Adán, el intocable
Apuesto 10 a uno a que ninguna consecuencia le traerá a Adán Augusto López el oscuro caso de su antiguo colaborador y al mismo tiempo cabecilla de una banda de maleantes.

Don Algón, salaz ejecutivo, gustaba de hacerse acompañar por damiselas más jóvenes que él. Invitó a cenar a una y le dijo: “Estoy consciente, señorita Dulcibel, de que carezco de sex appeal. Pero quiero que sepa que tengo bastante cheque appeal”. Timidio, empleado de oficina, se sintió mal en el trabajo y buscó a su jefe a fin de obtener su autorización para irse a su casa. La secretaria le informó que el señor había salido. Así, Timidio se fue sin permiso. Ya después le explicaría al jefe aquella ausencia. Cuál no sería su sorpresa -frase inédita- cuando al llegar a su casa sorprendió a su esposa en brazos del tal jefe. Antes de que Timidio pudiera articular palabra le dijo alegremente la señora: “¡Ándale, Tim! ¡Aprovecha para pedirle un aumento de sueldo!”. Hay elogios fúnebres poco elogiables. Recuerdo el de la desdichada mujer de la vida galante que pasó a otra mejor. En su sepelio hizo uso de la palabra el dueño del lupanar donde la finadita había prestado sus servicios. Dijo de ella: “Era capaz de beberse media botella de ron de un solo trago. Daba buena cuenta de 10 clientes en una sola noche, y en una riña le podía rajar la cara a cualquiera con su navaja”. “¡Caramba! -le dijo entre lágrimas una de sus compañeras a otra-. ¡Necesitas morirte para que digan de ti cosas bonitas!”. En ocasión semejante el orador fúnebre se mostró escueto al hablar del fallecido, hombre que pasó por la vida como si no hubiera estado en ella, y que no hizo nada bueno en el mundo aparte de irse de él. Alguien le reprochó al orador la cortedad de su elogio. Respondió irritado: “¡Es que el muerto no ayuda!”. Otro discurso funeral servirá para mi comentario de hoy. Éste tuvo lugar en Las Vegas. Murió un tahúr, y en el cementerio uno de sus colegas empezó la oración fúnebre con una frase altílocua: “¡Nuestro amigo no está muerto!”. Iba a decir que seguía vivo en el afecto de quienes lo conocieron, pero lo interrumpió la voz de otro tahúr: “10 a uno a que sí está”. Pues bien: Apuesto también 10 a uno a que ninguna consecuencia le traerá a Adán Augusto López el oscuro caso de su antiguo colaborador y al mismo tiempo cabecilla de una banda de maleantes. Se le echará tierra al asunto, pues los actuales dueños del poder son buenos sepultureros. Alguna vez López Obrador dijo que el tal Adán era hombre honesto, y lo llamó su hermano. Así las cosas, el señor es intocable. Aunque resulta imposible pensar que no sabía lo que su jefe de seguridad estaba haciendo, seguirá donde está. Eso sí: El desprestigio que ha caído sobre él lo elimina de la lista de posibles sucesores de la Presidenta actual. Aunque México ocupe el segundo lugar mundial en resurrecciones después de los santos lugares donde anduvo nuestro Señor, lo más probable es que acabado el sexenio el rabilargo senador se vea en la precisión de abandonar la vida pública e irse a algún sitio de nombre parecido al del rancho de su postizo hermano. Pero quién sabe qué polvos vaya a traer este lodazal. Tres jóvenes galanes conocieron en un antro a sendas guapas chicas, Después de un rato de conversación y varias copas, cada uno se fue con cada otra a un sitio más discreto. La mañana siguiente se reunieron a compartir sus experiencias. Comentó uno: “Creo que la muchacha con la que estuve anoche es enfermera. Me dijo: ‘Acuéstese en la cama y relájese. Esto no le dolerá”. Habló el segundo: “Pienso que la que estuvo conmigo es profesora. Me dijo: ‘Tendrás que repetir lo mismo hasta que te salga bien”. Declaró el tercero: “Seguramente la que me tocó a mí era azafata de línea aérea. Me dijo: ‘Colóquese esto sobre nariz y boca y respire normalmente’”. (No le entendí). FIN.
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí