Sombras del fin y del inicio
Mientras en el País hay una atención esperanzada, en el panorama internacional la situación fue, todo el año, complicada y desalentadora.
Batarete
El próximo miércoles será el primer día del 2025. Termina un ciclo en el que logramos un acuerdo con las votaciones; no en balde los resultados en las urnas fueron arrolladores, y también incuestionables. Fue una transición pacífica y democrática, y votamos a la primera mujer Presidenta en México. Un hito para la ciudadanía, y un aliciente para las mujeres mexicanas.
Ahora bien, mientras en el País hay una atención esperanzada, en el panorama internacional la situación fue, todo el año, complicada y desalentadora: El conflicto entre Rusia y Ucrania no parece terminar, y está deviniendo una confrontación poco discreta, entre Rusia y algunos países de la Unión Europea, con los Estados Unidos apoyando con algún descaro. Se trata de un encontronazo armado y belicoso que puede escalar en una conflagración de proporciones globales.
Pero hay otra crisis que ensombrece el panorama de fin del año y el inicio del siguiente: Israel mantiene su venganza en contra, ya no del grupo Hamas, sino de todo el pueblo palestino en Gaza, con incursiones atroces contra países vecinos, Líbano y Siria sobre todo, con la excusa de que dan refugio a palestinos armados. De nuevo Israel, apoyado por los Estados Unidos, está enfrascado en una reyerta que cada vez más puede calificarse como genocidio; y que también puede conducir a una confrontación de mayores proporciones.
“Si vis pacem, para bellum”, decían los romanos; si deseas la paz, prepara la guerra, afirmaban, con una lógica pragmática y también pesimista, pues su concepción de paz implicaba un lábil equilibrio entre grupos, naciones o estratos sociales en el que privaba el temor, o una frágil precaución, que podía evitar hasta cierto punto que la hostilidad que subyacía bajo un colonialismo político y económico se desbordara. Roma tenía sojuzgados a muchos pueblos y naciones en el Mediterráneo y buena parte de aquella Europa todavía fragmentada: No se les otorgaba la paz, se trataba de un control férreo y con frecuencia desalmado: La concordia sustentada en el temor, una contradicción paradójica.
Ahora, 21 siglos después, herederos de una larga historia de guerras sanguinarias y absurdas, tenemos la convicción de que esos episodios bélicos deben suprimirse totalmente; pero el sinsentido permanece al grado que sólo la amenaza y la acumulación de capacidad ingente de destrucción, parece sustentar una armonía endeble.
Pero esa avenencia no es pacífica: Se comprueba con las muertes y destrucción en el Norte del Mar Negro, o el Oriente del Mediterráneo. Se trata de ímpetus poco soterrados que afloran regular y persistentemente desde una situación de antagonismo y desconfianza entre naciones, que produce consistentemente focos de hostilidades que provocan destrucción y muerte de civiles, mujeres, niños, hombres y ancianos… víctimas de los planes irresponsables de dirigentes más ambiciosos que comprometidos con el bienestar de su gente.
Con la salvedad de que decir “su gente” es ya una incoherencia mayúscula, pues cada pueblo y nación tiene “su gente” que sólo se diferencia de las otras gentes, definidas unilateralmente y adscritas a un grupo humano, por una historia y una voluntad identitaria que las considera desiguales, pero sin reparar, con frecuencia, que esa adscripción e semejanza tiene como sustrato común la pertenencia al género humano, fundamento común, irrenunciable pero fraccionado por usos y costumbres particulares que, efectivamente crean una distinción, pero no suprimen la pertenencia una humanidad compartida que fundamenta utopías y nostalgias de un concierto global, un acuerdo universal que mucho se añora, pero que se entorpece por la tendencia a absolutizar las persuasiones particulares de los agregados humanos, y considerarlas mejores, más aptas o simplemente más válidas que otras convicciones, distintas pero no menos legítimas.
El sábado pasado tuvimos el solsticio, la noche más larga. Estamos en el lapso del renacer de la luz: Eso evocamos la Navidad, la Luz que se nos obsequia y concede esperanza para construir paz y armonía. En la familia, la comunidad, el País y el mundo.
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