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Combate a la inseguridad, ¿de veras ha comenzado?

¿Podemos hablar de que por fin está comenzando un cambio de estrategia del Estado mexicano respecto al crimen organizado?

Por primera vez en las portadas de los periódicos y en las cortinillas de los noticieros la relatoría de hechos de sangre está alternando con la de aprehensiones y decomisos importantes. Nos habíamos acostumbrado a que la llamada nota roja o policiaca fuera sólo unilateral: Muertos, violaciones y asaltos.

En pocas ocasiones había el contrapunto de alguna respuesta de las autoridades y, cuando la había, parecía ser el producto de una reacción a un ataque iniciado por los criminales. Pero algo parece estar cambiando. En los últimos 10 días no ha habido uno que no se haya informado de una detención destacada.

Invariablemente ha sido el resultado de una investigación policiaca y ejecutado a través de una operación conjunta de varias corporaciones: Policías, GN y en ocasiones Ejército.

Entre las más sonadas, la operación Enjambre, en varias presidencias municipales que habían sido tomadas por los narcos; la intervención a un edificio destinado a la piratería china; un cargamento de fentanilo récord en la historia de decomisos; la aprehensión casi diaria de distintos capos o lugartenientes importantes, incluyendo el de varios operadores financieros; el desmantelamiento de una red importante de huachicol con una incautación también histórica.

¿Podemos hablar de que por fin está comenzando un cambio de estrategia del Estado mexicano respecto al crimen organizado? Quizá demasiado pronto para afirmarlo categóricamente, pero los primeros hechos están a la vista. Desde hace 30 años los gobiernos mexicanos prácticamente han pateado el bote “para más delante” en materia de inseguridad.

Felipe Calderón fue el Presidente que más alharaca hizo, pero, como sabemos, más con propósitos de efectismo político mediático que con una estrategia responsable. En cierta forma sólo alebrestó el gallinero.

Por lo que respecta al Gobierno de López Obrador, mi hipótesis es que tras asumir la Presidencia él entendió que el Gobierno mexicano carecía de la capacidad de fuego para enfrentarse al crimen organizado; simple y sencillamente no había manera de ganar esa guerra en el estado en el que se encontraban las policías, débiles e infiltradas. En consecuencia, se dedicó a construir la infraestructura que permitiera a su sucesor, seis años después, estar en condiciones de superar al adversario. De allí la creación de una Guardia Nacional y la recuperación del territorio a través de más de 500 cuarteles. Mientras tanto intentó ganar tiempo con esa especie de tregua “abrazos no balazos”, que los criminales terminaron aprovechando.

Lo cierto es que Claudia Sheinbaum tiene hoy un activo con el que antes no se contaba. Quizá ella habría preferido un esquema distinto, más centrado en la investigación policiaca que en el despliegue físico de fuerzas armadas. Pero es lo que hay y tendrá que convertirlo en una ventaja.

Lo que está claro es que el Gobierno ha entendido que no puede seguir pateando el bote. Primero, porque si bien es cierto que los crímenes han descendido poco a poco en los últimos años, eso ya no alcanza frente al hartazgo de la ciudadanía. Además, las estadísticas no reflejan el avance cualitativo del control territorial del narco en regiones en las que ya dominan la vida local.

La factura política es excesiva. Podría pensarse, incluso, que a mediano plazo la mayor amenaza en las urnas que enfrentaría Morena provendría no de la oposición como tal, sino del surgimiento de algún líder carismático de derecha, tipo Bolsonaro o Bukele, capaz de explotar el miedo y la desesperación, prometiendo una mano dura implacable para resolver la inseguridad.

Hoy en día es la preocupación número uno en los sondeos de opinión. En segundo lugar, Sheinbaum entiende que debe hacer algo sobre la merma cada vez más sustantiva que ejerce el crimen en la actividad económica. Una y otra vez el tema sale a relucir en toda reunión que sostiene con empresarios. La cuota pagada por extorsiones en comercios e industrias, las pérdidas por inseguridad en las carreteras, la competencia imposible que representa el contrabando y la piratería.

Las previsiones de crecimiento para el próximo año son raquíticas, las inversiones están retraídas. El Gobierno necesita crear las condiciones de certidumbre para activar la economía, y la inseguridad es hoy uno de los principales desincentivos para la reactivación y la generación de empleos. Y tercero, y quizá más decisivo, los embates de Trump se han convertido en la mayor amenaza al modelo económico por el que México optó desde hace cuatro décadas: La integración con el mercado y la economía de Norteamérica. Podemos estar de acuerdo o no con el TLC que nos vincula a las cadenas productivas del Norte o que el llamado “nearshoring” o relocalización constituye una oportunidad única que México debe aprovechar. Pero lo cierto es que no está a debate en este momento. El costo de suspender este proceso afectaría profundamente a millones de mexicanos.

El problema es que Trump quiere utilizar el tema de la inseguridad para ponernos de rodillas y conseguir condiciones mucho más favorables para su causa, en una relación de por sí desigual. Combatir la inseguridad y quitarles el pretexto para usarla en contra nuestra, se ha convertido para el Estado mexicano en un tema estratégico para mantener viable el modelo económico.

Varios senadores republicanos reconocieron estas acciones en los últimos días. Uno de ellos, Dan Crenshaw, un “halcón” de Texas que se quejaba de la pasividad del Gobierno anterior y pedía intervenciones directas, afirmó que eran operaciones muy audaces y externó su deseo de que Omar García Harfuch, el secretario de Seguridad Pública, haga una diferencia. Se advierte, desde luego, un esfuerzo del Gobierno de Sheinbaum para que estas operaciones cambien la percepción; son presentadas a la opinión pública con bombo y platillo.

La figura de Omar como un zar implacable será explotada de cara a la prensa estadounidense, que gusta de leyendas y protagonismos. Es comprensible y francamente en este caso ayuda a México.

Lo importante es que todo esto no sea una mera operación mediática y que sí se encuentre en marcha algo mucho más orgánico y profundo, por vez primera, en respuesta al crimen organizado. Hay señales de que eso está comenzando, esperemos que así sea.

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