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Momento de definición

No es simple retórica, México vive una coyuntura de cambio sin parangón desde la etapa postrevolucionaria, una profunda transformación social y económica.

No es simple retórica, México vive una coyuntura de cambio sin parangón desde la etapa postrevolucionaria, una profunda transformación social y económica. La orientación del cambio tiene el propósito de apoyar a los sectores más pobres. Pero hay tres asignaturas pendientes: la corrupción, la inseguridad y el cambio del régimen político.

En este último caso, no ha sido una propuesta explícita de ninguno de los gobiernos anteriores, pero tampoco por el encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). El régimen político, asociado en gran medida a varios de los graves problemas que vive nuestro país, no ha merecido una discusión acerca de su futuro. Se trata de un asunto toral para la transformación pendiente. Sin embargo, los problemas de coyuntura lo han postergado indefinidamente.

La otra hipótesis es que las reformas político-electorales, que han conducido el cambio político, han suplido la transformación estructural del sistema político mexicano y se piensa que se debe continuar por esa vía gradualista. Por eso la transición política en nuestro país no se asemeja a ninguna que ha ocurrido a nivel internacional y que tienen un punto de arranque y uno de culminación. El cambio político mexicano ha sido a cuenta gotas.

Recuerdo que días después de las elecciones del año 2000 organicé un seminario para analizar los resultados y su trascendencia. Invité, entre otros, a un conocido comentócrata e investigador del CIESAS nivel 3 del Sistema Nacional de Investigadores. Estaba exultante, feliz, decía que la transición política por fin era una realidad de la mano del triunfo de Vicente Fox. Yo pensé que bromeaba pues era ignorar la procedencia de Fox, su ideario y su no proyecto de gobierno. Pero este politólogo sólo veía virtudes en el resultado electoral. Otros pseudo analistas lo siguieron en sus juicios y así nos fue durante 18 años.

PAN y PRI impulsaron el mismo proyecto económico y social, cuyo eje fue la privatización y la idea de que favoreciendo a los sectores ricos, éstos aumentarían la inversión y distribuirían los beneficios a los más pobres. El resultado fue la inequidad en la distribución del ingreso y el ahondamiento de la desigualdad social. El cemento de este modelo de crecimiento fue la corrupción galopante y la inseguridad. La ideología como dogma fue que la retirada del Estado de la regulación y la intervención económica era la panacea para todos los problemas que padecía el país.

La llegada del gobierno de AMLO implica un giro de 180 grados en el impulso al papel del Estado en el desarrollo nacional. No, no es simplemente el “estilo personal de gobernar” lo que vino a cambiar; eslaconcepcióndequelaadministraciónpúblicadebeteneruncompromiso con los más pobres del país, que son la mayoría de la población, por cierto. Por eso la embestida de los grupos y élites que se beneficiaron por décadas con un proyecto que generaba desigualdad pero que los enriquecía de manera inmoral.

Estamos ante un momento de quiebre. Eso explica las tomas de posición de quienes defienden el pasado y quienes ven hacia el futuro. Si estuviéramos en un proceso de continuidad la embestida contra el gobierno de AMLO no sería tan brutal y descarnada. No hay tregua: es la visión de que todo lo que se está intentando “está mal”, ignorando que estamos ante un sistema infestado de corrupción y que así funcionó por décadas. Cierto, ha habido errores y desaciertos. También, es innegable que la inseguridad y la corrupción continúan. Pero la ruptura con el pasado es evidente, insisto, la guerra desatada por quienes vivían de los privilegios y las canonjías del viejo régimen es la prueba más que evidente. Ninguna verdadera transformación ha sido fácil y tersa.

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