La validez de la ley
Para que una ley sea válida, no depende absolutamente de la voluntad de los legisladores, sino que hay una instancia superior, una ley Natural cuyo legislador es Dios
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PARA SABER
“La causa inmediata de la ley es el juicio del legislador, pero la remota y última es la divinidad. Y la autoridad, sometida a la ley, educa al ciudadano para que sea virtuoso y obtenga la felicidad, que es también la finalidad última de la ley” (Platón). Para que una ley sea válida, no depende absolutamente de la voluntad de los legisladores, sino que hay una instancia superior, una ley Natural cuyo legislador es Dios, a la que deben someterse.
Antes de partir a su viaje apostólico a Asia y Oceanía, el papa Francisco reflexionó sobre el pasaje del Evangelio en que acusan a Jesús de que sus discípulos no seguían unas leyes rituales de lavarse varias veces antes de comer. Jesús aprovecha este reproche por parte de los fariseos para hablar de lo que realmente nos contamina: El pecado, porque del corazón del hombre “proceden las malas intenciones, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicia, maldades, engaños, deshonestidad, envidia, soberbia…” (Mc 7, 21-22). Nuestro Señor distingue entre algunas prescripciones solamente humanas y las que tienen origen divino, e invita a cuidar la actitud interior que debe acompañar el cumplimiento externo de una ley o norma.
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PARA PENSAR
En la tragedia griega Antígona de Sófocles, se plantea un dilema. El joven Polinices muere en una rebelión contra el tirano Creonte, quien ordena que no se le entierre para que su cadáver sea devorado por los animales del campo, y manda que quien desobedezca será castigado con la muerte. Sin embargo Antígona, la hermana de Polinices, no duda en enterrarlo, pero es descubierta y llevada ante Creonte.
Se enfrentan, por un lado, el deber basado en una Ley Natural, que siente la joven de enterrar a su hermano; y por otro, un decreto arbitrario del tirano: Creonte le reprocha haber despreciado la ley que ordenó. Sin embargo la joven le responde: “No creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para que sólo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses; cuya vigencia no es de ayer, sino de siempre…”.
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PARA VIVIR
Lo que hace buena a una persona es la pureza de su corazón. Por ello en el Evangelio Jesús advierte para no caer en el ritualismo. Es decir, cumplir algunos ritos externos, como lavarse las manos varias veces, y sin embargo no vivir el amor al prójimo. Los fariseos y escribas cumplían normas pequeñas con mucho cuidado y, sin embargo, llevaron a la muerte injusta a Jesús: Cuidan lavarse las manos, ¡pero asesinan a un justo!
El papa Francisco subraya la importancia de cumplir los preceptos, pero cuidar nuestro corazón de pensamientos malos: No se puede ir a Misa y al salir ponerse a criticar o murmurar contra el prójimo, faltar a la caridad entre los hermanos. No se puede rezar oraciones y luego en la casa tratar a los miembros de la propia familia con frialdad y desapego, o descuidar a los padres ancianos, que necesitan ayuda y compañía. Esto sería una doble vida y no estaríamos dejando que el Señor nos purificara.
Que nos preguntemos, invita el papa Francisco, si somos coherentes en nuestros sentimientos, palabras y obras. Y siendo sinceros, con la ayuda de Dios logremos ser los mismos siempre.
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