10 años…
Fue, y sigue siendo, el mayor desastre ambiental provocado por la actividad minera en la historia del País.
El pasado martes 6 de julio se cumplieron 10 años del derrame de más de 40 millones de litros, en su mayoría sulfato de cobre acidulado, en el arroyo Bacanuchi, al Sur de Cananea,Sonora. Fueron los desperdicios industriales de la mina Buenavista del Cobre, propiedad del Grupo México que dirige un señor llamado Germán Larrea. Un personaje que ha acumulado una fortuna cercana a los 30 mil millones de dólares, producto de una actividad más bien depredadora del medio ambiente y, sin duda, de la población que habita las zonas vecinas, cercanas y lejanas, de sus explotaciones mineras.
La madrugada del 6 de julio de 2014 un depósito de “jales” de la mina, mal construido y peor mantenido, se desmoronó y dejó fluir una corriente tóxica hacia el arroyo Bacanuchi que corre hacia el Sur, rumbo al Río Sonora. La insólita corriente se unió al Río Sonora unos pocos kilómetros al Norte de Arizpe y comenzó a contaminar las aguas de un río peculiar, que nace en el Norte de Sonora y ha regado y dado vida a cultivares, reses y moradores de una de las regiones más bellas de la entidad.
Al mezclarse con el agua la transforma en un ácido débil, de apariencia relativamente normal, pero que puede causar irritación en los ojos, la piel y las vías respiratorias, además de irritar en forma grave el tracto gastrointestinal. Su contacto puede causar hemólisis, esto es la destrucción de glóbulos rojos en la sangre y afectar los riñones y el hígado, sobre todo.
Ese caudal perjudicial cruzó al Sur y bañó las tierras de Arizpe para continuar hacia Bámori y de ahí a Sinoquipe y afectar a Banámichi, para contaminar luego a Huépac y seguir su rumbo hacia Aconchi, La Estancia y llegar a Baviácora y sus comunidades de El Bagote, Suaqui, El Molinote y La Labor, todas con tierras de cultivo en las vegas del río y pozos para saciar la sed de sus habitantes y las reses que crían.
De ahí tomó rumbo a Mazocahui y torció con el flujo del ío hacia el Oeste, rumbo a Ures, antigua capital de Sonora, contaminó parte de sus tierras y dañó los poblados de El Sauz y Guadalupe para seguir hacia San José de Gracia y luego hacia Topahue, y depositar su corriente perniciosa en la presa El Molinito, ya en el Municipio de Hermosillo.
Fue, y sigue siendo, el mayor desastre ambiental provocado por la actividad minera en la historia del País. Impactó la vida, la economía, cosechas y ganado de un área donde vivían más de 25 mil personas. Es una región tradicional, el centro de la antigua opatería, comarca que fue importante en la definición de la identidad de los sonorenses; y que estuvo habitada desde antiguo por aquella población pimana que fue evangelizada por los padres de la Compañía de Jesús desde que el portugués Bartolomé Castaños, S. J., se fue a vivir como indio entre los ópatas, y fundó puestos de misión en aquellas aldeas que desde antaño laboraban la tierra en las márgenes de lo que después conocimos como el Río Sonora.
Ese 2014 trastocó la vida de los habitantes del Sonora: Se quedaron sin agua para ellos y su ganado; comenzaron a beber el líquido importada desde Hermosillo y otras poblaciones, en garrafones de plástico, y tuvieron que prescindir de sus pozos artesianos; vieron derrumbarse sus trabajos y sus tradiciones laborales, y comenzaron a percibir aquella corriente, antaño cristalina y reposada, como una amenaza para sus vidas y su tradición.
Inició una protesta en los pueblos, apoyada y magnificada por todo Sonora, México y arizonenses que se saben naturales del Sonora, aquí tienen sus raíces y la memoria de ser partes de una historia que también es suya.
Y la minera depredadora todavía no ha cumplido a cabalidad con la limpieza y restauración del río: Seguimos esperando y exigiendo…
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