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¿Hasta cuándo será suficiente?

Pareciera que estamos sufriendo una competencia de terror en la cuál se disputan el premio al más deleznable asesinato, a la más degradante conducta de asesinar cobardemente a personas no solo inocentes, sino incapaces de defenderse o de lograr conocer cuál fue el motivo de su aniquilamiento.

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Pareciera que estamos sufriendo una competencia de terror en la cuál se disputan el premio al más deleznable asesinato, a la más degradante conducta de asesinar cobardemente a personas no solo inocentes, sino incapaces de defenderse o de lograr conocer cuál fue el motivo de su aniquilamiento. El crecimiento numérico, pero también el aumento de los actos criminales degradantes, en los cuales el sadismo, la frialdad y la carencia de límites, nos han traído actos criminales inimaginables para el común de los ciudadanos. Ya solo estamos esperando para ver cómo y cuál será el vil acto de sadismo que conoceremos y cuál será el número de víctimas y las edades de estas.

En esta competencia por la muerte y la degradación humana, los feminicidios y los infanticidios, que eran muy raros en décadas anteriores, han ocupado los primeros lugares en las informaciones noticiosas en el país. Las mujeres jóvenes no sólo han sido violadas sexualmente, sino que el ensañamiento de sus victimarios, tratándolas peor que basura, ha llegado a límites increíbles. Esto es el resultado de la falta de responsabilidad de los organismos encargados de proporcionarnos seguridad, así como de investigar y aprehender a los perpetradores de esos crímenes de odio. Si se trata de contrastar la violencia ejercida contra las mujeres, respecto a la recibida por los hombres, el indicador no es sutil, sino que es demasiado desfavorable contra las féminas.

Se siente en el ambiente social un tenue olor a podredumbre que se distingue por las ansias de experimentar con el dolor humano. Hay un impulsor social que incita a la comisión de crímenes con exceso de violencia y sevicia: el valemadrismo de las autoridades encargadas de investigar los actos violentos en nuestras ciudades. México es el país donde cada día se cometen crímenes perfectos. Para estas fechas, han quedado sin investigarse miles de asesinatos y sin aprehenderse, cientos de asesinos que abiertamente alardean sus fechorías. Mientras que las corporaciones policíacas cobran sin devengar sus salarios y exigen prestaciones laborales.

En Jalisco, la semana pasada un comando de personas armadas llegó a la casa de Eduardo, joven de 16 años que cuidaba a sus cuatro hermanos, lo secuestraron y lo asesinaron. Eduardo no solo fue avasallado, sino que no tuvo ninguna alternativa de defensa ni una puerta de escape. Sin embargo, fue lo suficientemente

responsable como para, heróicamente, esconder a sus hermanos y salvarlos de la muerte. Si la impunidad ha llegado hasta el límite reconocer que no hay barreras contra la violencia y que se puede hacer lo que se quiera sin ninguna consecuencia, entonces las leyes son innecesarias y solo existe el libre albedrío. Nada nos ata al orden y no existe la justicia. Con lo cual los tranquilos, los obedientes, los que respetamos las leyes y somos responsables y buenos ciudadanos, estamos a la espera del verdugo que, con nuestro asesinato, refrendará la anarquía. Como no hemos podido responder como agredidos y carne en espera del delito, también somos responsables de lo que pasa. Algo debemos hacer, algún movimiento deberemos encabezar, porque ya está siendo suficiente lo que le acontece a nuestra sociedad. O gritamos antes del balazo que recibiremos, o nuestro silencio cubrirá el ruido de la bala. Vale.

* El autor es licenciado en Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.

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