, que no muerden, que no concitan más que la acepIMSS

tación inane. No es arte lo que producen sino un sucedáneo del arte: una simulación decorativa que se vende como un objeto de prestigio. La ambición creativa como una marca de fábrica, como una atracción turística, como un lujo para quien puede pagarlo. Olvidan lo dicho por la pintora portuguesa Paula Rego: “El arte es el único lugar donde puedes hacer lo que quieras. Es libertad”.

Desgraciadamente, para muchos artistas bajacalifornianos, su arte es un seguro financiero, una jaula de oro donde cantan para sus patrones, donde muestran su plumaje para admiración exclusiva de quien les da de comer. En vez de que el público se acomode a sus obras, estos artistas se adaptan a los gustos de su posible clientela: “¿Quieres un gatito con ojos amorosos? Mañana lo tienes”.

El artista, como creador laborioso, ya es un fantasma irredimible: hasta la Inteligencia Artificial puede imitarlo. Pero una cosa es copiar sus manías y otra muy diferente es crear algo que deje marca en el mundo. El arte ya es un oficio obsoleto para muchos de nuestros contemporáneos, que creen que para hacerlo basta con ser ingenioso, mostrar alguna habilidad, ser carismático, aventarse al ruedo, porque ya no importa la disciplina o el talento, sino la pura osadía de hacer público lo privado, de mostrar quién eres y comparimpulsar tirlo en la red. Así son los tiempos del siglo XXI y no hay marcha atrás. Por eso tantos que quieren ser llamados artistas buscan la fama y la fortuna haciendo barullo, dando de qué hablar. No les interesa su obra sino su resonancia. No les importa su hechura sino su impacto mediático. Su lema es: “No te fijes en lo que hago. Fíjate en mí, en mi apariencia, en mi forma de ser y comportarme. ¿Verdad que soy fascinante?”.

Lamentablemente, la mayoría es banalmente fascinante en sus propuestas, en sus creaciones. Muchos artistas prefieren nadar de pechito, sin esfuerzos excesivos. Prefieren poner buena cara y no gritar sus verdades. Pareciera que muchos creadores desearían volver a los tiempos de las mafias artísticas, de las canonjías institucionales, de los privilegios de los súbditos bien agradecidos. De nuevo, lo que falta es crítica, es argumentos, es arrojo fuera de la grey, de la manada. Me duele preguntar, ¿cuándo el arte dejó de ser una arena pública para debatirlo todo? ¿Cuándo la añoranza retro terminó por ahogar lo original, lo disidente, lo alternativo? Son preguntas para los artistas tanto como para las instituciones culturales. ¿No creen?

  •  *- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

Sigue nuestro canal de WhatsApp

Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí