Diálogos diversos
Décadas atrás, quizá nadie se hubiera escandalizado con los bienes materiales que le están sacando a la luz pública al ex gobernador de Oaxaca, José Murat, y tampoco la noticia hubiera sido magnificada con los casos de las casas que tanto el presidente Peña Nieto (o su esposa) como el secretario Videgaray consiguieron utilizando mecanismos informales y con muy poca transparencia en cuanto al proceso de adquisición; vaya ni siquiera la nota con el ranking de los más corruptos en la que destaca la ex vocera en el sexenio de Felipe Calderón, Alejandra Sota, hubiera sido relevante para un sector importante de ciudadanos. Sin embargo, ahora son otros tiempos y el periodismo de investigación ha logrado hacer público lo que antes fue un secreto a voces. ¿Cuántos Murat, Videgaray, familia presidencial, gobernadores en funciones, ex gobernadores, representantes, funcionarios públicos, existen a lo largo del País que han utilizado el poder para enriquecerse con dinero público? La pregunta no es ociosa ni intenta emular el fantasma del lugar común. La quiero utilizar para mirar una cara de la política pragmática: El particularismo, y para ilustrar una paradoja asociada al procesos de democratización del País, esto es, el fracaso del proceso de transición política. Me explicaré en los siguientes renglones. Según el politólogo, Guillermo O’Donell, el particularismo es un fenómeno que refiere desde transacciones jerárquicas, patronazgos, nepotismo, favores personales, hasta acciones que, según las reglas formales asociadas a la democracia, serían consideradas corruptas. Se supone que los individuos que asumen roles en las instituciones políticas, y en las estatales en general, no están dominados por motivos particularistas, sino por concepciones universalistas orientadas a la obtención de alguna versión del bien público. Sin embargo, en México, la forma de acceso al ejercicio del poder público ha sido por esta vía y la concepción de una política más universal sólo ha quedado como un discurso ideal. Para probar lo anterior sólo es cuestión de verificar el tipo de nombramiento de candidatos, la forma en que se conforman los órganos que imparten justicia, la fallida ciudadanización completa y justa de órganos electorales. Además la manera en que se hacen las contrataciones en los puestos públicos de mediana categoría e incluso los puesto directivos altos (amigos y favores que se regresan), la compra y control de los medios de comunicación, la configuración de un conjunto de elementos que hacen que a los líderes políticos se les vea como una especie de “dioses” que hacen cumplir su voluntad, que quitan, ponen, descalifican, nombran, designan, negocian y favorecen. Todos quieren estar cerca de ellos, esperan ver hacia dónde apunta su dedo, intentan interpretar su estado de ánimo, los miran como si personificarán la encarnación del bienestar en la vida de muchos. De esta forma, si algo pesa sobre nuestra débil democracia ha sido la particularidad del “particularismo” (sin ánimo de ser redundante). En otras palabras, ha triunfado la contraparte de lo que es la política universal que descansa sobre los pilares de la inclusión, del bienestar colectivo, de la idea de transformación en la que “la democracia se transforma en the only game in town,” ésa clásica expresión usada por los políticos comparativistas que puede traducirse pero que uno tiene que pedir disculpas para escribirla en el idioma original porque si la queremos traducir da pie a múltiples interpretaciones que quizá no apliquen a nuestro contexto. Y de ahí podemos partir hacia el otro extremo. A la paradoja que surge entre los discursos que se fincaron en el México de los años ochenta y el contenido asociado a la democratización del País. Es curioso que mientras se cocinaba reformas electorales, se pluralizaba el sistema de partidos, surgían los famosos órganos electorales ciudadanos, nacían nuevos movimientos sociales, algunos líderes dejaban al partido hegemónico para construir nuevas alternativas, las elecciones destacaban por ser reñidas o competitivas, la clase política seguía enriqueciéndose, en ella no pasaba nada que no fuera lo que siempre fue. Hoy visualizamos esos resultados con las notas que nos escandalizan sobre el dinero y propiedades acumuladas por ex gobernadores, funcionarios y demás. Nada tan paradójico como pensar en un País que ha estado transitando supuestamente a la democracia y a la vez, ver a su clase política con propiedades en el extranjero o en México. Pienso que han de sentir una envidia enorme los políticos de los países con democracia consolidadas. O quizá, ven la situación y se sorprenden por las ambiciones perversas de nuestra clase política. Así es el particularismo institucionalizado.
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