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Sebastien Bellin, el "hombre de hierro" que sobrevivió a una bomba y compitió en una de las pruebas más duras del mundo

Perdía sangre, se le acababa el tiempo y sabía que sus decisiones serían cruciales para vivir o morir. Entonces, recordó las palabras de su antiguo entrenador.

Sebastien Bellin, el "hombre de hierro" que sobrevivió a una bomba y compitió en una de las pruebas más duras del mundo

Bellin eligió el Ironman en Kona como su gran reto mientras yacía inmóvil en una cama de hospital.

Huevo, queso, bacon y pimienta.

La salsa carbonara es simple: una rica mezcla de grasa y sabor para acompañar la pasta.

Para Sebastien Bellin, sin embargo, el ingrediente más importante no está en ninguna receta.

La comida que le salvó la vida estaba hecha de algo más.

El 21 de marzo de 2016, entre luces suaves y risas, Bellin se sentó en un restaurante de Bruselas (Bélgica) y engulló tres platos de carbonara.

Unas 12 horas después, el belga yacía de espaldas en el suelo del aeropuerto de la ciudad. Hay una extraña foto del momento.

Una foto que dio la vuelta al mundo: Bellin, herido en el suelo tras la explosión.

Al principio la expresión de Bellin atrae tu mirada. Se ve tranquilo, casi sereno, mientras estira el cuello para mirar su cuerpo. Pero, cuando observas el resto de la imagen, es evidente que algo está muy mal.

Una capa de polvo cubre media cara de Bellin. Sus pantalones están rotos y hechos jirones. Sus tobillos se abren hacia el cielo y sus piernas aparentemente no responden.

Lo más inquietante de todo es que debajo de él crece un charco de sangre, espeso y de mal augurio.

Dos maletas, una en cada extremo del área de facturación, habían estallado, impactando a la multitud.

Murieron 16 personas en el atentado terrorista del autodenominado Estado Islámico, y Bellin podría haber sido el número 17.

"Recuerdo que me caí y mi cadera explotó", dice Bellin.

"Miré hacia abajo y vi una masa de huesos que sobresalían. Ves gente muerta, ves partes de cuerpos, escuchas gritos".

Cuando vio la sangre manar y sus pies entumecerse, Bellin supo que su vida dependía de los próximos movimientos que hiciera.

Afortunadamente, contaba con preparación.

Ganar el día

Siete años después, al echar la mirada atrás, Bellin ve cómo todo lo que había sucedido antes lo preparó para esa mañana.

Bellín nació en Sao Paulo. Su madre era fisioterapeuta, "muy hippie, muy liberal, simplemente un espíritu libre", mientras que su padre, un alto ejecutivo, era más conservador y con mentalidad empresarial.

La carrera de su padre llevó a Bellin y al resto de su familia a las ciudades estadounidenses de Indianápolis y Filadelfia, y luego a Dinamarca, Italia y Bélgica.

"Fue una infancia nómada, pero desde pequeño aprendí la ventaja de tener equilibrio en tu vida, de ver siempre dos lados de la imagen", recuerda Bellin.

"Siempre trataba de sacar los beneficios de estas culturas diversas y diferentes".

El acceso directo de Bellin a esas culturas siempre era el mismo: el deporte.

Inicialmente fueron el fútbol y el tenis. Durante su tiempo en Italia, se dedicó al fútbol por completo. Y, cuando llegó a Bélgica con 13 años, sus amigos de la escuela lo convencieron para que probara el baloncesto.

Esto le condujo a la vida universitaria en Estados Unidos y a una carrera profesional en Europa.

Bellin jugó profesionalmente al baloncesto por 15 años en equipos de Bélgica, Países Bajos, Italia y la República Checa.

"El deporte es la mayor academia del mundo", afirma Bellin. "Todo lo que necesitas saber en la vida está ahí".

"Te muestra que hay muchas maneras diferentes. No hay solo una manera correcta, siempre hay una alternativa".

Bellin no sabía qué movimiento hacer en el suelo del aeropuerto. Pero, mientras se acercaba a la muerte, supo cómo empezar a buscar una opción alternativa.

El deporte le mostró el camino una vez más. Recordó las palabras de un viejo entrenador; Greg Kampe de la Universidad de Oakland.

"Él siempre solía decir: 'simplemente gana el día'", recuerda Bellin.

Kampe se refería a que demasiados jugadores están atrapados en sus logros pasados o distraídos pensando en el futuro. Esto desviaba su enfoque del presente, dejándolos vulnerables.

Bellin no podía permitirse el lujo de pensar en lo que tenía en la vida o lo que podría perder en la muerte.

"Cuando me vi en ese momento, lo observé tal vez un poco diferente que los demás: se trata del ahora, del momento", asegura.

"Sabía que en la próxima hora y media me jugaba el campeonato. Esto es todo. Tienes que vencer al momento. Solo tienes que ganar el día".

Bellin decidió que tenía que moverse.

Le había pedido a alguien que le subiera las piernas a una maleta para disminuir el flujo y usó una bufanda como torniquete improvisado, pero la pérdida de sangre fue demasiado rápida. Apenas había tiempo.

Se planteaban dos problemas: no podía moverse y, además, le dijeron que no debía hacerlo.

Los agentes de policía habían formado un cordón alrededor de los muertos y heridos en el edificio de la terminal. Indicaron a Bellin que se quedara quieto mientras aseguraban el aeropuerto y pedían ayuda.

Él fue insistente. Su camino no era el único camino. No era la manera. No, si iba a sobrevivir.

Le dijo a la policía que se arriesgaría, que de lo contrario su muerte quedaría en su conciencia, y convenció a un mozo que pasaba para que lo subiera a un carrito de equipaje y lo empujara hasta la entrada del aeropuerto.

Su estrategia era estar donde llegara primero la ayuda médica, y le funcionó. Seis bomberos que corrían hacia el lugar lo encontraron y lo llevaron a un centro de primeros auxilios improvisado.

Bellin había perdido el 50% de su sangre. Casi le amputan la pierna izquierda. Pero ganó el día.

Del hospital al triatlón

Bellin se convirtió en una especie de celebridad en su cama de hospital.

La foto del aeropuerto, tomada por el periodista georgiano Ketevan Kardava que fue a comprar un billete a Ginebra el mismo día, se volvió viral. Apareció en pantallas y diarios de todo el mundo.

Dio entrevistas. Volvió a encontrarse con Kardava en su barrio. Cuarenta y un días después del ataque, sus hijas pequeñas viajaron desde la casa familiar en Estados Unidos para un emotivo reencuentro, transmitido por la televisión estadounidense.

Pero la mayoría de las horas fueron duras, dolorosas y solitarias.

Bellin pasó tres meses en el hospital. Al principio permanecía todo el tiempo en la cama, con la pierna unida por una combinación de clavos y férulas de metal. Tenía metralla salpicada a lo largo de su cadera e injertos de piel para cubrir las heridas abiertas.

Poco a poco aprendió a caminar de nuevo, ajustándose a sus discapacidades y a una nueva realidad. No tenía sensibilidad por debajo de la rodilla en la pierna izquierda. Habían extirpado el hueso metatarsiano del pie cuando comenzó a desarrollarse una infección.

A pesar de sus lesiones, Bellin estaba decidido a no alejarse del deporte.

"Soy una persona que ama el movimiento y me encontré inmóvil con la noticia de que quedaría discapacitado por el resto de mi vida", dice.

"Solo necesitaba una quimera para mantenerme enfocado y positivo. Quería el extremo opuesto a la situación en la que me encontraba. Para un atleta explosivo, eso era disputar una de las carreras de resistencia más duras del mundo".

Bellin se decidió por un triatlón Ironman, en específico la legendaria carrera de Kona, Hawái, en la que la historia pesa tanto como la humedad.

Incluso antes del suceso, habría sido una tarea difícil. Bellin mide 205 cm. En su apogeo del baloncesto, pesaba casi 115 kg. Su entrenamiento consistía en saltos cortos y explosivos.

"Creo que había dado seis vueltas a la pista como atleta profesional; ciertamente no había montado en bicicleta ni nadado", asevera.

Un Ironman consta de mucho más: una travesía a nado de 3,8 km y pedalear 180 km, seguido de un maratón completo.

Bellin se recuperó lentamente y entrenó de forma inteligente. Aumentó suavemente la distancia y adaptó cuidadosamente su equipamiento. Pidió que le hicieran un zapato especial para ayudar a prevenir las ampollas que se abrían en su entumecido pie izquierdo.

También sufrió reveses. La covid-19 retrasó un intento en Kona. Luego, cuando los confinamientos acabaron y se volvió a convocar el evento, todavía estaba aprendiendo a confiar en sus piernas de nuevo tras la cirugía para quitar los soportes de metal clavados a los huesos.

El daño en los nervios le hizo perder la sensibilidad en la pierna izquierda por debajo de la rodilla.

Pero en octubre de 2022, seis años y medio después de la explosión, Bellin demostró que tenía más valor que nunca, cruzando la línea de meta en Hawái en 14 horas, 39 minutos y 38 segundos.

"Nunca se trató de lo rápido que fuera; el objetivo era demostrarme a mí mismo que mi cuerpo y mi mente son capaces pese a esta desventaja", dice Bellin.

"No quiero que mi mente acepte el estado de ser una víctima.

"Soy un sobreviviente y se lo debo a las personas que murieron ese día, y a mi país como un orgulloso belga. No sucumbiré a esto. Tengo atrofia, no puedo mover los dedos de los pies, pero si permites que tu discapacidad sea más fuerte, tu condición disminuirá lentamente", afirma.

Los tres platos de carbonara

Lo único que casi lo separa de la meta fue lo mismo que le permitió situarse en la línea de salida: la nutrición.

Bellin, adelantado en sus etapas de natación y ciclismo, no pudo ajustar su estrategia de reabastecimiento. Se tomó una bebida de electrolitos antes de lo planeado y, cuando llegó al maratón, sufría de dolor de estómago y calambres mientras su cuerpo intentaba procesar la sobrecarga de carbohidratos y sodio.

Por el contrario, el 22 de marzo de 2016, el apetito de Bellin lo salvó.

Sin esos tres platos de carbonara de la noche anterior, su nivel de azúcar en la sangre probablemente habría sido demasiado bajo para mantenerse consciente. Se habría quedado detrás del cordón policial. Habría perdido más sangre y, posiblemente, la vida.

¿Suerte? ¿Destino? ¿Una feliz coincidencia de azúcares y sal en su organismo?

Bellin no está de acuerdo.

"¿Esa historia de la pasta carbonara? ¿Toda la historia? No es suerte para nada", expone.

Aquella noche no había planeado salir a cenar. Acababa de regresar a Bruselas de un día de reuniones de negocios en París. Estaba agotado y había reservado en el primer vuelo a Nueva York al día siguiente. Solo quería dormir.

Y entonces sonó su teléfono.

"Era un buen amigo mío, Greg. Su esposa es profesora como la mía en la Escuela Internacional de Bruselas", recuerda Bellin.

"Él me dijo: 'Oye, vamos a comer algo en este restaurante italiano, ven con nosotros'. Yo le dije que estaba cansado y le colgué".

"Greg me vuelve a llamar y me dice: 'Vamos, no te he visto en mucho tiempo, pasemos el rato'".

"Le dije que tenía ese vuelo a primera hora a Nueva York y le colgué por segunda vez".

Greg era tenaz. Volvió a llamar a Bellin. Bellin volvió a colgar.

No fue hasta la cuarta llamada que finalmente cedió.

"Greg finalmente dijo: 'Seb, tienes que cenar. Te quiero, solo quiero verte'".

"Así que fui a encontrarme con él y su esposa Cara en el restaurante y me comí ese primer plato de pasta tan rápido que el camarero trajo otros dos".

"Si Greg no me hubiera devuelto la llamada me habría ido directamente a la cama, me habría levantado, tomado un vaso de agua y tal vez un plátano, y habría salido corriendo para tomar ese vuelo.

"Todo el mundo piensa que es la pasta carbonara, pero ni siquiera habría estado allí para comerla si no fuera por el cariño de un amigo al que colgué tres veces. La clave fue la calidad de mi vida. El amor y la pasión en ella".

Ese era el ingrediente secreto de la carbonara de Bellin; uno que añade a todo lo que puede.

"Era igual en los deportes. Nunca me enfoqué en las estadísticas", asegura.

"No tenía habilidad para saltar, ni buenos números ni nada por el estilo, pero tenía pasión y disciplina, esos atributos que no se pueden medir. Es lo mismo en la vida. ¿Puedes medir el amor, la pasión, la empatía, la tolerancia, la apertura de mente? No puedes medir estas cosas. Son cualidades, no cantidades".

Cara a cara con el terrorista

Bellin ha ido a lugares donde otros podrían haber encontrado sus límites.

El mes pasado, atravesó los controles de seguridad y entró en la antigua sede de la OTAN, solo unas pocas millas al oeste de donde resultó herido.

Bellin se encontró cara a cara con los acusados de planear el ataque terrorista en el juicio en marzo de 2023.

Allí se juzgaba a 10 hombres, uno en ausencia, acusados de ayudar a planear los atentados en el aeropuerto de Bruselas y, el mismo día, en la estación de metro de Maelbeek, donde murieron otras 16 personas.

Mohamed Abrini era uno de ellos. Llevó una bomba al aeropuerto de Bruselas, pero, a diferencia de dos de sus compinches, no la detonó, salió del edificio y pasó junto a los heridos y moribundos antes de ser arrestado dos semanas después.

Bellin subió al estrado y pidió al acusado que lo mirara a la cara y escuchara sus palabras.

"Hoy he decidido perdonarte", sentenció.

"Estoy dejando de lado los horrores de los que te acusan. He decidido reservar más espacio para el amor en mi vida".

Al reflexionar sobre su día en el juzgado, Bellin recuerda: "Había un poco de lo desconocido y algo de nerviosismo en mí.

"No sabes lo que te va a provocar. ¿Vas a sentir ira? ¿Cuáles son las consecuencias? Pero tan pronto como salí de la sala del tribunal, sentí un gran alivio y una oleada de confianza".

Bellin afirma que "hay que hacer justicia" y que los responsables "tienen que pagar el precio" por sus acciones, pero ahora está centrado en su familia y en sí mismo.

"Estoy muy orgulloso del viaje que hemos emprendido", dice.

"Nos hemos reconstruido y adaptado a lo que nos dio la vida. Quiero desvincularme de todo ese lío.

"Seré discapacitado por el resto de mi vida, pero, al mismo tiempo, hay muchas cosas buenas que han salido de estos últimos siete años: siento que soy un mejor amigo, un mejor esposo, un mejor padre, una mejor persona.

"Sé que soy más fuerte", sentencia.


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