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Entre Krauze y Dahl

Uno de los temas emergentes en la discusión pública mexicana es de la democracia.

Uno de los temas emergentes en la discusión pública mexicana es de la democracia. No es el espacio para desarrollar un debate a fondo, sólo me interesa por el momento marcar algunas de las implicaciones más importantes del tema.

Un ingeniero industrial marcó las directrices de lo que sería la idea de democracia para una buena parte de analistas no especializados en teoría política, pero si influyentes en la discusión pública. En 1986 la Editorial Joaquín Mortiz publicó el libro de Enrique Krauze “Por una democracia sin adjetivos”. Para él, como para sus seguidores, la democracia era un régimen político basado en elecciones regulares, vigiladas, sin fraude. No había que adjetivarla porque era una especie de situación equilibrada en la que los contendientes aceptaban los resultados de los comicios que se desarrrollaban sin grandes conmociones. Sería como la matriz de un país de primer mundo, que enderezaría el resto de la vida pública nacional. Claro, aparte de la defensa de la democracia procedimental, nunca nos enteramos cómo se resolverían el resto de problemas de los mexicanos. O quizá no importaba. Para esta visión, la modernidad implicaba un país en el que el ámbito político emularía a las democracias consolidadas de Estados Unidos o de Europa.

Sabemos que un régimen democrático es mucho más complejo que la simple receta de modernizar el ámbito procedimental (electoral). Con ser fundamental la democracia va más allá, e implica una relación mucho más estrecha y dependiente con el ejercicio de otros derechos por parte de la ciudadanía: derechos civiles, sociales y económicos. Decía ese gran filósofo político mexicano, Carlos Pereyra, que la democracia sin niveles mínimos de bienestar era una “fantasmagoría irrelevante”. Es decir, para que la población de un Estado participe y reivindique sus derechos debe tener garantizado su sustento diario; sino es así, su prioridad será la sobrevivencia.

En ese sentido y más allá de lo que otros llaman la “democracia liberal” (electoral), hay una interacción fundamental entre el mundo económico y la vida política. Bajo las democracias consolidadas, parece impensable hablar de una desigualdad social y económica en un régimen político democrático. La democracia exige un desarrollo económico redistributivo. Hay ejemplos de países con gobiernos autoritarios pero con un buen desempeño económico: por ejemplo Chile bajo la dictadura de Pinochet. Lo contrario no parece existir: países pobres con democracias plenas. Lo que si puede congeniar, serían estos últimos con democracias electorales.

Robert Dahl define la “democracia poliárquica” como un sistema político donde gobiernan las mayorías y se garantiza que los cargos públicos sean electos, en elecciones incuestionables, donde haya libertad de expresión, no existan los monopolios de la información, los habitantes se puedan asociar libremente y haya ciudadanía inclusiva (a ningún adulto se le debe negar el derecho a participar). Creo que además, se deben garantizar los derechos de las minorías en el “gobierno de los muchos”

La democracia no puede ser libre de adjetivación. Requiere de condiciones materiales que les permitan a las personas convertirse en ciudadanos, ejerciendo sus derechos civiles, políticos y sociales (aquí incluyo los económicos y culturales). La pobreza o la extrema pobreza conspira contra esa idea de democracia. Krauze diría que si hay elecciones confiables con eso basta; considera que la economía puede ir por un camino y la vida política por otro. Dahl complejiza la idea a través de su propuesta de “poliarquía” o “gobierno de los muchos”. Finalmente la igualdad y la justicia no se logran en condiciones de atraso social y económico. Krauze creía que si se hubiera respetado el triunfo del PAN en Chihuahua en 1986, la democracia hubiera sido una realidad desde entonces. Es el mismo razonamiento de Ernesto Zedillo cuando bajo su gobierno sostuvo que no era necesaria la transición pues ya vivíamos en democracia (electoral). Lo dicho, no existe la democracia sin adjetivos, hasta el mismo autor de la expresión la circunscribió a la democracia procedimental. Lo cierto es que en México el apellido sí importa.

*- El autor es Investigador de El Colegio de la Frontera Norte/Profesor Visitante en el Centro de Estudios México-Estados Unidos de la Universidad de California en San Diego.

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