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Disfrutar el terruño

Conviene dirigir la mirada a nuestro Sonora, su geografía, costumbres y gastronomía peculiar.

Ernesto  Camou

Estamos en octavo mes del año, el último para unas improbables vacaciones, pues no es fácil viajar a los centros turísticos, y menos a la tierra de los vecinos donde tienen la mala costumbre de cobrar en dólares. Conviene dirigir la mirada a nuestro Sonora, su geografía, costumbres y gastronomía peculiar. Vale la pena planear unos dos o tres días de viaje tranquilo, desde Hermosillo y detenerse cuando convenga en algún recoveco, un arroyo saltarín o un cultivo de cañas que se mecen con el viento.

Salga temprano y tome rumbo al Norte. Asegúrese que el vehículo sea confiable, que no los va a dejar tirados en un mediodía de solazo, o una noche lóbrega; por ningún motivo viaje de noche. En su momento tome el rumbo del Río Sonora, pase por San Pedro del Saucito, buena oportunidad para hacerse de unos burritos de carne con chile, de machaca o unos tamales de elote. Prosiga el camino y diríjase hacia la antigua capital del Estado, la bella Ures, una pequeña ciudad a menos de una hora desde Hermosillo.

En San Rafael, antes de Ures, hay fondas que sirven rico menudo, gallina pinta, tamales, burritos, chilaquiles de chile colorado, quesadillas y frijoles maneados. Vea si es tiempo de molienda de caña y acérquese al trapiche, resulta interesante. Siga al Pueblo Mágico de Ures, admire su plaza y los añosos ahuehuetes, visite el templo de San Miguel, una antigua misión jesuita, que fundó el portugués Bartolomé Castaños, S. J., que fue organizando puestos de misión en los pueblos de aquella opatería.

Son famosos sus dulces de leche y ahí puede conseguir jamoncillos en muy diversas presentaciones. Vale la pena hacer una pequeña provisión para suavizar el viaje.

De ahí siga hacia Mazocahui, y tome el derrotero del Norte. Muy pronto llegará a Baviácora donde puede disfrutar su plaza, sus dos templos contiguos y ver la estatua del mero padre Castaños S. J.

Continúen hasta Aconchi, y visiten el templo colonial con su techumbre de vigas de mezquite varias veces centenarias: Una proeza de construcción bella, rústica y sólida.

Si hay niños conviene cruzar el río y visitar las aguas termales de Aconchi, donde hay varias albercas de temperatura calientita o hasta tórrida y apropiada para desentumirse a fondo.

Continúen hacia Banámichi, donde hay dos buenos hoteles; conviene reservar para pasar ahí la noche. La plaza es muy agradable y hay que visitar la posada situada frente a ella: Una vieja casona reconstruida con una profusión de artesanía de México y del mundo, que configuran, al final, un ambiente colorido y festivo que puede calificarse como mexicano. Tiene restaurante y una terraza desde donde se puede apreciar el atardecer sobre el río y el vallecillo.

El otro alojamiento está a dos cuadras de la plaza, bueno y agradable. En ambos se pueden restaurar fuerzas para continuar el periplo rumbo a la ciudad de Arizpe situada en el margen del Sonora. El templo de Nuestra Señora de la Asunción es una de las iglesias más bellas e interesantes del Noroeste mexicano. Su construcción se inició en 1646 y su estilo es neorománico, con sus altos muros y su torre ancha es orgullo de los pobladores. Fue la primera catedral de Sonora, pero luego se trasladó la sede a Álamos. En su interior se encuentra la tumba de Juan Bautista de Anza, gobernador de Nuevo México y explorador de California, que fundó el primer asentamiento en la bahía de San Francisco.

En Arizpe pasee junto al río; vea la plaza y su añejo reloj. Consiga habitación en algún albergue, y al caer la noche permita que el olfato lo guíe hasta un puesto de tacos de carne asada.

Al día siguiente viaje hacia Cucurpe, vea su iglesia inconclusa, siga hacia Magdalena de Kino, donde puede visitar su templo y a San Francisco Javier, admirar el mausoleo del padre Kino y retornar a Hermosillo: Disfrute el terruño…

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