Estos días y el disco rayado
El país, el pueblo, ve y vive no solo un desacuerdo sino un encarnizado enfrentamiento al interior de la clase política mexicana, y esto ha permeado al exterior de esa clase; ha salpicado y contaminado al pueblo.
CRITERIO
Crecí en la época del disco rayado. Cuando alguien repetía una y otra vez lo mismo, se le decía “ya estás como disco rayado”. La música y la canción se grababan en discos de vinilo que generalmente daban 33 vueltas por minuto; poco antes de estos, los discos eran de acetato y giraban a 78 vueltas por minuto. Ambos materiales podían sufrir arañazos o rayones por vidrio, metales u otros materiales, y si se querían después reproducir en el tocadiscos, sucedía que algún fragmento de lo grabado —música o canción— se repetía una y otra vez, y así se sabía que el disco se había rayado con algo.
Esto viene al caso aquí y ahora porque los forcejeos en relación a las modificaciones legales que llegan al pueblo en metralla han provocado tan multiplicada repetición de comentarios de uno y otro frente (pueblo dividido) que los ciudadanos nos escuchamos ya como un disco rayado. ¡Es lógico y explicable! Para referir esta vez algo de fuente diferente, retomo algunos comentarios de notables mexicanos capturados por la prensa internacional, más concretamente por The New York Times, bajo la pluma de Emiliano Rodríguez Mega y Natalie Kitroeff.
Por ejemplo, la opinión de la jurista investigadora de la UNAM, Guadalupe Salmorán Villar, autora del famoso libro “Populismo. Historia y Geografía de un concepto” (2021), quien, cuestionada sobre los cambios parlamentarios y jurídicos que vive el país, expresó: “Es un intento abierto por parte del Gobierno federal, con el apoyo de esta gran mayoría que Morena y sus aliados han conseguido en el Congreso, por someter políticamente al Poder Judicial”. Pero algunos no piensan como ella. Allí está lo dicho por la exministra Olga Sánchez Cordero en relación a la imposibilidad para impugnar, en lo sucesivo, cualquier reforma a la Constitución, como ha sido dictado desde el Congreso.
Se le puso el hipotético ejemplo de que al paso del tiempo se reformara nuestra Carta Magna de tal manera que se legislara alguna reversión a la despenalización del aborto, a lo que la exministra contestó: “Ojalá, yo para entonces ya esté muerta”. Respuesta, por cierto, que se ha percibido evasiva, dado que el sentido de la pregunta no era sobre el caso específico del aborto, pues lo mismo podría haber sido sobre la pena de muerte u otro tema, sino más bien era sobre los alcances de la imposibilidad de impugnar cualquier nuevo cambio a la Constitución.
The Times agregó: “La reforma fue recibida con un tsunami de más de 500 acciones legales para bloquear su aprobación y aplicación por parte de grupos cívicos, políticos de la oposición y los propios jueces. En lugar de apelar formalmente esas sentencias, los legisladores y la nueva Presidenta han optado por una vía más sencilla: han hecho caso omiso”. Pero México no es el primer caso. En los setentas, una enmienda otorgó al parlamento de la India poder sin restricción para cambiar la Constitución y se anuló el poder de revisar los cambios por parte de los tribunales; entonces, la primera ministra Indira Gandhi suspendió muchos derechos constitucionales.
Sobre el asunto, un periodista occidental escribió el 4 de abril de 1976 que “en menos de un año la India pasó de ser un sistema relativamente abierto a uno rígidamente cerrado, y esto puede ocurrir a todos los indios... y a nosotros”. Hace once años, Viktor Orbán, entonces primer ministro de Hungría, aprovechó la holgada mayoría de su partido en el Parlamento y se dispuso que el Tribunal Constitucional no tendría atribución de revisar el contenido de ninguna reforma constitucional, excepto el procedimiento seguido para obtenerla. El Gobierno de Orbán fue considerado un periodo nacionalista y autoritario.
El país, el pueblo, ve y vive no solo un desacuerdo sino un encarnizado enfrentamiento al interior de la clase política mexicana, y esto ha permeado al exterior de esa clase; ha salpicado y contaminado al pueblo. El olor a odio nunca termina bien; de aroma pasa a ser peste. Mucho dinero no es malo, pero puede podrir a quien lo tiene con todo y familia; mucho poder tampoco es malo, pero puede podrir a quien lo tiene con todo y pueblo. El poder y el dinero tienen otro destino: sabiduría y corazón se necesitan para encontrarlo.
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