Adviento
Un período litúrgico en el cristianismo en el cual se guía y aconseja a los fieles a prepararse para el acontecimiento del 25 del mismo mes: La llegada del Salvador.
BATARETE
Mañana domingo 1 de diciembre inicia el Adviento, un período litúrgico en el cristianismo en el cual se guía y aconseja a los fieles a prepararse para el acontecimiento del 25 del mismo mes: La llegada del Salvador, el nacimiento de Jesús en el poblado, hoy palestino, de Belén.
En el Adviento se espera que los creyentes se dediquen a meditar y recibir al niño Jesús con tranquilidad y apertura de corazón. Es en realidad un período de penitencia, en el cual incluso la vestidura del sacerdote en la misa es morada, igual que en la Cuaresma. Son cuatro semanas que inician esta vez el domingo 1 de diciembre y terminan con la fiesta de Navidad, el día 25.
En casi todas las culturas el arribo de un bebé es motivo de alegría, mueve al festejo; entre nosotros, la fiesta de la Natividad se tiende a celebrar con cierto despilfarro: Se dan regalos, se enseña a los niños que el nacimiento es momento de entregar y dar obsequios, de recibir quizá muchos juguetes, ropa, una comida especial y muchos dulces.
Pero esta expectativa, sin una reflexión acompañante, entra en contradicción con ese espíritu de disciplina que la tradición prescribe. Con el paso de los años y la consolidación de un sistema económico donde el valor supremo es el capital y el dinero su objetivo y símbolo preeminente, los aparatos productivos y comerciales han aprovechado esta añeja fiesta de origen religioso, han dado vuelta al período de mortificación y lo han aprovechado como una magnífica ocasión de lucro, de tal modo que para muchos es un lapso anticipatorio de la compra y recepción de bienes y viandas, y de consumo un tanto desmesurado.
Pero hay una paradoja más profunda y dolorosa: La que deriva de la amplia brecha en nuestra sociedad, y todo el mundo sin duda, entre los pocos que tienen mucho, y los demasiados que apenas cuentan con lo necesario para subsistir: Los primeros podemos, me incluyo, celebrar, regalar y consumir. Pero en este País, que tiene la mitad de la población en pobreza, y muchos en pobreza extrema, festejar es un espejismo para las mayorías; y esa Navidad tan publicitada, un cruel recordatorio de su estrechez.
Hay, a mi parecer, dos conmemoraciones distintas, enraizadas en la religión y un suceso señero que tuvo lugar hace poco más de 2,000 años, y que se pretende asimilar, confundir diría, en una sola, pero cuya concepción equívoca evidencia la incompatibilidad entre la historia y propósito primigenio, y la forma adoptada de celebrarla.
Buena parte de la imaginería normal en estas fechas es diseño del comercio: El Santa Claus, panzón y bonachón, ataviado de rojo, se inventó para una campaña de algún refresco de cola hace cien años. Se forjó una leyenda que desatiende y desecha al pesebre de Belén: Moraba con la Sra. Claus en las nieves árticas y tenía un taller donde unos gnomos insólitos producían juguetes para los niños de una escasa porción del mundo; poseía un trineo volador jalado por renos saltarines y visitaba casas y hogares de buena posición, para entregar obsequios a niños y niñas favorecidos, mientras olvidaba infancia y alojamientos, algunos similares a aquel establo, y no tan afortunadas en lo económico.
Se podría hablar de dos experiencias que dicen fundarse en lo religioso: La auténtica devoción piadosa y añeja del cristianismo, en nuestro caso catolicismo, que considera la Navidad como una esperanza y una renovación de vida y de compromiso con los otros; y la otra versión en la cual se utiliza el nacimiento como una oportunidad de vender y lucrar con un consumismo inane y un acumular mercancías que se valoran por su precio, sin meditar sobre un acontecimiento que se afirma como universal y salvífico. Se trata de una práctica comercial que toma como pretexto lo religioso, y conmemora el nacimiento de un niño en un establo de Belén, más como excusa que como Memorial…
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