¿Por qué sucedió esto?

Por el derecho a la libertad de expresión.

La anciana, con un vestido color rosa que le llega hasta casi tocar el suelo, se baja decidida del automóvil portando una pistola, revisando que todo esté en orden con ella, para después enfocar su mirada en las personas que están en el patio de la casa a la que arribaron. Da unos tres pasos más y dispara, casi a quema ropa, sobre uno de ellos que cae al suelo. Casi inmediatamente, otra persona más joven se acerca para auxiliarlo y es abatido con un solo disparo que lo conduce a la muerte. La anciana regresa a su carro y, en ese lapso después de ser atacada por los agrey didos, todavía acciona su arma, hiere a un adolescente y huye con quienes llegó. Así de sencillo, sin ninguna complicación, asesina a sangre fría sin inmutarse.

Con esta acción de cine de terror extremo, esta familia de asesinos nos deja en estado de shock. No sabemos qué es lo que pasó. Ni cómo es posible que una anciana hubiera sido capaz de tanta atrocidad. No entendemos que, tal vez, antes de llegar a destruir a una familia, eliminando a dos de sus miembros, se preocupó por dejar remojando el arroz para cocerlo a la hora de la comida. Porque esa es la idea que tenemos de los ancianos, como las personas más dulces a las cuales les debemos devoción y completa confianza. Las consideramos indefensas e incapaces de producirle daño a nadie. Por lo que, después de este terrible suceso, seguimos sin entender, qué la condujo a aniquilar no solo a dos personas, sino a la imagen que tenemos de la tercera edad. La realidad es que desde siempre, los viejitos, somos personas que aprovechándonos de esta fisonomía y de los cuentos de hadas, cometemos tropelías que no son precisamente travesuras.

México es el país que, en la actualidad, se caracteriza por la increíble serie de inconcebibles crímenes que se cometen diariamente. A todos, de alguna manera, hay episodios de criminalidad que nos han impactado profundamente. Para mí, fue lo sucedido en El Sauzal de Rodríguez, en Ensenada, el 17 de septiembre de 1998, donde ejecutaron tendidos en el suelo, boca abajo, a 19 personas, entre ellas a 8 niños, dos de ellos bebés. Pero desde entonces, muchos crímenes impensables han sucedido y, la verdad, ya nada nos puede sorprender. La facilidad con la cual cualquier asesino evade la acción de la justicia ha permitido sucesos inhumanos aborrecibles. No hay ningún límite para la crueldad. El peor acto criminal que conoceremos puede ser que suceda en nuestra casa o en la de nuestros vecinos.

La delincuencia está desarrollando sus actividades a la libre. Nada ni nadie los atemoriza y, por consiguiente, se aprovechan del valemadrismo de las autoridades supuestamente encargadas de la justicia. Nadie concibe a un policía actuando conforme lo indica la ley. Por el contrario, siempre lo percibimos como alguien de quién debemos cuidarnos. Si estamos potencialmente en riesgo de sufrir un atentado y hacemos una llamada de emergencia buscando apoyo, lo haremos inseguros por no saber quién nos atenderá. Existen infinidad de ejemplos de fotografías, de videos y de amenazas públicas que ahora recurren a la posibilidad de que cualquier policía nos amenace con desaparecernos. Ya hasta magos se creen. Pero, aun así, hay que tomarlos en serio. Esta cuestión de la inseguridad no se trata solo de bandidos, también están en la jugada las fuerzas armadas, los policías, las autoridades de los gobiernos municipales, estatales y federales. Todos son un amasijo de corrupción, de falta de acciones de justicia y de permitir que las conductas anárquicas modelen nuestra sociedad. Por eso cada uno decide cómo se hará justicia, porque quienes deben impartirla, no la aplican. Vale.

* El autor es licenciado en Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.